Una mujer muy cercana a mí ha vivido una experiencia absolutamente injusta en su centro de salud y este me parece el espacio idóneo para darlo a conocer y, por ende, dar visibilidad a un fenómeno que pone en riesgo nuestra salud tanto física como mental. Os hablo de gordofobia.

Jimena (nombre ficticio) es una luchadora nata que se esfuerza a diario por gestionar todos sus problemas, sus complejos, sus inseguridades… vamos, como todas nosotras, y como será el caso de muchas, pidió atención psicológica en su centro de salud, algo que debería ser lo más normal del mundo, las cosas como son. A pesar de las trabas que a menudo se dan para conseguir este tipo de especialistas por la Seguridad Social, a mi amiga le asignaron una psicóloga que la vería cada dos semanas.

Hasta aquí todo muy normal, ¿no?

Jimena se sentía bien con esta psicóloga y le estaba sacando provecho a las sesiones, por lo que estaba contenta. Las que hayáis ido a terapia alguna vez, sabréis que no siempre es fácil conectar con los psicólogos y que, incluso, te ves en la tesitura de abandonar la terapia porque no te funciona, lo que implica buscar a otro profesional y vuelta a empezar. Pero no era ese el caso de Jimena hasta que un día acudió a la cita y no estaba su psicóloga de siempre.

En su lugar se encontraba un enfermero que la iba a sustituir porque estaba de vacaciones o de baja… poco importa. Jimena se quedó a cuadros como comprenderéis, porque no solo el contenido de las sesiones debe ser confidencial, sino que ya había establecido un vínculo y una confianza hacia su psicóloga, por lo que no concebía sustituirla, sin previo aviso además, por otra persona que además no era psicólogo.

Aquí me veo en a obligación de abrir un paréntesis para puntualizar que Jimena no acudía a terapia por una cuestión médica, es decir, se trataba de afecciones puramente emocionales, no era un TCA ni nada parecido que justificase quizá la presencia de un enfermero.

A pesar del shock inicial, Jimena se quedó en la consulta, al menos para que el enfermero le aclarase cuándo se incorporaría su psicóloga y por si tenía instrucciones por parte de ella para trabajar por su cuenta hasta la próxima sesión.

Durante esa breve sesión comentaron muy por encima lo motivos por los que Jimena acudía a terapia y cómo se sentía respecto al punto de partida. Al poco de empezar a hablar sobre algo relacionado con ansiedad, angustia, estrés… el enfermero le aconsejó que salir a pasear o hacer deporte era una buena manera de combatirlo. Jimena le dio la razón y le contó que le encantaba pasear en plena naturaleza siempre que tenía ocasión.

Tras aquella intervención, el enfermero insistió en el tema del deporte, de modo que Jimena tuvo que puntualizar que su trabajo es muy duro físicamente y que, unido a sus horarios, no solía tener una rutina de deporte como quien va al gimnasio, pero que desde luego hacía ejercicio y casi siempre iba a los sitios caminando.

Al poco, le empezó a sacar el tema de la dieta, sin ningún tipo de relevancia con la conversación. Dicho de otra manera, la interrogó para saber si comía fritos, dulces, comida rápida, etc. de forma habitual.

Ahí fue cuando Jimena se sintió totalmente atacada y reparó con detalle en la persona que le estaba hablando. El enfermero era un hombre joven muy musculado y con una apariencia cuidada al detalle. Ella le dijo de forma risueña y espontánea que si la estaba llamando gorda, a lo que añadió algo así como: “Yo soy curvy y me cuido, lo que me ha llevado a consulta no tiene nada que ver con mi cuerpo. No hago más deporte porque no puedo, pero me cuido y en cuanto a la comida, como menos de lo que debería y mis horarios de trabajo no me permiten picar entre horas”.

El enfermero se quedó muy sorprendido por la respuesta, según ella, estaba un poco cortado y no para de justificarse: “Es que me encanta el deporte, siempre recomiendo hacer deporte”.

Muy bien. Hacer deporte es fundamental, pero no puedes basar tu vida (ni tu personalidad) en eso, hasta el punto de atacar a una persona en un estado de vulnerabilidad emocional haciéndole sentir mal porque no se ejercita lo suficiente (según tu criterio).

Cuando me lo contó me sentí como una mierda porque no pasa un solo día que no vea un ataque gordofóbico, bien en redes o bien en personas cercanas. Y lo peor es que a veces son detalles sutiles que normalizamos y no le damos la importancia que realmente tiene.

Anónimo