El fotógrafo que contraté perdió las fotos de mi boda

 

Hoy vengo a contar un drama que, aunque es antiguo, aún sigue marcando mi presente. Me casé hace (la friolera cifra) de 20 años. Pensarlo me da vértigo, pero el paso del tiempo no es el argumento central de mi historia. Sí que es importante viajar hasta 2002, cuando la tecnología, pese a estar presente, era incipiente y las redes sociales se reducían a compartir alguna foto por Messenger o tener Fotolog. 

Como no podía ser de otra manera, el día de nuestra boda fue uno de los más importantes de nuestras vidas. Pasamos meses planeando cada detalle para que todo fuese perfecto. Entre los servicios contratados, contamos con un fotógrafo profesional para que inmortalizara cada momento de ese día tan especial. Renunciamos al vídeo por una cuestión presupuestaria, confiando que el recuerdo fotográfico sería más que suficiente. Lo pasamos genial, ¡fue un fiestón! Salió perfecto, mejor de que lo que jamás hubiésemos soñado. Sin embargo, no tengo ningún recuerdo. 

El fotógrafo perdió las fotos de nuestra boda 

Nos sentimos devastados cuando recibimos la noticia de que las fotografías se habían perdido. El fotógrafo explicó que el material había sido robado de su vehículo y, tras varias denuncias infructuosas en la policía, no había encontrado la manera de recuperarlo. Quizá os parece una tontería, pero la ansiedad me duró más de una semana. Lloré y lloré, no podía dormir. Me dolió muchísimo saber que nunca más podría revivir ese magnífico día a través de imágenes, que no podría compartirlo con mis hijos, que solo viviría en mi recuerdo. 

Tal y como anuncié al principio de mi historia, la tecnología aún era incipiente, por lo que en ese momento los móviles no tenían cámaras, o al menos los de mis invitados. No había fotos. Solo cuatro mal hechas por una cámara desechable que mis tíos dejaron a mi primo pequeño. Bendito desenfoque. En cualquier caso, la idea de que no pudiésemos revivir la boda fue desgarradora. 

‘Creando’ soluciones 

Si yo no podía dormir, creo que el fotógrafo no podía ni comer. Se sentía fatal, responsable. Luchó con el seguro de su material una cuantía económica que compensara (entre nada y menos) el daño. Hizo lo posible por remediar su error (que no fue un ‘error’ como tal) y nos invitó a una comida. Nos permitió invitar a nuestros seres queridos más cercanos. Era un restaurante humilde, de platos caseros. ¡Qué rico estaba todo! Además, el fotógrafo tiró de contactos y tuvimos DJ, animación y un primogénito photocall que nos sirvió para recrear algunas de las fotos perdidas. Además, nos regaló una sesión posboda en la naturaleza, antes de que el concepto ‘sesión posboda’ existiese como tal. 

Aunque no tenemos las fotos originales de nuestra boda, guardamos un hermoso recuerdo de la manera en que el fotógrafo se esforzó por compensar la terrible circunstancia del robo. Nos quedó clara su preocupación y su empatía, siendo consciente de que habíamos perdido un recuerdo insustituible. 

Como reflexión final, nos dimos cuenta de que lo más importante de nuestra boda no era tener fotos perfectas, sino el hecho de que nos casamos y comenzamos una nueva vida juntos, de haberlo compartido con nuestra gente. La memoria de ese día tan especial siempre estará en nuestros corazones y, gracias a la actitud del fotógrafo, también en algunos de los retratos que recreó en la segunda celebración. 

 

(Anónimo)