Mi ex era, y sigue siendo, un encanto de persona, tan encanto que en no pocas ocasiones sus ganas de quedar bien con todo el mundo han acabado poniéndose en su contra. Esta es la historia de cómo el hacer caso a las malas lenguas puede cargarse una relación y del ‘’te lo dije’’ más grande de toda mi vida.

Si bien es cierto que ambos solíamos salir con el mismo grupo de amigos, dentro de ese grupo había varios ‘’subgrupos’’, por así decirlo. Normalmente estos ‘’subgrupos’’ coexistían y se delimitaban únicamente a la hora de hacer planes, ya que había gente que era más de discotecas, gente que prefería quedarse de botellón y gente que era más de hacer planes caseros. Mi ex pertenecía a este último, que era con diferencia el más cerrado. 

Yo me juntaba a menudo con ellos, llegamos a ir juntos de vacaciones en alguna ocasión y tenía mucha amistad con sus integrantes: sin embargo no siempre me apetecía quedar con ellos, especialmente cuando quedaban para jugar a juegos de mesa o a rol, ya que son actividades que a mí nunca me han entusiasmado.

Este grupito se autollamaba ‘’La familia’’ y estaba liderado por una pareja en cuya casa solían llevarse a cabo todos los planes. Ellos tenían la potestad para invitar o excluir a su antojo y con el tiempo me fui dando cuenta de que parecía sentarles mal que yo prefiriese hacer planes con otra gente y que sólo me juntase con ellos cuando quedábamos en sitios públicos, yendo a su casa sólo en ocasiones como cumpleaños o cosas así.

¿Y qué pasó? Pues que mi pareja empezó a darles prioridad a ellos por delante de mí. Y es que a mí no me importaba que ambos hiciéramos planes por separado, ni mucho menos, pero hubo ocasiones en las que llegó a dejarme plantada media hora antes de nuestra hora de encuentro porque ‘’es que Fulanita me ha dicho que vaya a su casa’’, ‘’es que Menganito necesita que le acompañe no sé dónde’’…y claro, me acabé hartando.

Yo nunca he sido de montar bronca a la primera de cambio, así que lo hablé con él por las buenas: el funcionamiento de ese grupo me parecía completamente sectario, contaba con una estructura jerarquizada e inamovible en la que la abeja reina y su pareja mantenían el control de los espacios, de las actividades, de quién entraba o salía del grupo y de quiénes no aceptaban pasar por el aro que ellos imponían. 

Para colmo, mi ex tenía la puñetera manía de traerse siempre a alguien de ese grupo a los planes que hacía conmigo, incluso aunque le hubiera recalcado que me apetecía quedar a solas: llegó un punto en que prefería dejarme colgada antes que presentarse con quien fuera, según él por no incomodarme.

Al cabo de un tiempo pasó lo que tenía que pasar: yo discutí con uno de los integrantes de ese grupo por algo muy grave que hizo y que no viene al caso contar, con lo cual me alejé aún más de ellos ya que me sentía incómoda en su presencia. Entendedme, nunca prohibí a mi chico juntarse con esta persona ni condicionaba mi asistencia a planes en sitios públicos en los que hubiera más gente: simplemente no me apetecía compartir espacios más íntimos con esa persona, así que me desvinculé por completo de las escapadas, los planes caseros y demás si me enteraba de que esta persona iba a asistir.

La cosa podría haber quedado ahí, pero fue más allá: mi pareja me le seguía imponiendo. Era, según él, uno de sus mejores amigos y no podía dejarle tirado porque a mí me cayese mal, cuando yo lo único que pedía era que si quedábamos solos o en su casa NO LE INVITARA, no me obligara a estar con él. Para él, ese grupo era poco menos que su familia, sus más mejores amigos del mundo mundial, y aunque él dijera que no, lo cierto es que parecía valorar mil veces más su criterio y su compañía que la mía, hasta el punto de que empecé a advertirle de que su fijación con sus amigos iba a acabar destruyendo nuestra relación y que no sólo eso, sino que iba a acabar a malas con ellos en cuanto no quisiera pasar por el aro y con el tiempo se iba a arrepentir.

 

Al final pasó lo inevitable: era evidente que la relación estaba muerta, enterrada y agusanada, y de no haberme dejado él le habría dejado yo. Me dejó porque decía que estaba tratando de obligarle a elegir entre sus amigos y yo y que eso le dolía, que sus amigos no paraban de decirle que le veían mal y que esta relación le estaba consumiendo, y vaya, con el tiempo me enteré por terceras personas de que le habían metido en la cabeza que yo era una persona tóxica, posesiva y manipuladora que estaba tratando de aislarle de su círculo más cercano para tener vía libre para manejarlo a mi antojo. Dadas las circunstancias yo estuve totalmente de acuerdo en que lo mejor era cortar, así que ambos seguimos nuestros caminos por separada aunque hemos seguido manteniendo la amistad.

Al primero que acabó mandando a la mierda alrededor de un año después fue a aquel con el que yo había discutido al principio. Resulta que se acabó dando cuenta por otros motivos de que, efectivamente, era un niñato narcisista, manipulador y egocéntrico al que no le importaba hacer daño a la gente de su entorno con tal de salirse con la suya. Después, con el paso de los meses y los años, se fue distanciando de ‘’La familia’’: se quejaba de que siempre tenía que ser lo que ellos dijeran, que parecía que les sentaba mal que pudiera quedar menos porque estaba más ocupado, que habían empezado a echarle en cara que era un mal amigo…en fin, que mis profecías se habían ido cumpliendo una por una mientras yo observaba en la distancia comiendo palomitas, ya que por suerte hacía mucho que nada de eso era asunto mío.

Ojo, que yo todo esto lo sé porque me lo ha ido contando él: lo que no me podía imaginar era que iba a acabar coincidiendo con él en una fiesta después de tiempo sin vernos y me iba a acabar confesando lo mucho que se acuerda de mí. ‘’Ay, si te hubiera hecho caso…si te hubiera hecho caso, tal vez hoy seguiríamos juntos. No sabes cuantísimo me arrepiento de haber echado a perder una relación tan buena por gente que me ha acabado demostrando que tenías razón’’.

Ya, ya sé que está feo y que es algo que no se debe decir, pero sinceramente después de tantos años callándome y observando desde lejos, y en parte incentivada por las tres cervezas que llevaba, no pude evitar soltarlo: te lo dije.

 

Anónimo