Primera parte
Segunda parte
Fue el minuto más largo en la vida de Carlota. Dante recuperó poco a poco el color de su tez morena y por fin, después de la larga espera abrió la boca para decir:
Lleva días llamándome. No sé quién es pero lo hace de manera constante. Unas 10 llamadas al día. Las primeras veces contesté y solo oía silencio. A partir de la tercera, comencé a escuchar una respiración que se hacía cada vez más intensa. Aunque puede ser una chiquillada, no quita que me preocupe.
Carlota entendió entonces la cara de él y su manera de reaccionar. Lo conocía de apenas unas horas, pero intuía que aquel chico de mirada penetrante y besos apasionados era sincero con ella. Para eso ella tenía un sexto sentido.
Carlota había ido a la playa a pasar el verano a la segunda vivienda de sus padres después de un desengaño amoroso con una relación de muchos años y que termino peor que mal. Después de meses en los que le costaba levantarse incluso de la cama, había logrado una serenidad y una calma que solo Dante había podido alterar. Jamás había hecho aquello. Nunca había confiado tanto en un desconocido, pero sentía un vínculo con él y una atracción que difícilmente había percibido con ninguna de sus anteriores parejas.
Él, en cambio, pasaba el verano en la playa en casa de un amigo. Estudiaba Bellas Artes y había comenzado a trabajar en el Chiringuito para sacarse un dinero extra y poder hacer frente a un nuevo año de carrera. Carlota enseguida entendió la vocación de él. Usaba las manos y los dedos como un ángel. Cada roce en su piel ardía con la intensidad de un volcán en erupción.
Hablaron durante horas mientras los cócteles iban y venían de la mesa a un ritmo acorde con la música del local. Él mantenía la mano de ella cogida por debajo de la mesa y no dejaba de acariciarla con el dedo pulgar en ningún momento. Era la mezcla entre pasional y cariñoso que a ella le volvía loca. Lo tenía todo. Era como un sueño hecho realidad.
Cuando comenzó a caer el sol, la bebida había hecho su trabajo y Carlota no podía nada más que mirar aquellos labios que entre frase y frase la habían besado con la calidez justa para calentar al mismísimo Yeti de las nieves. Flotaba. Puede que por el alcohol, sí. Pero también por aquella conversación fluida con su acompañante. Y por qué no decirlo, la humedad de los fluidos también flotaba y se alojaba ahora en la minúscula parte de abajo de su bikini rojo.
El atardecer tiñó de naranja el cielo y la vista de aquella situación privilegiada dsde La Luna se hizo mágica. Ambos contemplaban el sol caer cuando Dante recordó que tenía que entrar a trabajar en breve pero que saldría temprano aquel día de diario, previó que no habría mucho movimiento aquella noche.
Hoy es la noche de la lluvia de estrellas. Las Perseidas que caen como lágrimas en el cielo, ¿te gustaría disfrutar del espectáculo conmigo?
Aquella invitación era demasiado tentadora como para rechazarla.
Claro- dijo Carlota sin apenas pensarlo. Esa noche prometía ser una noche que no olvidaría jamás. El cielo y la magia de las estrellas fugaces podrían ser un buen fondo para una noche ardiente de verano.
Se despidieron con un apasionado beso que él aprovechó para palpar las nalgas de ella y atraerla hacia sí, con firmeza, pero con un arte que solo él poseía. Si ella fuera parte del profesorado de la carrera que Dante cursaba, hubiera aprobado en aquel mismo momento. ¡Qué manera de hacer que el fuego subiera por su estómago! Aquello no tenía nada que ver con las mariposas, más bien eran granadas de mano sin anilla explotando en su bajo vientre.
Ya cuando ella había llegado al paseo de la playa, echó la mirada hacia atrás y lo vio a él. De pie junto al chiringuito, obnubilado mirándola. Acertó a despedirla con la mano. Ella le correspondió con el mismo gesto y su mano se posó en sus labios para lanzarle un beso. Él hizo el gesto de recogerlo del aire y llevarlo con ambas manos al pecho, allí donde se alojaba su corazón.
Cuando llegó al piso no podía aun creerlo, ¿qué había pasado? Parecía un sueño. Por favor que anularan todas las alarmas del móvil que ella no quería despertar. Ansiaba que llegase la hora en la que volvería a encontrarse con él. Besar sus labios, oler su piel. Aquella piel que olía a coco y era más suave que la sábana de Mimosín. Estaba a cien. Ni siquiera cuando fue a vestirse para llegar a su cita a la 1 de la mañana era capaz de discurrir qué ponerse.
Abrió el armario. No tengo nada para la ocasión, se dijo, mientras delante de ella se agolpaban toneladas de posibles conjuntos. Al final, eligió el que le pareció más acorde. Un vestido corto de seda negro, tirante fino y encaje en el pecho que resaltaba su figura. Para sus pies morenos y exfoliados por la arena de la playa, se decantó por unas sandalias con un poquito de cuña pero finas, éstas también de color azabache. El maquillaje sencillo y un collar con una media luna de plata y piedra de ópalo en el centró terminaron de completar el look para su noche. La noche en que vería las estrellas caer y pediría que aquella historia no terminase nunca.
El reloj de su habitación marcó las 00.30 cuando Carlota salió de casa hacia la playa. Habían quedado en la orilla del mar. Había anudado un pareo que le serviría de toalla a la cuerda de su bolso. Anduvo los metros que le separaban del agua con parsimonia. Disfrutando de la brisa que acariciaba su cara y ondeaba su pelo, del mismo color que el vestido que ondulaba entre sus piernas. Podía sentir el roce de la prenda y su calor interior hacía que hasta esa leve fricción la sumergiese en una espiral lasciva, caliente. Se sentía una diosa a cada paso que daba e iba directa a su altar.´
Con un gesto rápido pero certero, se sentó sobre el pareo en la arena húmeda que precedía a la espuma de las olas. La mar estaba sorprendentemente calmada y observarla aquella noche se estaba convirtiendo en un espectáculo.
No miro el móvil, pero calculó que sería cerca de la 1. Al poco sitió movimiento a su espalda. Cuando había pasado por el chiringuito ya estaba cerrado. Solo una luz tenue en su interior le dio la pista de que Dante podría estar terminando de limpiar el local. No se paró a observar el interior. Su cita no era allí. Si no en el punto exacto donde las olas hacían el amor con la arena y vertían su espuma en señal de gozo. Carlota esperaba a su amante con el deseo de un niño que espera su premio dulce, y ella, se había prometido comerlo todo y después chuparse los dedos, uno a uno.
Justo en el momento en el que esperaba el contacto de sus manos, quizás acariciando su hombro, quizás su pelo. En ese momento…ZAAAASSSSS! Un golpe seco. Un impacto. Algo duro contra su cabeza. Con fuerza. Mucha. Puede que hierro, tal vez acero. Un dolor que la hizo desfallecer. Y de nuevo, la oscuridad. La maldita oscuridad.
MUXAMEXAOYI