Sabes que follas poco cuando te hablan de juegos de cama y piensas en las sábanas. Que la última vez que ligaste de fiesta sonaba «Corazón latino» de David Bisbal y si desaparece Cuenca no te enteras. Yo estaba en esas, de pasar todo el verano metida en un pueblo fantasma, en un estado de desesperación y deseo de irme a un lugar paradisiaco, donde los prepucios me azotasen la cara con la brisa del mar. Sin necesidad de trabajar. Y que viniera a actuar Marta Sánchez dos veces al año para no olvidar mis orígenes. Estaba deseosa de pollas ceibes como radicales libres.

Cuando de pronto el destino me hizo un favor dándome un Match con un chico del pueblo de al lado. Tenía ganas de llorar de la ilusión. Sobre todo con sus fotos con el torso al descubierto desbrozando fincas, cortando pinos y cargando una carretilla. Yo no sabía muy bien si el Tinder se había convertido en «Granjero busca esposa», pero a ése carretillero iba a comerle todo el espárrago.

Como no había bares por la zona y daban tormenta para esa noche, quedamos directamente en su casa. Él me dijo que sus padres se habían ido de viaje y teníamos la casa para nosotros solos. La casa y el jacuzzi. Así que me puse el único bañador que encontré por la casa del pueblo que debía ser de cuando tenía 12 años y me cabía en media pierna. Parecía una prostituta liliputiense, pero lo que no muevan las ganas de follar amigas no lo mueve ni cristo.

Al llegar a su casa, el chico en directo impresionaba, mucho más guapo que en las fotos (debe ser que en el pueblo no se llevan los filtros) y yo sin embargo iba embutida como una morcilla de Burgos por el bañador, sin casi poder respirar. Me quedé todo el rato de pie porque si me sentase daría luz a mi colon de lo apretada que iba.

Y no pude obviar que se le marcaba tanto el paquete que iban a salírseme los ojos de las cuencas. Ay la puta, eso sí que era un paquete y no los de Seur. Me estaba poniendo tan cachonda que tenía los pezones como el candado de un penal. La virgen. Así que no pude evitarlo más y empecé a meterle la lengua hasta la campanilla y nos pusimos a jugar al tenis con las amígdalas. Y de ahí al jacuzzi a la planta de arriba. Un jacuzzi que estaba en la terraza al aire libre. Yo a lo pobre bañándome en el río y el rico del pueblo con un jacuzzi en la terraza.

Nos metemos con el bañador en el Jacuzzi mientras empezaba a llover y tronar. Menuda fantasía. Iba a ser el polvazo de mi vida. Como follar mirando al cielo sintiéndome Powder. Era sin duda el mejor Match de la historia mundial.

O eso pensaba yo. Hasta que se sacó el bañador. ¿Pero y la polla? Tenía más huevos que la granja de chicken Run, dos huevos como dos manzanas, pero un micropene que tuve que acercarme para distinguirlo. No podía ser verdad. De imaginar ese pele colosal yo había ido dilatando en consecuencia y ahora estaba tan dilatada que si me metiese el brazo podría robarle el reloj. Dios mío que sólo me iba a entrar aire.

Pero una vez ahí, mojada y tronando, pues chicas, el cuerpo no es una cárcel así que me puse el culo por montera a sentirme Powder. No sé vuestras experiencias, pero hacerlo anal en el agua raspa un poquito, y mirad que estaba salida pero aquello estaba siendo más difícil que 2º de la ESO.

Él gemía de una forma rara, a lo que yo entendí que era placer pero luego ya cambió a decir «joder, me duele mucho, esto es normal?» Así que al intentar levantarme se me subió un gemelo y me quedé retorcida en el jacuzzi pensando que me estaba dando un infartito.

A la vez al moverme nos dimos cuenta que el condón estaba un poco manchado de sangre. No podía ser. No me digáis que iba a acabar el verano con hemorroides. Pero no era yo, sino él.

– Es la primera vez que lo hago, ¿es normal sangrar?
– ¿Cómo que la primera vez…? ¿Que es la primera vez que lo haces por atrás? ¿La primera vez en un jacuzzi?
– No, que soy virgen.
– Pero…

Pero cómo iba a ser virgen ese cuerpo del deseo. Tierra trágame. Jacuzzi trágame. Tormenta échame un puto trueno y conviérteme en cenizas. O no follar o romperle el frenillo a vírgenes, no había término medio en mi vida. Mientras yo estaba con la pierna volteada intentando recuperar la movilidad, él se limpiaba con una toalla preguntando si aquello era normal. Como si yo fuese la Chicholina del sexo.

Así que mi temporada estival terminó en un centro de salud de un pueblo de monte, con una pierna escarallada y el otro con el frenillo roto, explicando al sanitario de turno que éramos jóvenes, salidos y básicamente yo le había roto su frenillo mientras me desconjuntaba las extremidades. Desde aquella nos vimos alguna que otra vez en fiestas de pueblos cercanos pero no volvimos a compartir Jacuzzi.

Autora: La Rompefrenillos

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