Queridas lectoras de Weloversize, sirenas gordibuenas de mi corazón, necesito compartir con vosotras esta fatídica historia sexual para que os compadezcáis de mí, me contéis que vosotras habéis conocido a tíos peores, o me deis una palmadita virtual en la espalda. Lo que sea con tal de pasar página y olvidar este follodrama que tiene más de drama que de follar.

En diciembre me dejó mi novio. Bueno, quién dice dejar dice que me puso los cuernos con una compañera de su trabajo y a saberse con cuántas más. En el fondo más que enfado me dio pena (sobre todo por las pobres chicas que han tenido que aguantar sus “méteme un dedo por el culo que sino no me corro”). Aun así, en su momento lo pasé un poquillo mal y mi mejor amiga, harta de verme en la mierda, me obligó a descargarme el Tinder.

Tinder es como la casa de tu abuela. Sabes cuando entras, pero no cuando sales, y sobre todo no sabes la cantidad de huevos que te vas a comer una vez dentro. Conclusión: folle como la que más, pero hasta empezar a follar me tuve que llevar unas cuantas calabazas.

Lo curioso es que yo siempre he tenido un filtro muy infalible para los tíos de Tinder: nada de señores con la caña de pescar y un pez muerto (lo siento, me da repeluco), nada de señores con fotos de voluntariado en África en plan “mira qué bueno soy, échame un polvo porfis” y nada de señores futboleros. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo el fútbol? Pues nada, pero después de aguantar durante SEIS años a un señor obsesionado con Messi hasta el punto de querer saber hasta el color de su ojete, yo no quería saber nada de pelotas.

Cuanto menos quieres algo, más lo atraes a ti, y eso es lo que me pasó con Mario. Un tío que estaba MUUUUUUY bueno, pero que era MUUUUUUY futbolero. Todo su perfil de Tinder eran fotos relacionadas con el Real Madrid. Él en el Santiago Bernabéu, él con la camisetica blanca, él metido en una fuente celebrando vete tú a saber qué. Todo fútbol, y estaba tan jodidamente follable que mandé a la mierda mis principios y le di like.

Pues los azares del destino hicieron que él también me diese like y acabamos quedando en su casa para ver un partido. SÍ SEÑORAS, MENTÍ. Mentí como una cabrona. Le dije que me gustaba el fútbol a muerte, que era súper madridista, que me tocaba pensando en Zidane y que me iba a la cama pensando en Sergio Ramos. Mentí porque no había visto a un pibón igual en mi vida. Mentí porque llevaba meses sin comerme un colín. Mentí porque era el primer tío de Tinder en darme coba. MENTÍ Y LOS DIOSES TINDERIANOS ME CASTIGARON.

Os pongo en situación: él y yo solos en su casa viendo un partido que a mí me la sudaba lo más grande. Al principio me limitaba a decir “árbitro cabrón” y a fingir el entusiasmo cada vez que había un amago de gol como quien finge un orgasmo. La cosa es que a más cervezas bebía, más me empezaba a gustar el fútbol, y acabé dándolo con el muchacho.

Total, que el Madrid ganó y Mario se vino arriba. Nos empezamos a enrollar, a tope y acabamos pasando del sofá a la cama. Yo me bajé las bragas, abrí las piernas y él me la metió. No os miento si os digo que me la metió cuatro veces, CUA-TRO, y se corrió. Pero no, señoras. Eso no fue lo peor. Directamente eso no fue nada comparado con el punto álgido de la historia.

Cuando se corrió dijo “SHUUUUUUUUUUUUUU” como el puto Cristiano Ronaldo. Yo me quería morir, salir de allí, huir a Estados Unidos, buscar a Irina Shayk y decirle “mira nena, normal que dejases al Cristiano. I feel you, sis.”. Aun así aguanté la compostura porque pensaba que si había tardado 30 segundos en correrse, quizá me comería un poco el chochet para compensarme o yo que sé, para celebrar la victoria madridista. ERROOOOR. Me dijo “Bueno, no te vas a quedar a dormir, ¿no? Lo digo porque tengo sueño y te puedes ir marchando ya”. Y como no pintaba nada en esa casa del terror, me fui a la mía echando males de ojo a toda la peña que veía por la calle con la camiseta del Madrid. 

Anónima.