A veces, miro hacia atrás y me asombro de la cantidad de decisiones de mierda que he tomado. También he acertado alguna vez, sí, pero las malas elecciones han sido determinantes en mi vida. Si os pregunto: “¿firmaríais una hipoteca con alguien que aparece puesto de coca a la firma?”, dudo que alguien respondiera “¡por supuesto que sí!”. Pues yo lo hice.
Os explico. Yo llevaba ya casi tres años con mi novio. Él vivía con amigos. Yo, con mis padres. La situación en mi casa no estaba para tirar cohetes, así que decidí buscar un alquiler. Pero él, que por entonces tenía un poder inusitado en mi manera de ver las cosas, me convenció para comprar.
“¿Para qué vas a gastarte un dineral en alquilar, si puedes pagar menos por una hipoteca y tener la casa en propiedad?”. Me sonó bastante lógico. Después, me propuso comprarla juntos para convertirla en nuestro hogar.
Cuando estás hasta arriba de enamoramiento, que tu persona amada te diga que quiere formar un hogar contigo te suena mejor que un temazo house en un chiringuito de Ibiza. Así que acepté.
Y lo que se me prometía como una vivencia maravillosa se convirtió en un suplicio. ¿Quién se encargó de buscar casa? Yo. ¿Quién se encargó de negociar con el banco? Yo. ¿Quién se encargó de visitar pisos? Yo.
Llegó el día de firmar la hipoteca y no había forma de que cogiera el teléfono. Cuando por fin descolgó estaba muy, muy irascible. Me gritó que no pensaba ir al banco en vacaciones (era Navidad) y que lo había despertado.
A todo esto, conseguir sus documentos para que el banco nos hiciera la oferta también había sido una pesadilla. Se pasaba los días drogado, borracho o de resaca, y no conseguía dar con él. Cuando pude pedirle todo lo que necesitaba, me lo envió con gritos y quejas. ¡Y eso que estábamos cumpliendo su sueño de formar un hogar conmigo!
Finalmente vino al banco a firmar, no sin antes meterse una rayita para poder pasar la mañana. Por supuesto, durante el trayecto caminaba muy por delante de mí, haciéndome saber lo indignado que estaba porque lo hubiera despertado. Al llegar a la oficina, casi se la lía a nuestra agente porque se retrasó diez minutos en atendernos.
Y aun así, a pesar de todo este numerito (sólo la punta del iceberg), firmé. No era capaz de ver cómo sus adicciones y comportamientos condicionarían nuestra relación. No era capaz de escuchar a mis necesidades.
Ahora, años después y por fin separados, sigue debiéndome miles de euros de la entrada de aquel piso. Pero hay algo que he aprendido gracias a esto: JAMÁS decidas algo puramente material (hipotecas, compras, alquileres…) con el sentimiento. Aunque tu corasonsito te diga que esa es la persona de tu vida, ponle cinta de carrocero en la boca y deja que hable tu cerebro.
A ver si así, de una vez por todas, evitamos tomar decisiones de mierda.