Él día que me cagué de miedo

Eran las dos de la mañana y volvía de un cumpleaños. Había estado de barbacoa todo el día y tenía el cuerpo hecho mixto, solo quería ducharme y meterme en la cama. Mis riñones decidieron que no, que mejor nos íbamos a urgencias. Fue justo en la ducha cuando empecé a encontrarme mal. Me entró un dolor fuerte en la zona baja del abdomen y en las lumbares. Vamos, que me quedé torcida hacia delante y tuve que salir del plato de ducha andando como la abuela de Mulán. Intenté mantener la calma y pensar que seguro que no era nada. Que igual eran gases (los gases son muy traicioneros) o quizá algo que me hubiera sentado mal, como llevaba un día de excesos…

El dolor no remitía y a duras penas me puse el pijama. Me quedé tiesa en la cama, nivel Tutankamón, volviéndome más  y más creyente por momentos, porque a alguien iba a tener que rezarle como siguiera así. Cuando me sentí en un estado de vulnerabilidad extrema, decidí llamar a mi madre que, al ser verano, dormía con la puerta abierta y con alzar un poco la voz me oiría. Tras ese bello revival de cuando con tres años la despertaba para decirle que había vomitado, mi madre comenzó a preocuparse, sobre todo porque me empecé a retorcer a lo niña del Exorcista y se fue corriendo a llamar a emergencias.

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Los de la ambulancia me exploraron y dijeron que aquello o era apendicitis o era un cólico nefrítico, que me llevaban corriendo al hospital. A raíz de ese momento mi intestino grueso tomó el mando de la situación. Dicho de otra manera, al dolor que ya sentía se le sumó un señor retortijón. Porque si hay algo que me pone nerviosa y me da miedo en esta vida son los hospitales.

Cuando llegué empezaron a hacerme pruebas, entre ellas una radiografía. Y os juro que apreté el culo como si no hubiera un mañana para que al levantarme de la camilla no se me escapara nada. Después me pusieron una vía y me dejaron en observación mientras que llegaban los resultados. Entre la incertidumbre y el pánico que me da que me operen, mi colon empezó a menearse que ríete tú de Shakira en sus años mozos. Así fue como llegó el inminente momento de ir al baño de una sala de espera de hospital arrastrando el gotero.

De la manera en que me habían puesto el gotero me iba a ser imposible limpiarme el ojete. Así que me puse ojo avizor a la caza de alguna enfermera que se apiadara de mí y me quitara la vía el ratito de ir al baño. Porque lo que no estaba dispuesta era pedir que me limpiasen el culo.

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Tuve que tragarme mi orgullo y explicar que me estaba cagando viva, que me quitasen la vía o me lo hacía encima. Me miraron mal y al final una enfermera accedió a quitármela a condición de hacerme de centinela en la puerta del baño.

Al final no tuve ni cólico ni apendicitis, sino una infección de orina con mucha mala leche (en mitad del retortijón me empezó a dar fiebre también). Cuando me vio el médico para mandarme a casa me preguntó si estaba mejor de la tripa, al parecer fue sonado lo de quitarme la vía para limpiarme el culo. Le dije que sí a lo que me respondió riendo que era la primera vez que veía a alguien cagarse literalmente de miedo.

ele Mandarina