Hace dos años, cuando te conocí, declaré que quería enamorarme. Ya con treintaimuchos y alejada de la trampa del romance, mi idea del enamoramiento se resumía en decirte que vengas a comer pollo y que vinieras, pero bueno, eso poco importa ya. Porque vaya que me enamoré. Nos enamoramos. Viniste, fui, comimos pollo un montón de veces. No lo publicamos en nuestras redes ni lo llenamos de florituras: más bien, disfrutamos de nuestro amor pequeñito, íntimo, muy nuestro. Pero, como todo lo exorbitante en esta vida, el enamoramiento se apacigua y da paso a algo nada menos que terrorífico: el amor.

Todas las películas hablan del enamoramiento y la peli acaba cuando se dan cuenta de que están enamorados. Fin. Todas las canciones hablan de enamoramientos no correspondidos, de amantes que se separan, del proceso de aprender a quererse o de chingar como monos en un trampolín (por decirlo de manera elegante). Pocas hablan del amor. Con referencias culturales así de escasas (y nuestra propia experiencia personal, casi nunca provechosa) uno al final no sabe qué coño hacer cuando pasas del enamoramiento al amor.

Porque, ¿qué es el amor al fin y al cabo?
En resumen, el amor no es nada de lo que imaginamos y es todo aquello que no pensamos que sería.

Nuestro amor no es un cuento de hadas. No fue química instantánea ni la sensación embriagadora de estar drogado, imperturbable, ciego a lo que pasa alrededor. No han sido los gestos grandes. No han sido ni las flores, ni las sorpresas, ni que me construyas una casa a dos manos como en el Diario de Noa (qué película más mala). Nuestro amor no es mariposas. Las mariposas, como el enamoramiento, viven aproximadamente un año. Lo dice la Wikipedia, y la Wikipedia no miente.

Nuestro amor si es, sin embargo, que bailes conmigo la canción del Mercadona en el Mercadona, porque sabes lo mucho que para mí significa la libertad de poder hacerlo. Aunque bailes fatal, chico, y los dos juntos seamos un cuadro. Nuestro amor es el esfuerzo que hemos hecho por conocernos, día a día, cada recoveco, para construir un espacio seguro donde podamos ser lo que queramos. Podemos ser malos. Podemos ser buenos. Podemos soñar con ser mejores y ayudarnos en la difícil lucha de reinventarnos. Podemos ser nosotros mismos incluso cuando “nosotros mismos” sean personas que no nos gustan, que nos avergüenzan. Es un nivel de vulnerabilidad al que cuesta acostumbrarse: la de que alguien te vea entera, desnuda.

Nuestro amor sabe que nuestros pedacitos peores se enfrentarán y se empujarán muy fuerte, con las manos abiertas, pero que eso no significa que estamos enfrentados. Enfrentados jamás, porque tú y yo jugamos para el mismo equipo. Tú y yo somos un equipo. Nos tenemos el uno al otro para los días buenos y para los días que no tanto. Soy tu cheerleader día sí y día también, tú eres mi abrazo en la alegría y en el consuelo. Estamos juntos para ser el doble de fuertes contra todo lo que nos venga, mirando siempre en la misma dirección, celebrando las victorias y qué más dan las derrotas. Nuestro amor sabe que el dolor es inevitable, pero se esfuerza porque el dolor jamás se convierta en daño.

Hemos dado el paso del enamoramiento al amor, y el nuestro sabe que no existe un para siempre firme, seguro, eterno. No sabemos qué pasará en una semana, si seguiremos juntos de aquí a un año, ni qué será de nosotros en cinco o seis. Nuestro amor sabe que existe la posibilidad de que no duremos para siempre – pero que trabajaremos mucho y nos esforzaremos cada día porque, ojalá, así sea.

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