Hace un par de años comencé a trabajar como secretaria en una oficina en la que el jefe era el marido de una buena amiga mía. De hecho, fue ella quien me aconsejó pedir una entrevista allí cuando el puesto quedó vacante, ya que yo llevaba dos años laborales terribles, pudiendo subsistir gracias a trabajos temporales mal pagados y a los ahorros que tenía guardados. Hice la entrevista y dos días después me contrataron.
Estaba tan agradecida que mandé una cesta de regalo a casa de mi amiga, os lo juro. Por fin podía relajarme. Tenía un contrato indefinido y con un sueldo bastante bueno, desde luego mucho mejor de lo que había estado teniendo hasta entonces.
Los primeros días estaba algo nerviosa, pero mi jefe se comportó de una manera tan amable y relajada que pronto me sentí cómoda. Es cierto que, al ser amiga de su mujer, el trato era más personal que lo estrictamente laboral, lo cual facilitó que me sintiese a gusto en muy poco tiempo.
Trabajando para él comencé a conocerlo más, y pude ver que era una persona responsable y excelente en su trabajo. Creaba un ambiente laboral agradable y trataba a todos por igual independientemente de su rango en la empresa, lo cual, por mi propia experiencia, es bastante inusual en un jefe. Además, es un hombre bastante guapo y siempre va de punta en blanco a la oficina, y un día me sorprendí a mí misma aspirando con una sonrisa el rastro de perfume masculino que había dejado al pasar por delante de mi mesa.
Poco a poco me fui dando cuenta de los sentimientos que empezaban a nacer en mí. Pensaba en él a todas horas, buscaba excusas para ir a su despacho y verlo de nuevo, incluso empecé a visitar a mi amiga más a menudo para ver si me encontraba con él.
Os juro que en cada visita envidiaba a mi amiga con todo mi ser, de hecho lo sigo haciendo. Ella tiene lo que yo siempre he soñado: un marido maravilloso, dos hijos encantadores, un buen trabajo y una casa bonita. Reconozco que he llegado a llorar de envidia más de una noche al volver a mi solitario piso.
Esto está llegando a un punto extremo que me hace vivir amargada cada día. Voy a la oficina, hago mi trabajo mientras suspiro cuando le veo, vuelvo a mi casa y me lamento por vivir así. He vuelto a la consulta de mi terapeuta que, tras preguntarme si mi jefe me correspondía y yo decirle que no, me ha aconsejado comenzar a buscar otro trabajo para poder dejar este antes de que mis sentimientos se desborden y me superen.
Me rompe el alma pensar en dejar de verle cada mañana y me ha costado mucho hacerme a la idea de dejar un trabajo tan bueno. Pero ni yo puedo vivir así ni mi amiga merece que yo sienta todo esto hacia ella y su marido después de haberme ayudado tanto. Así que me he decidido. Es hora de volver a empezar en otro sitio.
Escrito por Carol M,. basado en un testimonio real anónimo.