Rollete rural y caca de la vaca

Todo empezó cuando una amiga me invitó a pasar un fin de semana en su pueblo, que eran las fiestas y todo buen hijo de vecino iba allí a desfasar un poquito. Además de por la tremenda cogorza y el bailoteo con mis amigas, sumado a la posibilidad de ligoteo, me entusiasmó la idea porque el norte de España me atrae mucho y apenas lo conozco. Total, que yo iba feliz como una perdiz en el Blablacar pensando en el turismo rural y en catar el producto local, ya me entendéis. 

Nos alojamos en la casa familiar de mi amiga, a las afueras del pueblo, en una finca. Vamos, en mitad del campo prácticamente. El sitio era precioso y desde la ventana de mi habitación veía a las vacas pastar. Parecerá una tontería, pero aquello me hizo una ilusión tremenda, estaba como una niña el día de Reyes. Eso sí, cómo se nota que soy de ciudad, porque en cuanto abrí las ventanas me llegó una ráfaga de viento con olor a mierda de vaca que por poco no me tumba. Supongo que esa es la parte que no vemos en los Reels tan cucos que hace la gente de sus vacaciones. En esa misma casa se alojaba el ciento y la madre, entre ellos, un primo suyo que, desde el principio, empezó a meterme ficha y la verdad es que el chico era muy simpático y guapete, así que no descartaba que la cosa fuera a más aquella noche. 

Total, salimos de fiesta, lo pasamos en grande y poco nos faltó para bebernos el agua de las albercas. Como a las tres o las cuatro de la mañana, en ese frenesí de congas maltrechas y Paquito el chocolatero remix, el primo de marras me metió la lengua hasta la campanilla. Yo me dejé llevar, me dejé fluir al ritmo de la orquesta tocando La Mayonesa. Nos fuimos en busca de un sitio más apartado para meternos mano porque, en fin, la discreción no es el punto fuerte de estos sitios, pero literal que estaba todo el pueblo en la calle, por lo que se me ocurrió volver a la casa y darnos como cajón que no cierra en mi dormitorio.

El chico me insistió en que no era seguro irnos a la casa porque los abuelos, aunque estaban ya mayores para ir a las fiestas, tenían el oído sorprendentemente fino, y si a eso le sumabas que los colchones del año de la polca eran de esos que suenan como la escena de la ducha de Psicosis, no quería tentar a la suerte. Sobra decir que, además de lo incómodo de que te oigan, eran supertradicionales, así que accedí a irnos al campo como en estas películas bucólicas en las que los protagonistas se lo montan en un granero o en mitad de un prado. En mi mente sonaba fascinante y precioso, pero he de recordaros que iba borracha como una cuba y soy cinéfila y piscis: estoy condenada a la ensoñación.

Nos montamos en el destartalado coche del primo y acabamos en una ubicación indefinida por el campo. Sacó una manta roída y cochambrosa para que nos tumbásemos a contemplar el cielo estrellado ―nuevo eufemismo para meter mano en un prado― y con la tontería la cosa se acabó calentando, nivel, no sé dónde acabaron mis bragas. En esas estábamos cuando vi que se lanzaba a pasar a mayores y no se ponía preservativo. Yo le dije que sin protección se olvidara de hacerlo y que tenía alguno en el bolso, lo que me hizo retroceder hasta el coche. En esas estaba cuando sentí que pisaba por un terreno más blando de lo normal y, en cuestión de milisegundos, me llegó un pestazo terrible. Efectivamente, había pisado una mierda de vaca. 

No sé la de veces que habré dado gracias porque ese día se me encendió la bombilla de salir en zapatillas en lugar de con una sandalia como habría sido lo propio en esas fechas. Supongo que mi amiga me persuadió de que había muchas cuestas y calles empedradas y que tampoco la gente se ponía de punta en blanco para esas fiestas. Mi yo interior daba gracias de no haber sentida la plasta directamente con el pie, porque os juro que me habría muerto del asco.

Obviamente, se me cortó el rollo con ese percal y le pedí al chico que me ayudara a limpiarla. Menudo planazo romántico limpiar caca bajo la luz de las estrellas. Las linternas del móvil era lo único que teníamos. Volvimos a la casa en silencio y con las ventanillas bajadas, y al llegar dejé la zapatilla en cuarentena. Conseguí limpiarlo bien al día siguiente y me di el lote un par de veces con el primo, pero la idea de echar un polvo a escondidas por las fincas era caca de la vaca.

 

anónimo