Mi padre y mi madre siempre han tenido una relación tormentosa. 

Yo soy hija única y no recuerdo apenas momentos felices en mi infancia. Mi padre tiene mucho carácter, siempre estaba gritando y se enfadaba por cualquier cosa. A veces desaparecía varias semanas y luego volvía. Esos días eran un respiro para mi madre y para mí, luego de repente un día me lo encontraba en casa al llegar del colegio y actuaba como si no hubiera pasado nada. 

Recuerdo momentos como cruzar miradas con mi madre durante el desayuno para decirnos si él estaba de buen o mal humor, usar algunas tácticas para distraerle y que no viera cosas que le podían hacer enfadar o irnos a dormir muy pronto los días que había futbol para que después no lo pagase con nosotras. 

Nunca le vi pegar a mi madre. Lo sospechaba, el miedo estaba en el ambiente y muchas noches les oía discutir y romper cosas, pero nunca lo vi. Tampoco se lo pregunté. Mi madre y yo jamás hablamos de ese tema abiertamente, las dos sabíamos que existía y teníamos nuestros mecanismos y trucos para irlo sobrellevando, pero no llegó a ponerse sobre la mesa y a decir en voz alta que teníamos miedo a mi padre o que aquello no era normal. 

En más de una ocasión pensé en contarlo en el colegio, en hacerme la despistada y contarlo como si fuera algo normal y esperar a que los adultos se hicieran cargo, pero también pensaba que si mi madre no lo había hecho, debía tener sus motivos, entonces me daba miedo tomar una decisión que pudiera tener consecuencias para ella o para las dos. 

Una de las veces que mi padre desapareció de casa, mi madre pidió pizza para cenar. Ese día es uno de los más felices que recuerdo. Vimos una película juntas, nos reímos y comimos pizza. Cuando fue la hora de irse a dormir, mientras ella me arropaba, le dije que ojalá mi padre no volviera nunca. Después la oí llorar en su habitación. 

Poco después de ese día, volvió mi padre. Pero esta vez fue diferente. Llegó al medio día, dando tumbos y con la ropa muy sucia, se caía por el pasillo y mi madre lo intentaba sostener mientras le decía cosas que no llegué a escuchar bien. Lo llevó hasta la habitación y lo tumbó en la cama. Ella volvió al pasillo y recogió todo lo que se le había ido cayendo a mi padre, me pidió que por favor saliese un momento al porche y me fui. 

Desde el porche pude ver el coche de mi padre con la puerta del piloto abierta, mea cerqué a cerrarla y entonces lo vi: al lado del cambio de marchas, había una cajita de metal abierta que tenía dentro un polvo blanco. 

Yo en ese entonces era una niña y no sabía qué era, pero sí que sabía que debía ser muy malo y me dio muy mala espina. Cerré la cajita y me la guardé en el bolsillo, me fui corriendo al porche y esperé a que mi madre me dijera que ya podía entrar. 

Cuando entré, me tuve que preparar corriendo para volver al colegio y metí la cajita en mi mochila, aquella vez tuve claro que era el momento de decirles a los profesores todo lo que estaba pasando. No sé si fue por el día de la pizza con mi madre, porque ya no podíamos más o porque vi a mi padre medio inconsciente y me dio menos miedo, pero me fui al colegio con la cajita. 

Cuando llegué al colegio, me puse a llorar. No sabía exactamente como decirlo y de los nervios o el miedo, me entró el llanto. Mi profesora me pidió que esperara un momento fuera de clase y enseguida vino a hablar conmigo. Necesité un buen rato para calmarme y después pude decirle que había problemas en mi casa con mi padre, que yo tenía mucho miedo y que mi padre hoy había venido a casa sin aguantarse de pie. 

Mi profesora escuchó todo sin interrumpirme y yo recuerdo que cuando quise contarle lo de la caja, me “hice la niña”. Es decir, fingí ser más infantil de lo que era porque sentía que así luego podía decir que había sido sin querer o que no sabía que aquello era tan grave. Ella me preguntó si yo estaba bien, si me habían hecho daño a mí o a mi madre y dónde estaba mi padre ahora. Aproveché para decirle que mi padre estaba durmiendo en casa, que mi madre me pidió que saliera y que había encontrado una cosa dentro del coche. 

Cuando abrí la mochila y saqué la caja, mi profesora me la sacó de las manos muy rápido. Me sacudió las manos y me dijo que no la tocase más. Se puso nerviosa y fue a la clase de al lado a pedir a otro profesor que se hiciera cargo un momento de la clase porque tenía que irse conmigo. Me llevó al baño y me hizo lavarme las manos, me preguntó si me había tocado los ojos, la boca o si había olido lo que había en la caja, le dije que no y le pregunté qué era. Ella me dijo que era algo venenoso que tenían algunos adultos, que era peligroso y que sobretodo no lo tocara. Me llevó a dirección y enseguida se llenó de profesores, me sentaron en una zona donde había libros y me puse a ojear algunos. Veía a mucha gente entrar y salir, hasta que llegó la policía. Poco después vino mi profesora y, hablándome con mucho cariño, me pidió que explicase otra vez todo lo que le había dicho, que el policía necesitaba escucharlo. 

Repetí todo lo que había contado y además añadí otras cosas de todo lo que habíamos vivido con mi padre, les pedí por favor que viniera mi madre y que no quería que le pasase nada malo. Ellos me calmaron y me dijeron que mi madre vendría en un rato, que la habían ido a buscar.

Y así fue, al rato apareció mi madre con los ojos hinchados de llorar y vino corriendo hacia mí. Las dos nos abrazamos y lloramos, yo le pedí perdón por haber contado todo y ella se disculpó y me repitió que era ella la que pedía perdón, por todo. 

Después fue todo muy caótico y pasamos mucho tiempo en el colegio, las clases terminaron y todos los alumnos se fueron, a nosotras nos llevaron a comisaría y tuve que contar otra vez lo que había pasado, con la policía y con mi madre. Después volvimos a casa y mi padre ya no estaba. 

Esa noche por fin hablé con mi madre. Le conté lo que había pasado en el colegio y le dije que lo había hecho porque tenía miedo. Ella me contó que mi padre no estaba bien, que había empezado a hacer cosas malas y que por eso era malo con nosotras, que ella se había esperado a ver si eso mejoraba, pero había esperado demasiado. Que a partir de ahora ya no tendríamos más problemas y que ella se iba a encargar de que no volviese a tener miedo.

Tiempo después supe que habían detenido a mi padre, acusado de malos tratos, posesión de drogas y negligencia por ponerme en peligro. Pasó un tiempo en la cárcel y para cuando pudo salir, no podía acercarse a nosotras. 

Durante mi adolescencia intentó contactar conmigo pero no quise saber nada. Actualmente sé que está trabajando de cocinero en un restaurante y que vive a una media hora de nosotras. 

Mi madre conoció a un buen hombre con el que ahora vive, es encantador y la trata muy bien, me hace muy feliz verla así. Muchos fines de semana nos juntamos para comer y nos ponemos al día. 

Hoy me siento muy agradecida de haber tomado aquella decisión y de tener la madre tan tierna que tengo. Sé que muchas pensaréis que podría haber hecho las cosas mejor o que debió protegerme más, pero de verdad que creo que hizo lo mejor que supo y que siempre pensó en mí. Lo único que me sabe mal, es todo lo que aguantó ella. 

Desde aquí os animo a todas las que estéis en una situación similar, a que no esperéis a que sea demasiado tarde o a que vuestros/as hijos/as se vean involucrados. No tenéis por qué aguantar ese dolor. Todo puede mejorar.

 

anónimo

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