La crianza de los hijos está llena de desafíos que te van dando en toda la cara con la mano abiertísima. Cuando crees que has superado la peor etapa, de repente ¡zas! Y te ves sumida en otro caos. Te toca a menudo tragarte lo que pensabas y aceptar que durante muchos años (¿acaso termina alguna vez?) vas a vivir constantemente entrando y saliendo de ciclos cargados de retos, aprendizajes y a veces desesperación. 

Mi hija se encuentra adentrándose en la adolescencia y, aunque creía que yo estaba mentalizada, no puedo negar que me ha sorprendido el cambio tan brutal. Esperaba que fuese algo más gradual, pero no, mi niña ha pasado de la noche a la mañana a interesarse por temas que un día antes le resultaban totalmente ajenos. Más bien diría a obsesionarse en muchas ocasiones, porque si algo caracteriza a esta etapa es la INTENSIDAD.

Todo en su vida es blanquísimo o negrísimo, sin matices. Y cuando digo todo es TODO, porque su discurso se ha llenado de extremos tajantes: siempre, nunca, todo… Cuando nos paramos a hablar, llegamos a la conclusión de que por supuesto no siempre es siempre, ni nunca es nunca, pero cuesta que lo vea. 

Puede ser agotador para nosotros como adultos responsables, de hecho lo es. Pero a menudo percibo que también es verdaderamente extenuante para ellos, y entonces consigo empatizar más con mi hija. Creo que la adolescencia es vivir en un estado de síndrome premenstrual continuo, como esos días en los que dices que te has levantado “cruzada”o “nublada como el tiempo”, como cuando te despierta de la siesta el vecino dando martillazos en la pared o en esas veces en las que llegas a decir que no te aguantas ni tú. Lo veo en sus gestos, en ocasiones hasta es capaz de verbalizarlo con una risa nerviosa, de verdad que ni ella misma se entiende. ¡Como para entenderlos nosotros! Me parece que solamente nos queda acompañarlos, sin frustrarnos intentando comprender su particular raciocinio. 

La mayoría de estas contradicciones son meramente anecdóticas, pero nos ayuda a congeniar con la dimensión de lo verdaderamente importante. Por ejemplo, mi adolescente me vuelve loca con el tema de las comidas: me cuesta muchísimo acertar. Aunque no suele ser complicada comiendo, va cambiando de gustos de un día para el otro. El otro día preparé unas bolitas de jamón y queso, y cuando las vio puso mala cara y dijo: ¡mamá, pero si ya sabes que no me gusta el queso! Lógico, pensaréis, pero es que le recordé que el día anterior había comido  sin quejarse macarrones con queso, y una semana antes tortilla con champiñones y… ¡Queso! No pudo más que reírse, comerse lo que había preparado y, unos días después, insistirme para que le comprase mozzarella porque quería probarla. ¡Pero a ella no le gusta el queso!

También recuerdo que para el comienzo de curso de este año me dijo, 15 días antes, que había visto a la venta en segunda mano una camiseta de una de sus películas favoritas. Reconozco que a veces sabe muy bien cómo convencerme, ya que a mí también me encantó, así que tras varios días insistiendo se la compré. Pero la chica tardó bastante en enviarla, por lo que no estábamos seguras de que llegase a tiempo. Cada día me preguntaba al menos dos veces por el estado de la camiseta, porque NECESITABA empezar el instituto llevándola puesta. Afortunadamente, el día antes, llegó. Pues tal y como la recibió, la estrenó sin esperar al instituto, porque resulta que ya había pensado otro “outfit” mejor. O sea, que la angustia pensando en que no iba a llegar a tiempo fue para nada.

Otra de estas contradicciones del día a día, que también tiene mucho que ver con la ropa, es con el tema de sentir frío o calor. Justo cuando hace un calor horrible, ella quiere ponerse pantalones vaqueros largos y zapatillas. En un día más fresquito, le apetece usar falda corta y sandalias. Yo la aviso, le recomiendo llevar otra cosa, pero no suele hacerme caso y al final acaba quejándose porque pasa frío o calor, ¡evidentemente!

Tampoco suelo acertar con ella respecto a los besos y abrazos. A veces se me acerca pidiendo un abrazo, porque dice que yo nunca lo hago. Pero eso no es ni mucho menos así, procuro respetar su espacio y no agobiarla, además que es ella la que también me rechaza a veces los besos y los abrazos porque soy “muy pesada”. Este ejemplo es uno de los que más me ayudan a entender sus inconsistencias y aceptarlas con cariño. Me parte un poquito el corazón cuando me reclama un abrazo, ya que yo me paso el día conteniéndome para no hacerlo porque se queja. 

Podría poner mil ejemplos, en los que seguro que os identificáis las y los que tenéis adolescentes en casa. Algunos más duros y difíciles de llevar, otros más banales que me ayudan a comprender que la mayor parte de su vida y de su sentir ahora mismo no responde a nada que tenga sentido objetivamente. Como en su gusto musical, aunque ahí me identifico bastante con ella. Ha pasado de idolatrar a Eminem a ser una swiftie y llenar su cuarto de fotos de Taylor Swift. 

Y así como cambian radicalmente sus gustos musicales de la noche a la mañana, cambia su estilo a la hora de vestir (por lo que, según ella, nunca tiene nada que ponerse) o de comer, cambia su humor, su cuerpo, sus vínculos… A veces se me hace muy cuesta arriba, por todas las discusiones que tenemos y porque no quiero que sufra. Pero otras veces me aporta momentos buenísimos y únicos que me ayudan a serenarme y hasta apreciar esta etapa. Sé que queda todavía mucho por delante, pero confío en que todo saldrá bien, con empatía, paciencia, cariño, límites apropiados, ¡y también con humor! 

 

AROH