Soy una persona con unos valores y unas ideas bastante fuertes. Me encanta ver V de Vendetta cada poco tiempo y siempre se me pone la piel de gallina cuando oigo “Los ideales son a prueba de balas”. Siempre creí que las personas son lo que sienten y lo que creen a partes iguales. Para mi es muy importante rodearme de gente con valores que, siendo iguales o diferentes a los míos, los defiendan con respeto y teniendo en cuenta el sentido común (o como mínimo los derechos humanos, así, en general).

Hace ya unos años que me metí de lleno en esto del feminismo. Me costó un poco al principio pronunciarme sin miedo, dar mi opinión real. Pero poco a poco me fui radicalizando en mis ideas, sobre todo con respecto a la violencia machista.

Me tocó ver de cerca casos bastante evidentes, vivir cómo algunas victimas se sienten culpables, vulnerables, juzgadas por el entorno del maltratador por eso de que “saben que él nunca haría algo así”. Al final nadie sabe cómo es o cómo se comporta el otro en la intimidad de su casa, en las situaciones más privadas. Podemos asumir que Jeffrey Dahmer fuera un asesino en serie, a pesar de que su padre y su abuela creían que simplemente era un borracho y un vago, pero no que tu vecino Jose Luis le pega palizas a su mujer cada poco porque se le ve buena gente y saluda cuando te cruzas con él en la panadería.

Un día quise echar cuentas y, con toda la gente que conocía de oídas y los casos que me habían contado personas cercanas que habían oído ellos, tenía conocimiento de más de 15 casos de “denuncias falsas”. A ver, si repasamos las estadísticas, o vivo en la ciudad en la que viven el 100% de los pobres desafortunados y todas las locas del coño, o quizá es que juzgamos mucho más rápido a esa “ex loca” que a tu amigo que siempre te presta las pinzas del coche, porque puede que sea muy amable contigo, pero eso no lo exime de ser un hijo de la mierda con su mujer.


Y ahí estaba yo, en pleno discurso de “las denuncias falsas no son un problema social, ya que el porcentaje es ínfimo en comparación con los casos reales y peor aun si se compara con los casos que no se denuncian”, cuando me suena el teléfono y uno de los hombres más importantes de mi vida iba camino del calabozo.

Sentí literalmente como cada una de las esquinas de mi interior se derrumbase encima de todas mis emociones, sintiéndolas todas a la vez. Rabia, miedo, decepción, pena, incomprensión… Y sobre todo la presión de esa dualidad… Había jurado que jamás querría saber nada de ningún maltratador, fuese quien fuese. Jamás apoyaría a alguien capaz de hundirle así la vida a otra persona. Pero me tocaba estar cerca. Con asco, repulsión e intentando disimular para no lastimar a “los daños colaterales” (familia y amigos cercanos) que estaban muy preocupados.

Estaba presente cuando pudo salir del juicio rápido después de horas incomunicado. Solo podía pensar en que ojalá eso que hablan de la reinserción y las terapias funcionase de verdad, pero siempre tuve dudas así que, cuando empezó a decir lo alucinante que era que le hiciese eso a él, que no se esperaba una cerdada así, me fui dando un portazo y no quise saber más. A pesar de que mi relación con aquella chica era casi inexistente, sentí mucho por lo que estaría pasando, ya que este chico era muy querido y sabía que todo el mundo se le echaría encima. Entonces alguien me llamó para preguntarme si le había visto la cara a él, que estaba lleno de golpes y cortes. Supuse que en defensa propia. Poco después, un amigo de ella me llamó para contarme su versión y empezó a contarme cosas que no encajaban en absoluto con lo que yo sabía de él, hasta que contó algo que sabía perfectamente que era mentira porque yo estaba presente. Y ahí empezaron mis dudas, ahí empecé a levantar mi coraza y escuchar.

Lo vi encerrado en casa, con la luz apagada, sin levantarse ni para comer. Estaba exageradamente delgado en solo una semana, su cara era la de quien lo ha perdido todo. Decidí ofrecerle mi apoyo para que acudiera a algún sitio que le ayudasen a entender qué había pasado y cómo no volver a pasar por eso.

Lo convencí para que saliera y tomase un café con algún amigo, que le vendría bien. Pocas horas después me llamó llorando como cuando a un niño se le rompe en las manos un juguete nuevo, inconsolable. Se había visto con una pareja de amigos, ella tardó un rato en contarle que había quedado con su ahora ex novia para ver cómo estaba y que había alucinado. Estaba planeando un viaje con un tío al que conocía hacía pocos días, se iba a disfrutar de su nueva libertad con “la pasta que le saqué a ese hijo de puta”. Luego le contó que no soportaba la idea de que la dejase y no se le ocurrió otra venganza que denunciarlo, así si no estaba con ella, le costaría volver a estar con alguien. Confesó que le había sorprendido que le colase lo de la indemnización, ya que solamente tenía un pequeño negrón en un brazo (de cuando él la tuvo que sujetar para que dejase de pegarle en la cara) y además juró que haría lo imposible para que se saltase la orden de alejamiento y poder denunciarlo otra vez (como así hizo poco después).


Mi mundo entero se tambaleó, me sentía culpable por no haberle creído, traidora a mis ideales por estar hablando de una denuncia falsa pero, sobre todo, me corroía la rabia y la impotencia de saber lo mal que lo pasan cientos de mujeres todos los días y que, por culpa de tías como esta, son juzgadas y revictimizadas dentro de todo su sufrimiento. Además de la camaradería que se levanta alrededor de cada uno de estos casos. Porque ahora él, en su experiencia, defiende a maltratadores “hasta que se demuestre lo contrario” y, aunque no me guste, lo tengo que entender. A él le han jodido la vida en nombre del feminismo.

No voy a renunciar a mis ideas, son a prueba de balas y de denuncias falsas. Estos casos son anecdóticos, pero eso no significa que no puedan hundirle la vida a alguien y merezca el mismo castigo que un agresor, por desacreditar al resto de víctimas. Algún día este chico encontrará el camino, cuando duela algo menos, entenderá lo que es justo y lo que no. Y espero que nunca esa garrapata sufra en sus carnes lo que quiso hacer creer que vivió; aunque hay quien dice que sería justicia, yo no lo creo.