A ver cómo cuento yo esto sin que parezca que me lo he inventado. Antes de nada quiero aclarar que a pesar de que todos los hechos son totalmente reales he cambiado el nombre del chico en cuestión por motivos evidentes.

Todo empezó en plena cuarentena. Creo que muchas de nosotras tuvimos ese momento de aburrimiento extremo en el que se recurre a lo peor: descargar Tinder para hablar con alguien. Así conocí a Daniel. Hicimos match, hablamos un poco por el chat y nos seguimos directamente en instagram. La verdad es que la cosa no fluía mucho. Aparte de comentar cuatro frikadas que teníamos en común y alguna que otra broma no tuvimos tampoco la intención de hablar más en profundidad. Permanecimos sin  mucho contacto hasta junio hasta que un día subió una storie de su nueva airfryer explicando lo bien que le salían las patatas fritas. 

Le pregunté sobre la freidora porque yo, que vivo un poco empanada, no sabía que esa maravilla existía. Pues a partir de ahí empezó un tonteo muy raro en base a la comida. Que si mira qué bien me salen las patatas, si quieres nos las comemos juntos… y las patatas también, yo pongo la comida y tú la salsa… Claro, visto desde fuera era el calentón más tonto del siglo, pero la cosa se quedó ahí.

Los días siguientes se aprovechaba cualquier pretexto para hablar en base a un coqueteo totalmente sexual: fotos de nuestros tatuajes, de las medias nuevas (monísimas, por cierto) que me había comprado, de unos calzoncillos suyos del monstruo de las galletas… Fueron tres días intensos hasta que un día me dio su número de teléfono para hablar por Whatsapp. 

Qué puedo decir, la carne es débil y yo me dije “venga, que llevas sin follar desde hace 4 meses, al menos llévate una alegría” y allá que fui toda dispuesta sin saber muy bien por dónde empezar la conversación. En mi defensa debo decir que la última vez que había hecho cochinadas virtuales había sido cinco años antes, claro, una también se oxida. 

La conversación empezó un poco fría porque al cambiar de una plataforma a otra sientes que sales del ambiente, un poco como cuando estás en medio de un polvo y te entran ganas de mear.

Evidentemente antes de nada hablamos seriamente que ninguna de las fotos iba a salir de ese chat y así fue, porque cachonda sí pero responsable también. El río siguió su curso y a base de muchos audios y mensajes (muchos más eróticos que libros enteros de esa misma temática) tuvimos uno de los mejores ciber polvos de mi vida. 

Después de eso ya no volvimos a hablar mucho más. A día de hoy aún hablamos cada cuatro o cinco meses (de forma totalmente inocente ya que tengo pareja estable) pero me sigue pareciendo una de mis mejores anécdotas. Nunca pensé que una airfryer además de patatas fritas también proporcionaría orgasmos.

Rocío Navarro