Lo de que la venganza se sirve en plato frío es totalmente cierto. Y no es que yo sea muy rencorosa y vengativa, pero la vida a veces me ha puesto en bandeja el placer de dejar un poco planchados a algunos tíos que no se portaron del todo bien conmigo.

¡Qué bien sienta poder rechazar sin miramientos a quienes te dejaron tirada en su momento!

Porque vuelven, muchos de los que pusieron alguna excusa estúpida o simplemente desaparecieron sin dar explicaciones, vuelven a tu vida en pasado un tiempo. Y aunque me parece perfectamente normal caer en el error de darles otra oportunidad, confieso que también lo he hecho, siempre recordaré con especial cariño cuando a otros pude decirles: ¡Ni de coña!

Una de las venganzas más épicas fue cuando me encontré en una fiesta a un chico con el que años atrás me había liado un par de veces. Nos mensajeamos durante un tiempo, y durante esas semanas él me mareó muchísimo (ahora sí, ahora no), hasta que desapareció sin remordimiento porque había vuelto con su exnovia.

Años después, una noche en la que yo iba absolutamente espectacular, y no es que me falte abuela, es que de verdad llevaba un vestidazo increíble que me sentaba de miedo, coincidimos. Estaba en el cumpleaños de mi hermana, y él trabajaba allí. No sé ni cómo me reconoció, pero me paró para saludarme.

Estaba delante de sus compañeros y quiso hacerse el interesante. Yo primero fingí que no me acordaba de él, detalle que seguro le dañó el ego, y cuando “caí” en quién era, le respondí con simpatía y naturalidad. Hablamos de lo típico: que si estaba guapísima, que si había pasado mucho tiempo, que si el trabajo… Hasta que le dije que tenía que volver a la fiesta. Pero, antes de marcharme, me pidió mi número de teléfono, ya que decía que lo había perdido.

Yo le pregunté que para qué lo quería. “Para escribirte y vernos algún día”, respondió. Entonces fue cuando pude decirle, con una sonrisa en la cara: “no hace falta que me escribas, porque yo ya no pienso quedar contigo”.

Me despedí y me marché, todavía medio temblando por la sorpresa y mi reacción. Después ya pude respirar, y la verdad es que me moló muchísimo poder haber cerrado así esa historia.

También recuerdo como grandioso otro encuentro inesperado con un “casi algo”. Aunque en realidad debería decir un “prácticamente nada”, porque muy a mi pesar no pasamos del tonteo. Yo estaba loquita por sus huesos, y él se dejaba querer encantado.

Me sacaba algunos años y cuando nos conocimos yo era muy muy joven e inexperta. No paraba de pensar en él, de imaginarme cómo serían sus besos, de fantasear con acostarme con él, de caer rendida ante cada una de sus palabras… Durante meses mantuvimos el contacto intermitentemente y fueron pocas las veces en las que llegamos a coincidir en persona, pero yo solo podía pensar en él. Se portó como un capullo, él sabía que me encantaba y siempre me dejaba con la miel en los sabios. Hasta que supongo que encontró otro entretenimiento y no volvió a hablar más conmigo.

Un día, pasados más de quince años, nos volvimos a encontrar. Yo estaba trabajando en una boda y él iba de invitado. Se acordaba de mí, y me saludó. Estaba demasiado mayor y feo, aunque seguía conservando el atractivo de una persona segura de sí misma que sabe cómo enredarte.

Charlamos durante no mucho rato, pues yo me tenía que ir ya. Y entonces me preguntó qué camino haría con el coche de vuelta. Como él había bebido un poco, quería saber si había algún control de alcoholemia en la carretera y si nos podíamos dar los teléfonos podía avisarle previamente. Me pareció una excusa horrible para conseguir mi número, pero muy típico en él.

Durante unos segundos dudé, ¿quería intentar probar lo que tanto había deseado años atrás? ¡Para nada! Le dije que no, que si había bebido no debía coger el coche, y que no iba a darle mi teléfono.

En sus ojos pude apreciar la sorpresa de un rechazo, no estaría acostumbrado, y la decepción porque la noche no iba a acabar tan bien como había imaginado al encontrarme allí. Le di dos besos y me marché para no volver a verle más. Desde luego él me lo había hecho pasar mucho peor en su momento, pero al menos pude vengarme un poquito.

Anónima