María era una chica a la que le gustaba mucho salir de fiesta. No era una chica que  llamara la atención demasiado,  ni por su vestimenta ni por su forma de relacionarse con los demás.

Era más bien tímida y reservada, pero le encantaba salir a bailar. Y no bailaba precisamente escondida en una esquina de la discoteca. Le gustaba bailar en el centro o incluso subida a la tarima, con movimientos más bien sensuales, como si quisiera seducir a todo el que la veía.

A pesar de eso, ella no solía tener rollos de una noche, jamás la habían visto morrearse con un chico en medio de la pista o meterse mano en el baño de cualquier garito. Ella siempre decía que prefería conocer a los chicos despacio, sin prisa y poco a poco ir descubriendo más cosas.

Un día llegó a la plaza dónde se veía siempre con sus amigas para tomar café y allí en la mesa de al lado pudo ver a un chico más bien sencillo, pero muy atractivo. Le recordaba mucho a ella porque no llamaba la atención de manera exagerada pero ella encontraba en él un punto que le hacía querer conocerlo.

Casualidades de la vida, que los chicos conocían a una de sus amigas así que estuvieron un rato charlando todos, hasta que las mesas se juntaron. Y así pasó la tarde entre unos nuevos amigos, echándole el ojo al chico tímido que estaba enfrente suya, más bien callado, dejando apenas entrever un par de risotadas y más bien pocos comentarios. El caso es que después de pasar toda la tarde hablando quedaron para hacer una cena todos juntos el sábado siguiente.

María sabía que Raúl estaría allí, no quería parecer lanzada pero estaba deseando que él se le acercase un poco más, quería por lo menos conocerlo mejor, saber un poco de su vida, pero era tan tímido que hasta ella, que era como él se había dado cuenta.

Cuando llegó al restaurante, Raúl ya estaba con sus amigos esperando a las chicas. Notó perfectamente como clavaba su mirada en el vestido que llevaba por encima de la rodilla, en las botas de tacón recién estrenadas y en el brillo de labios que Maria no sabía muy bien si se notaba. Quería que notase que estaba allí pero sin llamar demasiado la atención.

Durante la cena, uno estaba enfrente del otro, hablaron bastante y se intercambiaron muchas miradas de complicidad. Al salir de allí, se fueron directos a la discoteca,  ya habían bebido unas cuantas copas de vino, así que la vergüenza del principio ya ni siquiera asomaba.

Se pusieron a bailar y entre tanta mirada y tanto roce, al final se liaron. La cosa se había puesto bastante interesante pero no querían quedarse en el medio de la discoteca con los demás y se fueron al piso de María que estaba a unos 5 minutos andando.

Nada más llegaron la cosa se encendió todavía más. Antes de llegar a la habitación el vestido de María ya había desaparecido y Raúl ya estaba a medio desvestir.

Todo iba sobre ruedas, los dos se sentían muy atraídos por el otro. María se había soltado la melena y ya nada le importaba. Estaba desatada.

En un momento de calentón, se pegó al oído de Raúl y le susurró: “Insúltame”.

Raúl se quedó pálido, no sabía qué hacer, nunca nadie le había pedido algo así. El era un chico bastante tímido y le costaban estas cosas, pero veía a María tan entregada que pensó que algo tenía que decir.

Titubeó un poco, se acercó a María e intentando no tartamudear se atrevió a decirle:

“Fea de mierda!”.

María, en shock por lo que acababa de oír, empezó a partirse de risa sentada en la cama. Raúl, avergonzadísimo no sabía qué hacer. Al final, contagiado por María empezó a reírse. Cuando se les pasó el ataque de risa, María le explicó qué era lo que quería y a partir de ahí empezaron a verse más y a tener un sexo maravilloso.

 

Kerasi