Primera Parte

Segunda parte

Tercera parte

 

El golpe retumbó en su cabeza y la hizo perder la consciencia, pero su cabeza quedó muy cerca de la orilla y las olas que traían el embrujo del mar mojaron su nuca. La humedad que sintió al recobrar el conocimiento no era, por suerte, de la sangre que podía haber emanado del brutal golpe, si no del agua salada que la había hecho despertar.

Aún aturdida logró vislumbrar en la noche dos cuerpos que rodaban por la arena, golpeándose mutuamente y enzarzados en una pelea a vida o muerte. Quiso emitir un grito pero el oleaje y la poca fuerza que le quedaban ahogaron el chillido que salió de su vientre pero apenas logró cruzar su garganta y se ahogó al salir de sus labios:

  • Parad- apenas ella lo pudo si quiera escuchar.

Las dos sombras seguían forcejeando rodando por la arena. Algún que otro puño cortaba el aire en la noche, ninguno llegaba a su destino. Fue entonces cuando pensó que Dante podría ser uno de los individuos y sin que su cerebro enviara la orden a sus piernas, Carlota se puso de pie y corrió sin fuerzas hacia ellos. Sin saber de dónde sacó tampoco la energía, cogió un palo de los que la marea había arrastrado hacia la playa y con toda su alma atizó un golpe en la nuca a aquella sombra, la que no llegaba a reconocer con la oscuridad de la noche, pero estaba segura de que no era su hombre.

Al instante la sombra cayo inerte sobre la arena. Silencio. Solo la respiración agitada de las dos personas que aún quedaban de pie en aquella escena. Un borbotón de sangre manaba de la cabeza de la silueta que yacía tendida boca abajo.

Dante se incorporó como pudo con el cuerpo magullado. Apenas con un hilo de voz acertó a decir:

-¿Estás bien Carlota?

– Creo que jamás he estado mejor- contestó ella, imitando la respuesta que le diese aquella misma mañana. Tan solo habían pasado unas horas y Carlota había vivido uno de los episodios más agitados de su vida. 

Entonces Dante se acercó al hombre que mantenía su cabeza contra la arena, lo asió del pelo y levantó su cabeza para dejar que la luna iluminase el rostro del atacante. Aunque él ya sabía bien a quién se había enfrentado. Carlota se llevó las manos a la boca tapando su gesto de sorpresa. “No puede ser”, pensó. Aquel hombre había sido su cómplice en aquella tarde de chiringuito. La persona que le había reventado una botella de Jägermeister en la cabeza era Juanito, el DJ del Chiringuito La Luna. ÉL, que había sabido elevar a la pareja hasta el clímax al ritmo de la música más caliente y había hecho que el pum pum de los temas que encadenaba acompañara a Carlota mientras se entrelazaba con su amante, ¿había querido asesinarla?

Mientras Dante llamaba a la policía para que se encargasen del sujeto, Carlota daba vueltas, por la arena de la playa y también a su cabeza, intentando hallar el motivo por el que Juanito la había atacado de una manera tan brutal. Pronto se oyeron las sirenas, y al sonido de éstas la multitud se empezó a agolpar a lo largo del cordón policial que se improvisó en aquel trozo de playa. Después de tomarles declaración a ambos por separado pudieron irse a descansar. A pesar de ser tarde Dante volvió a hacerle a Carlota una proposición: si quería podían ir a las rocas del paseo marítimo a terminar de ver las Perseidas, se lo debía. Y también le debía una explicación.

Llegaron de la mano. No cruzaron ni una palabra pero sus miradas lo dijeron todo. Él la invitó a sentarse en una roca plana que tenía alrededor un par de ellas más en vertical, sobresaliendo, lo que hacía del sitio un lugar perfecto para tumbarse encima del pareo de ella y ver el firmamento sin que nadie pudiese verles desde apenas ningún punto de la playa ni el paseo.

Pasó su brazo por encima de los hombros de ella cuando comenzó a relatar la historia de por qué había sucedido el desafortunado incidente. Al parecer Juanito veía en Dante más que un compañero de trabajo. Desde el primer día que lo vio en el Chiringuito sus ojos habían brillado de una manera especial al mirarle y a él, que era muy sensorial, no le había pasado desapercibido. Las llamadas anónimas que había recibido en su móvil con número desconocido eran de un móvil de tarjeta que Juanito había conseguido a través de un tipo no muy legal del mismo pueblo. Por cuatro duros había largado todo y confesado la venta. Por otros cuatro más hubiera vendido hasta a su propia madre. 

Aquella noche había encerrado a Dante en el baño mientras recogían el local. Entonces todo le cuadró, él mismo le había dicho que había quedado con la chica de la playa esa misma noche para ver las estrellas. Los celos lo habían cegado e iba a por ella. Tenía que actuar. A patadas consiguió reventar la puerta que le apresaba y corrió lo más rápido que pudo hacia la orilla, por desgracia no pudo evitar el golpe con la botella. Pero por suerte, parecía que la cabeza de Carlota era dura de verdad. Ella rio a carcajadas.

  • Ya lo decía mi abuela, “Carlota, testa durota, a ti no te quita nadie nada de la cabeza ni a golpes”.
  • ¡Qué razón tenía esa Santa!- rio también Dante.
  • Y bien sabes que se me ha metido en la cabeza comerte y no voy a parar hasta hacerlo.

Ambos se miraron a los ojos, ciertamente les brillaban más que las Perseidas en el cielo. Mientras se sostenían la mirada una de ellas surcó el cielo. Destelló en sus pupilas, y la vieron el uno en los ojos del otro. Pidieron el deseo. Y deseo fue lo que explotó entre ellos. Se comieron con la mirada, con las manos, entrelazando sus cuerpos ardientes de pasión. Baile de lenguas, saliva y sudor con sabor a sal. Coreografía de caricias y besos, mordiscos y manos curiosas al principio, juguetonas después. Él supo hacerla llegar a la luna acariciando sus puntos más recónditos, ella supo hallar los puntos más erógenos de él. Una vez estuvieron preparados, húmedos, él notó el calor del interior de Carlota al entrar con suavidad en su deseo más ardiente y se compenetraron como lo hacen las olas del mar y la luna que marca sus mareas. Extasiados finalmente, se tumbaron boca arriba uno al lado del otro. Se dieron la mano y en aquel momento el cielo brilló más que nunca, vieron a la luna guiñarles un ojo, coqueta. Confirmando lo que ellos ya sabían. Ese sería el verano. Su verano. El verano más ardiente jamás contado.

 

MUXAMEXAOYI