Hay veces que pasa así. Te pilla hormonalmente alterada, anímicamente floja y socialmente despistada y, de pronto… Durante el post parto (que ya es un momento en sí complejo) se me acumularon tensiones familiares, graves disputas con el colegio de mis hijos, complicaciones económicas, traiciones de amistades importantes totalmente irreconciliables, aparecieron problemillas de salud en casa, una sospecha de discapacidad de mi bebé y un par de diagnósticos de cáncer en mi familia para aderezar la situación ya de por sí tensa.

Los pensamientos intrusivos eran parte de mí. Constantemente aparecían en mi mente imágenes de posibles acontecimientos que podrían empeorar la situación, con su consiguiente taquicardia, sudor frío y ese otro pensamiento: “te estás volviendo loca”. Uno de los grandes miedos de mi vida. Supongo que mi estrecha relación con terapeutas y demás me han llevado a interiorizar un miedo atroz a volverme loca y no darme cuenta. Y es que es tan gratuito llamar loca a alguien, sobre todo si es mujer… Aquí uno de mis conflictos en ese tiempo, y es que una persona a la que consideraba familia, me hizo mucho daño y empecé a descubrir en nuestro pasado juntas un millón de mentiras y un montón de líos en los que metió sin darme cuenta y, en cuanto yo reaccioné y me puse firme, una vez más, su argumento consistió en decir, en tono paternalista, obviamente, que es que yo no estaba bien… Claro, qué casualidad que todas las personas que han tenido conflictos con ella, todas, estaban mal de la cabeza. Es tan fácil acusar… Y, por supuesto, su defensa ante todo es… ¡Efectivamente! Que ella tampoco está bien. Pero, amiga, ¿Quién está bien hoy en día? No hemos aprendido nada de tanto bombo con la salud mental. Algo así como el respeto a las emociones del prójimo, no criticar los procesos de cada persona ni utilizar sus problemas como insulto o invalidación.

Y es que no, no estoy loca. O quizá si, pero lo que sé es que este sobrepensar constante no nubla mi criterio si no que lo agudiza. Ojalá poder pensar en una sola cosa a la vez y no vivir constantemente con una lista de tareas palpitando en un cajón del despacho de mi mente, decorado con cuadros de mis preocupaciones más básicas, la música a todo volumen (normalmente con canciones infantiles que despiertan mi instinto asesino) y toda la mesa llena de papeles sin orden ni criterio que te impiden ver una sola cosa a un tiempo. Yo llevo todo esto dentro mientras intento leer, pero mi cabeza grita más fuerte y tengo que releer el mismo párrafo 3 veces para entenderlo, porque la lista de la compra no me deja pensar; mientras intento estudiar, pero la última discusión con la directora del colegio me viene en flashes sin permitirme memorizar nada; quiero hacer mil cosas, pero todo lo que requiere concentración y silencio supone un reto para mí.

Entonces empecé, como era de esperar, TERAPIA. Una psicóloga encantadora me ayudó a ordenar algunas cosas y a convivir con el desorden de otras. Me desahogué de verdad y pude oír de alguien que presuntamente sabe de lo que habla, eso que todos necesitamos de vez en cuando “es normal que estés así”.

Eran muchas cosas a la vez. Empecé retirando el factor hormonal que me estaba empujando a un pozo sin fondo. Después activé mi cuerpo para dejar en el sudor y el esfuerzo toda mi rabia y mi frustración, aunque esto me llevó a que mucha gente tuviese expectativas con un cambio físico, pero no señoras, voy al gimnasio para no matar nadie, voy para no sobrepensar fuera, no es mi intención adelgazar, pero gracias, me siento bien con eso… En fin… Y, en cuanto estuve fuerte, saqué las tijeras y empecé a cortar. ¡Qué liberador es cortar lazos con las personas que te hacen daño! Duele, es difícil, pero es muy refrescante. Corté con quien me aportaba más preocupaciones y cero apoyo, con quien traía solamente conflicto a mi vida. Hablé claro con la gente a la que, a veces por no hacer daño, consentí que me lo hicieran a mi y me expuse, sabiendo que estaba fuerte para lo que viniera, a personas con las que podría solucionar conflictos del pasado. Ya no duele tanto arañar cicatrices viejas cuando te sientes bien y ayuda mucho decidir qué parte quieres enseñar de la herida. No debe estar todo al aire, pero tampoco todo tapado, simplemente cogí el control, las decisiones ya eran mías, sin que nadie influya en ellas, sin que nadie opine.

De pronto me vi disfrutando del tiempo en soledad, descubriendo nuevas aficiones y sin querer compartirlas con nadie, solo para mí, para estar bien yo. Y es que me cansé de oír eso de que mis hijos necesitaban que yo estuviera bien, eso de quién cuida al cuidador, porque es cierto, pero duele. Aunque finalmente dedicarme tiempo a mí me llevó a estar aquí, pudiendo compartir de vez en cuanto mis cosas en este rincón, me llevó a conocer gente nueva y a abrirme al mundo, y también a ser mejor madre, no vivir deseando que llegue la noche, tener más ganas de reír y salir de paseo con ellos y poder acompañarlos emocionalmente en sus propios procesos.

Así, con ayuda, consciencia y mucho trabajo interno, sigo teniendo mi despacho mental lleno de cosas, pero el cajón lo abro cuando yo quiero.

PD: Si, ya, ya lo sé, soy muy intensa. Pero no me ofende, es mi forma de ser y me gusto así.