El día que me marqué un Love Actually

Todo el mundo, absolutamente todo el planeta, asocia el 2020 como el año del COVID, ¿verdad? Pues bien, para mí siempre será el año en el que me marqué un Love Actually.

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Imaginaos qué situación. Otoño del 2020. Acababa de mudarme con mis padres porque con la que estaba cayendo apenas tenía trabajo (era autónoma) y no podía mantenerme en Madrid, ciudad donde llevaba viviendo desde el año anterior. Ok. Vivía semi-aislada por las circunstancias (pretendía ser prudente) así que, entre eso y mi situación laboral, estaba un poquito amargada se podría decir. Fue entonces cuando una amiga de Madrid, me suelta de repente, que me tiene que presentar a su amigo tal que le parece ideal para mí. Yo le digo que vale, bastante escéptica. Esperaba de hecho que se le olvidara.

Pasan los días y me pregunta si su amigo me ha hablado por Instagram. Estábamos a 600 kilómetros y en plena pandemia, la posibilidad de quedar una tarde y presentarnos no existía. Le digo que no. Me dice que me ha visto el perfil, que parece que le molo. Le digo que ok. Sigo incrédula y no le doy más vueltas. Al cabo de un par de semanas termino mi clase online de escritura y me habla esta chica. Tengo un audio suyo. Me cuenta que está con el amigo de marras, que me va a saludar. A mí me entra la risa.

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No preguntéis cómo pero me acabó pareciendo de lo más natural que me presentara a su amigo por audios. Sí, por audios de WhatsApp, no teníamos otra forma. El chico tenía una voz muy bonita, eso me gustaba. Como me había empezado a seguir en Instagram lo había cotilleado, pero tampoco mucho, no quería montarme demasiadas películas a algo que me parecía surrealista. Parecía mono. Tenía perros, eso era un punto a favor.

El chico se animó y le dije que me diera su número para dejar de usurparle el móvil a mi amiga. La idea le sedujo casi tanto como mi acento. No paraba de decirme que le encantaba mi acento con cero burla, fetiche o amago de imitarme (si eres andaluza, entenderás a qué me refiero). ¿Sería este el elegido? Hablamos largo y tendido hasta que tuvo que dejar el móvil para conducir. Aquella fue la primera de muchas conversaciones.

Después de aquella tarde me volvió a hablar él y yo nada más veía que me hablaba le contestaba, nada de dejarlo ahí con las ganas o hacerme la interesante. También yo tomaba la iniciativa muchas veces. De hablar los fines de semana pasamos a escribirnos por la tarde cuando él salía de trabajar y, de ahí, a darnos los buenos días y las buenas noches. Por culpa de una encerrona de mi amiga acabamos haciendo videollamada y también cogimos costumbre de hacer alguna, de vez en cuando, todo en un plan supersanote. Cero pretensiones ni rollos raros. Simplemente teníamos curiosidad por conocernos y de averiguar por qué nuestra amiga había puesto tanto interés en juntarnos.

Si bien es cierto que a priori parecíamos personas muy distintas, en la base, en lo referente a nuestros principios y nuestra forma de ver y entender la vida sí que nos parecíamos mucho. pienso que esa fue la clave. Pocas veces me pasa eso.

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Llegó diciembre y teníamos unas ganas locas de conocernos en persona para comprobar si teníamos la misma química que a distancia. Pero eso no nos lo decíamos. No directamente. Po circunstancias de la vida mi amiga se quedaba totalmente sola en Navidad y este chico estaba de vacaciones, así que, long story short, acordamos que iría a pasar unos días a su casa y acompañarla en Nochevieja. Todo esto, claro está, en el contexto de la pandemia, por lo que no era tan fácil moverse y había que presentar una PCR para casi cualquier cosa. Tomé todas las medidas de seguridad pertinentes y el 26 de diciembre me cogí un tren a Madrid. Apenas lo planee con unos días de antelación.

Como mi amiga estaba trabajando, el chico se ofreció a recogerme. Me moría de los nervios de que, nada más llegar, me lo fuera a encontrar a él, y encima a solas, pero por otro lado sentía una extraña tranquilidad porque no me parecía ningún extraño. Habíamos compartido muchos ratos y muchas charlas y, si había sido sincero, tenía muy claro qué tipo de persona era. Solo necesitaba llegar allí y poderlo ver con mis propios ojos y tocarlo, abrazarlo…

No supe cómo iba a reaccionar hasta que llegué al parking. Él me pidió un abrazo. Yo se lo devolví. Nos quedamos un rato abrazados sin decir nada y se paró el tiempo. Me tenía un regalo en el asiento del coche. Lo abrí. Tenía un importante valor simbólico para mí. Volví a abrazarlo y de ese abrazo surgió nuestro primer beso.

Hice 600 kilómetros en tren, en Navidad, en plena pandemia para conocer en persona a un chico que, tan solo por intuición, sabía que merecía la pena, sabía que era especial y que era buena persona. No me hizo falta montar una escena, ni sacar ningún cartel ni nada peliculero, simplemente con la mirada y con mis actos se lo demostré todo. Y por muy hollywoodiense que esto suene, esta fue la historia de cómo empecé mi relación actual.

 

Anónimo