De cuando se la chupé a mi marido y acabé en urgencias

Antes de que empecéis con las risitas, shatis que nos conocemos, es necesario que sepáis qué es la articulación temporomandibular y dónde está situada, aunque creo ya que os podéis hacer una idea. También se conoce como ATM en español o TMJ en inglés. Es la articulación que conecta la mandíbula y permite su correcto funcionamiento. En mi caso no funciona bien por culpa del Síndrome de Sjörgens, una enfermedad autoinmune y degenerativa que me jode las articulaciones, entre otras muchas cosas. Total que con 28 años mis articulaciones son las de una mujer de unos 60-70 años. 

Era miércoles por la noche, exactamente no me acuerdo qué estaba haciendo pero oí como mi marido metía al perro en el baño lo que significaba que quería sexy time conmigo. Sí, mi perro es muy pesado y cuando vamos a follar lo tenemos que poner aparte porque es que se mete en la cama con nosotros y nos corta todo el rollo.

Total que lo escucho decir baby desde el cuarto (sí soy la beibi). Cuando llego al cuarto, él ya estaba listo, despelotao’ y enterrado entre los millones de almohadas que tengo en lo alto de la cama. Total que me despeloto (ya hemos pasado esa fase donde nos ayudamos a despelotarnos, vamos a lo que vamos) y empezamos con los preliminares.

Ese día me sentía generosa y se me ocurrió la genial idea de bajarme al pilón. Estando yo bien entregada a la chupasión siento que algo no va bien. Al principio me cuesta siempre un poco, la musculatura de alrededor de la mandíbula  y la articulación en sí están frías por lo que necesito un poco de calentamiento, suelo ir poco a poco, – la felación es un deporte de fondo. No obstante, ese día algo no iba bien, me dolía más de lo normal y por más que trataba no parecía la cosa mejorar. Os lo juro por mi madre que iba a parar pero sin previo aviso la mandíbula se me encajó o mejor dicho, se desencajó. Mira que llevaría menos de dos minutos en la tarea. En ocasiones anteriores mi mandíbula había hecho el amago de desencajarse pero milagrosamente yo solita había conseguido devolverla a su sitio, esta vez no hubo manera.

De repente llego a la conclusión de que sola no voy a poder encajar la mandíbula en su sitio otra vez. Aún con la polla de mi marido en la boca entro en pánico y empiezo a gritar, eso en vez de polla se convirtió un micrófono. Entonces él salta de la cama preguntando qué pasa a voz en grito con la cara descompuesta y empieza a correr en pelotas por la habitación sin idea alguna de por qué había gritado de semejante manera. ¿Dónde está el bicho?, me preguntó. Yo, por mi parte, ya había roto a llorar y era incapaz de articular media palabra. Para que os hagáis una idea: cuando se te desencaja la mandíbula no puedes articular palabra alguna, hablas como si te hubiera dado una embolia y encima no puedes tragar, la baba se te cae, no te queda de otra más que escupir. 

Tras varios intentos de volver a recolocármela con las manos parecía que mi cuerpo se había olvidado de cómo se hacía y no nos queda otra opción que la de plantarnos en urgencias. Yo con una caja de papelitos para escupir debajo del brazo durante todo el trayecto en coche. Ya en urgencias me dan una bolsita para los vómitos en la que escupir mientras espero a ser admitida. En el proceso de admisión, la enfermera va y me pregunta que cómo había pasado y mi esposo va y le dice que estaba cenando cuando en una mordida la boca se me encajó. Os lo juro por lo más sagrado que no me quería reír, pero ¿es que no tenía el io puta otra historia mejor que inventarse? Menos mal que con la boca abierta y encajada esa mujer no se dio cuenta de que estaba intentando no partirme el culo de risa. Del llanto a la risa en dos segundos, sí soy.

Nos volvemos a la sala de espera, al cabo de una hora me llaman para hacerme unas radiografías, el médico tenía que evaluar los daños de la arriesgada tarea que es mamársela a mi esposo. Una vez en la sala de rayos donde éramos solamente mujeres, una de las técnicos me dice: “llevo trabajando en urgencias 4 años y esta es la primera vez que veo este tipo de casos. Son muy raros, ¿cómo ha pasado?”. A lo que le contesto: “¿de verdad quieres saber cómo ha pasado?”. Sin más explicación las tres rompemos a reír, yo particularmente como una foca porque con la boca encajada poca risa normal podía producir.

No pasó mucho hasta que el médico me llamó para la evaluación.  “¿Puedes tragar?”, me preguntó. Le contesté que no aunque lo que le quería haber contestado era: no, doctor, no voy a tragar más.  Al no poder tragar decidió pincharme los antiinflamatorios y los sedantes para que me la pudieran recolocar sin dolor. Os lo juro que fue la mejor noche de mi vida: llevaba un colocón… Nunca en mi vida he estado más a gusto.

Finalmente me recolocaron la mandíbula. Antes de irme el doctor va y me dice: recuerda bien lo que hiciste para no volverlo a hacer, es muy probable que te vuelva a pasar. Teníais que haber visto la cara de mi esposo la mismita cara que ponen los niños cuando le dicen que no hay más parque.  Os lo juro que si  su hombría no fuera tan fuerte, se hubiera echado a llorar ahí en medio. 

La próxima vez que la chupéis acordaros de mí y de los riesgos que conlleva el acto de la mamasión. 

Ana Scobey Garralón