Estoy embarazada, salida y frustrada.

Muy frustrada.

Y muy, pero que muy salida.

Había oído que esto puede suceder, pero nunca pensé que me iba a tocar ser de las que se pasan el día con el chichi encendido. Que parece que todo me pone, todo me resulta sugerente.

Qué desperdicio de hormonas, ganas y fluidos.

De verdad, qué pena.

Porque mi problema actual es que mi chico no quiere tener sexo.

Es decir, dice que quiere y además le creo (su cuerpo parece más que dispuesto), pero le da miedo. Teme hacerme daño a mí o al bebé.

Imagen de Amina Filkins en Pexels

Es especialmente frustrante porque al principio del embarazo lo que me ocurrió fue todo lo contrario.

Antes incluso de confirmar mi estado, mi libido estaba en sus horas más bajas.

Él iniciaba sus familiares maniobras de aproximación y yo le cortaba el rollo rápidamente, porque lo único que quería era dormir o vegetar en cualquier superficie blandita.

Luego nos enteramos de que estaba embarazada, qué alegría, qué bien todo. Pero mi deseo no regresaba y mejor no me toques, no vaya a ser que lo estropeemos.

Quise esperar a escuchar el latido.

Cuando escuchamos el martilleo de su minúsculo corazón, preferí esperar a las doce semanas. Ya se sabe que el primer trimestre es el más delicado.

Entonces todo cambió.

Cambió para mí. Hablé con mi médico, con la matrona y me convencieron de que, con unos cuidados mínimos y de puro sentido común, no había ningún riesgo.

Menos mal, porque de pronto no es que me apeteciese, es que iba perraca perdida.

Ay, fueron quince días de frenesí sexual. Las paredes de nuestro dormitorio no habían sido testigo de semejante frecuencia y repertorio jamás. Ni el sofá del salón. Creo que nunca lo habíamos hecho en la sala, de hecho…

Pero todo lo bueno se acaba y a mí se me acabó la tarde que mi chico sintió la primera patadita.

Si lo sé, no le aviso. Porque a partir de ese momento, se acabó el sexo con penetración.

Debía conformarme con lo demás.

Bueno… ni tan mal, eh.

Estoy embarazada, salida y frustrada
Imagen de Jonathan Borba en Pexels

A todo se acostumbra una. Hay mil formas de disfrutar y llegar al orgasmo, y yo quise probarlas todas.

Hasta que llegó a mis manos cierto artículo.

Estoy embarazada, salida y frustrada

Buscar consejo médico en Google no es bien. No lo es.

Ya sea porque no debemos confiar nuestra salud a una búsqueda cutre con dos o tres palabras clave. Ya sea porque internet está lleno de opiniones e información de todo tipo de fuentes y la mayoría no son fiables, eso lo sabemos todos.

Sin embargo, cuando te pones a buscar algo relacionado con cuestiones de salud, no sé por qué anulamos la razón y nos lo creemos todo sin filtrar. Sobre todo, lo que acojona.

Y yo leí que el orgasmo podía provocar un parto prematuro.

Veréis, mi hermana dio a luz cuando estaba en la semana veintisiete. Estamos muy unidas, por lo que yo viví muy de cerca la lucha de mi sobrinita.

Así que no, no más orgasmos para la menda.

Seguía salida y encima ahora frustrada por no concederme los desahogos a los que ya les había pillado el gustillo.

No pasaba nada, lo primero era y es la salud de nuestro bebé.

Ya había sacrificado otras cosas más importantes para acceder a la maternidad sin ningún tipo de miramiento. Podía esperar perfectamente.

Mi miedo a desencadenar un parto prematuro aplacaba mis ganas de mandanga.

Estoy embarazada, salida y frustrada
Imagen de Lucas Mendes en Pexels

Al menos así fue hasta que llegué a la semana treinta y siete.

Si me pusiese de parto, oficialmente sería un parto a término.

Ya no hay excusa que valga.

Quiero sexo.

Quiero sexo con mi chico.

Necesito un buen rato de besuqueo, toqueteos varios y que después me la meta desde atrás en posición de cucharita, que no me veo yo capaz de mucho más con esta barrigota.

 

Por favor, a ver si logro convencerlo de que su pene no va a romper nada ni a golpear nada que no tenga que tocar.

 

Un saludo de una salida 😉

 

 

Envíanos tus movidas a [email protected]

 

Imagen destacada de Jonathan Borba en Pexels