Era una noche de verano de esas en las que una se pone un vestido largo pero aún así, se depila antes de salir por esos por si acasos que surgen de madrugada.

Y surgió. Vaya si surgió.

Entre baile y baile hortera con las amigas lo vi. Él y su piel oscura me llamaban a gritos. Ellas, que aunque borrachas lo pillan todo se dieron cuenta del interés momentáneo y me empujaron hacía él mientras gritaban ese dicho popular y feo, de «no hay felicidad completa hasta que un negro te la meta». Con un par.

Total, que hizo falta poco para que ambos desapareciéramos del bar. No sabía su nombre pero ya tenía su lengua en mi campanilla. El camino hacía casa fue más largo de lo habitual por esas paradas contra todas las paredes para magrearnos.

Llegamos a mi casa tras superar la gymkhana que resultó ser el subir a un cuarto sin ascensor sin separarnos las bocas y con las manos por dentro de la ropa, y nos fuimos directos a la cama. Los preliminares los traíamos hechos así que fue poco el tiempo que paso hasta que yo, luz apagada mediante porque a ninguno de los dos nos dio por encenderla, me giré y rebusque en mi mesilla de noche un condón.

Lo busqué, lo encontré y cuando me vuelvo a girar para ponérselo y seguir con el tema, no lo veo. Vuelvo a mirar y no lo veo mientras pienso que donde coño se habrá metido si yo no lo he sentido levantarse de la cama. Joder, que no he bebido tanto como para que un tío se levante de mi cama y no me entere. Estaba a dos segundos de coger el móvil para escribir al chat de amigas que se había pirado cuando de repente vi dos cosas blancas a la altura de la almohada. ¡Qué susto joder! En cuanto me di cuenta que esas bolas blancas que veía eran sus ojos no pude contener la risa. Me dio un ataque de risa legendario y él me miraba sin saber muy bien por qué y yo estaba a punto de mearme encima de la risa.

Que el tío no se había pirado, que no se había movido pero mi avería mental y yo no habíamos caído en esa mala combinación que es buscar algo oscuro en plena oscuridad.  Él seguía allí, sin moverse ni hablar así que cuando conseguí controlar mi risa me puse manos a la obra a lo que habíamos venido.

 

Le puse el preservativo y él siguió sin inmutarse así que continué tomando las riendas. Me puse encima y cabalgué como si llevara toda mi vida yendo a clases de equitación. Él, ni se movía ni gemía, ni emitía ningún sonido que indicara que en ese ser había vida por lo que se me cortó el rollo mientras pensaba ¿se ha muerto? ¿me lo he cargado? ¿y ahora que le cuento a la policía? Pero no. El susodicho seguía con vida así que tras la rayadura mental momentánea, terminé mi faena y le invite a irse.

Meses después nos encontramos en un bar y me preguntó por qué no le había vuelto a llamar.

No sé muy bien porqué no le llamé pero si sé que sí me hubiera echo gozar tanto como me hicieron reír sus globos oculares en la oscuridad, hubiera sido el hombre de mi siguiente vida.

 

Anónimo

 

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