Por mucho que intentemos negarlo, a los seres humanos nos siguen encantando las etiquetas. Muchos de nosotros intentamos renunciar a ellas en algunos ámbitos de nuestra vida por razones distintas. Por ejemplo, hay personas que no quieren “etiquetar” el tipo de relación que mantienen con otras, bien por miedo al cambio o bien porque son almas libres que prefieren disfrutar de las personas sin tener que establecer límites ni expectativas. 

Sin embargo, en la mayoría de situaciones, vivimos rodeados de etiquetas que nos encasillan en todo tipo de categorías, incluyendo el físico, la sexualidad, la política, la alimentación, nuestras habilidades, etc. A simple vista, pueden parecer muy cómodas, ya que nos permiten hacernos una idea de las personas que tenemos delante sin tener que pasarnos horas conversando. De hecho, en una entrevista con Natalie Portman, Yuval Noah Harari, un gran historiador, explica cómo tener referentes en común ayuda a que los seres humanos cooperemos los unos con los otros. Es decir, si eres “católico”, cooperarás más fácilmente con otras personas de la misma religión porque sabes que tenéis ideales y objetivos en común. Lo mismo pasa con las personas de tu mismo país, de tu mismo equipo o de tu misma ideología política. Sin embargo, el problema de las etiquetas empieza cuando acumulamos tantas que nos acaban limitando en nuestro día a día.

Sren Kirkegaard, un filósofo danés de la rama existencialista, dijo que “si me clasificas (o me etiquetas), me niegas”. El gran problema de hoy en día es que las personas nos clasifican desde que somos pequeños. Imaginad a una niña en clase de educación física. Le cuesta un poco coordinarse y se suele caer en las primeras clases y su profesor le dice que es muy patosa y que no vale para los deportes. Esa niña, sin darse cuenta, ya tiene asignada la etiqueta de que “es mala en los deportes” y probablemente pase su adolescencia intentando centrarse en actividades que no conlleven un esfuerzo físico. ¿Os suena esta historia? Afortunadamente, estamos avanzando mucho en esta materia y la aparición de deportes como el Crossfit, el cross-training, el entrenamiento funcional y muchos otros están introduciendo un estilo de vida saludable a muchas personas que creían que nunca serían capaces de practicar ningún deporte debido a traumas de la infancia.

 

“Las personas van a etiquetarte, pero lo que importa es cómo superas esas etiquetas” – Sophia Bush en la serie One Tree Hill.

 

Aun así, las etiquetas que más me preocupan son aquellas que nos ponemos nosotros mismos. Muchas veces, tomamos decisiones acerca de cómo queremos ser, nos colocamos la etiqueta, por ejemplo, de “muy buena amiga” o de “graciosa”, e intentamos siempre estar a la altura de ese papel. ¿Y qué pasa si un día estás cansada y lo que te apetece es apagar el móvil y no hablar con nadie? ¿Qué pasa si un día eres incapaz de verlo todo de manera positiva y hacer bromas? En esos instantes es cuando llega la culpabilidad, la ansiedad y la decepción por no ser siempre quién creías que eras. Un buen ejemplo de esto es Rawvana, la influencer vegana que fue sorprendida comiendo pescado. No quería dejar la etiqueta de ser vegana alrededor de la cual había formado su propia identidad y, por eso, lo ocultó a sus fans. Incluso ella ha reconocido en numerosas entrevistas lo que le costó la decisión de cambiar su dieta, a pesar de que sabía que era por salud debido a una serie de problemas gastrointestinales que estaba sufriendo. ¿Acaso mantenernos firmes a una etiqueta es más importante que nuestra propia vida?

El ejemplo de Rawvana también es útil para hablar del otro gran problema de las etiquetas, que tiene que ver con la creación de endogrupos y exogrupos. En sociología, un endogrupo es un grupo social del cual una persona se identifica como miembro mientras que un exogrupo es un grupo del cual dicha persona no forma parte. En este caso, podríamos decir tanto Rawvana como sus seguidores la identificaban dentro del grupo “vegano”. En su estudio La psicología social de las relaciones intergrupales, Vanessa Smith afirma que las personas tendemos a actuar más favorablemente ante miembros del endogrupo que ante los del exogrupo y también solemos atribuirles características personales y físicas más positivas que a los últimos. Por tanto, tendemos a tratar a los grupos a los que pertenecemos como una comunidad llena de personas buenas y con sentimientos (humanas), mientras que vamos, sin darnos cuenta, deshumanizando a las personas que no pertenecen a ese grupo. 

Cuando la influencer confirmó que había cambiado su dieta, dejó de pertenecer a su endogrupo y sus redes sociales se llenaron de haters y fans decepcionados que escribían emojis de pescados, GIFs, insultos, bromas, amenazas… De pronto, no era solo atacada por personas que rechazaban su alimentación vegana, sino también por personas que creía de su misma comunidad. ¿La razón? Todos creían que estaba equivocada, los “omnívoros” la insultaban felices de que se demostrara que ellos tenían “razón” y los “veganos” porque no había cumplido con todas las imposiciones de su etiqueta, a pesar de que la dieta de la chica seguía siendo en su mayor parte basada en plantas.

 

“No siempre hago lo que la gente espera de mí” – Meghan Markle en Suits.

 

Este es solo un ejemplo de los miles que podemos observar a diario. Tanto en foros (incluyendo el foro de Weloversize) como en redes sociales, vemos cómo personas critican, amenazan, juzgan sin ningún tipo de piedad a otras por el mero hecho de pensar distinto. Es decir, vemos el ejemplo perfecto de la deshumanización del exogrupo donde no nos importan los sentimientos de aquellas personas que no piensan igual que nosotros. ¿Y si todos empezáramos a comprender que no existe la “verdad absoluta”? ¿Y si aceptáramos que hay tantas interpretaciones del mundo como personas que habitamos en él? 

Escuchar una opinión distinta a la nuestra es una oportunidad para revisar nuestros valores, para conocer otras realidades, para ir descubriéndonos poco a poco. Y si después de escucharlo, resulta que esa opinión no va contigo, no pasa nada. No tienes por qué cambiar de opinión y también podrás comentar la tuya desde el respeto y la curiosidad. El gran problema de las etiquetas y de juzgar a la gente en base a ellas es que dejamos de sentir empatía por las personas sin apenas escucharlas. ¿No creéis que el mundo sería un mejor lugar si aprendiéramos a respetarnos y escucharlos los unos a los otros? Cuando imponemos nuestra opinión, cuando no dejamos que las personas se expresen tal y como son, las vamos matando poco a poco. Y yo prefiero un mundo lleno de colores y opiniones a un mundo gris donde todos estamos obligados a cumplir etiquetas que otros han creado por nosotros.