Hoy se cumple un año de la última conversación lúcida que tuve con mi madre. Después de esa la sedación ya era demasiado fuerte y no volvió a ser ella misma los pocos días que tardó en apagarse del todo. Mi madre se fue rodeada de sus tres hijos y su marido, pero el círculo se disolvió en cuanto nos confirmaron que lo que quedaba de ella era ya un cascarón vacío. Fue mi hermana mayor la que se coordinó con su viudo para organizarlo todo y encargarse de la burocracia. Mi hermano el pequeño desapareció antes de que pudiera preguntarle nada. Y yo me quedé en el hospital hasta que me echaron y luego me dediqué a pulular alrededor de ellos hasta que la enterramos.

Nunca me sentí tan sola como entonces. En una ciudad que ya no parecía la mía y con todas esas personas que eran poco más que desconocidos. Si no nos conocieran, o el parecido físico no fuese tan evidente, nadie se atrevería a decir que somos hermanos. Porque no nos dimos ni un solo abrazo, no nos consolamos entre nosotros. Apenas si nos saludábamos cuando uno entraba en la habitación en la que estaban los otros. Y eso, en gran parte, es culpa mía.

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La mayor y el pequeño nunca se llevaron bien. Yo, que soy la mediana, literalmente siempre he estado en medio de los dos, mediando entre ellos como si ese fuera mi propósito. La cosa funcionaba cuando éramos niños y no nos fue mal del todo durante la adolescencia y los primeros años de la adultez. Sin embargo, todo se jodió cuando me enamoré de mi ex y, cegada por él, empecé a hacer cosas de las que me arrepiento profundamente. No quiero descargar la culpa en terceros, lo que hice lo hice yo sola. Si bien no es menos cierto que, durante los años que duró esa relación, estuve completamente anulada y subyugada por él. Por demasiado tiempo me porté mal con mis hermanos, con mi madre. Provoqué fricciones entre todos ellos y ocasioné daños que, ahora lo veo, son irreparables. Y lo peor es que nunca tuve valor para decírselo claramente ni para intentar recuperar una relación que tal vez nunca fue de película, pero que era una relación de hermanos que, allá en el fondo, se querían. En cambio, ahora, ahora somos extraños que lloran por separado a la misma madre.

No consigo acercarme a ellos, del pequeño no tengo ni su número de teléfono. Lo he intentado a través de la mayor, pues, curiosamente, ahora ellos se llevan mejor que nunca. Siguen sin tener una relación de hermanos al uso, pero se hablan y mantienen el contacto. Que es mucho más de lo que tienen conmigo cualquiera de ellos.

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He intentado que me escuchen, he metido a terceros en la ecuación. El marido de mi madre, con quien se casó cuando ya éramos todos adultos, ha hecho todo lo que ha podido por ayudarme. Lo ha hecho por mí, pero sobre todo por su mujer, y ha sido en vano.

Porque se va a cumplir el primer aniversario de la muerte de mi madre y yo no he avanzado ni un ápice en el cumplimiento de la promesa que le hice. Porque, en esa última conversación que mantuvimos, mi madre me pidió que arreglara las cosas con mis hermanos. Y no soy capaz. ¿Cómo voy a hacerlo si ni siquiera me hablan, si no consigo ni la oportunidad de asumir todos mis errores y pedirles perdón por ellos? Seguiré intentándolo mientras viva, pero siento que es perder el tiempo y que me voy a quedar con el dolor de no haber cumplido su última voluntad.

 

Anónimo

 

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