El discurso de ‘yo no soy como las demás’

Hace poco, charlando con unas amigas, me di cuenta de que a todas, en algún momento de nuestra vida, nos ha salpicado el discurso ‘Yo no soy como las demás’. No sé si conlleva un factor generacional, pero las que nos criamos a principio de los 2000 lo hemos tenido bastante arraigado. ¿De qué me estás hablando? ¿Qué discurso es ese? Te lo explico.

Seguro que has visto alguna comedia romántica en la que el chico le dora la píldora a la chica y remata la faena agregando un ‘Tú no eres como las demás’.

En ese momento la chica se siente única y no puede creer la suerte que ha tenido de ser la elegida de entre todas las demás que, a juzgar por lo que acaba de oír, deduce que son unas perdedoras. Os suena, ¿verdad? 

Ese discurso nos ha calado más hondo de lo que nosotras mismas somos capaces de imaginar. Lo sé porque más de uno ha venido con ese mismo cuento de ‘Tú no eres como las demás’ y automáticamente me he sentido la puta ama. No solo me sentía privilegiada por ser diferente al resto y, por tanto, merecedora de su cariño, sino que me aportaba cierto complejo de superioridad sobre las demás mujeres, cosa que ahora me avergüenza sobremanera. Como consecuencia, no era de extrañar que se creasen ciertas rivalidades entre nosotras y que, sin quererlo, hayamos propiciado algunas actitudes tóxicas y competitivas que, aún hoy, nos siguen salpicando. Seguro que también os suena eso de ‘Las mujeres entre vosotras sois muy malas’. 

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Entonces, si son terceras personas las que nos han inculcado este discurso, ¿por qué he empezado hablando de este argumento en primera persona?

Muy sencillo. Lo hemos interiorizado hasta tal punto que no nos planteamos que sea un comportamiento aprendido, sino algo que sale de nosotras para sentirnos especiales y ―lo que es más significativo― mejores que el resto de las mujeres. Bien sea por su ropa, su filosofía de vida o la forma en la que educa a sus hijos, da igual, hemos normalizado criticar a las demás y, encima, nos permitimos el lujo de juzgarlas alegremente como si nosotras estuviésemos exentas de errores. 

Y no, esto no es un ataque, no me estoy convirtiendo en aquello que juré destruir; soy la primera en meterse en este saco. Simplemente, soy consciente de que aún queda mucho tramo por recorrer en este camino infinito que es la deconstrucción, sobre todo porque cuesta ver que este comportamiento, señoras y señores, es machista. También me consta que muchas de nosotras lo hemos vivido en piloto automático, como tantas otras formas de machismo que vivimos a diario, y que seguramente no pretendíamos herir a nadie ni quedar por encima. Además, la cultura pop está cargada de estas connotaciones: películas, series, canciones…

Hace poco me enteré de que Sk8ter Boi de Avril Lavigne trata de una chica que se mofa de la ‘ex/casi algo’ de su novio, ridiculizando su estilo de vida y dejándola como a una snob patética, no como ella que sale con un skeater, un triunfador rockero, vamos, lo que toda mujer necesita para ser validada. Mujer florero con pantalón ancho y uñas pintadas de negro. Un hit de 2002. Yo tenía 10 años. 

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A la vista queda que ninguna es perfecta, pero todas albergamos cositas buenas y bonitas en nuestro interior, así que dejémonos de competiciones estúpidas y de tomarnos como un halago la frasecita de marras. Si alguien os viene a comer la oreja dejando al resto de las mujeres a la altura del betún, amiga mía, eso es una red flag como una casa.

No necesitas que nadie te valide para ser única y especial. Todas lo somos, a nuestra manera. Incluida Avril Lavigne.

 

ELE MANDARINA