No soy mucho de salir de fiesta, pero cuando lo hago, lo hago por todo lo alto. Me quedo hasta las mil bailando y no suelo aparecer por casa antes de que amanezca. Esa noche no fue la excepción.

Empezamos con unas cañas y acabamos gritando como energúmenas en un karaoke de mala muerte. Allí conocí a Ángel (por ponerle un nombre cuqui a pesar de lo bicho que fue), que estaba igual de desatado que yo y se unió al escenario en más de una ocasión para hacerme los coros mientras yo cantaba por Nino Bravo. 

 

Entre copa y copa me sugirió que fuéramos a su casa y yo cachonda perdida, accedí. Me pareció un tío muy majo y tenía un punto nerd que me ponía la pepitilla a tope. Echamos un polvo aceptable, nada de fuegos artificiales ni bajada al pilón, pero no fue terrible. Y de tanto alcohol y fiesta me quedé dormida al segundo.

Cuando abrí los ojos unas horas más tarde estaba totalmente desorientada. Tardé un par de minutos en darme cuenta de que no estaba en mi casa y que aquella no era mi cama. Pero en la habitación no había nadie más. Solo un poster de Vetusta Morla que me recordó a Ángel porque habíamos hablado de ellos la noche anterior.

Estará en el baño’, pensé. Me puse a bichear Instagram mientras hacía tiempo, pero después de media hora allí no apareció nadie. Me vestí y salí de la habitación con miedo de encontrarme algo raro. Pero nada, la casa (vivía solo) estaba vacía y no había restos de notas de despedida por ninguna parte. Como no nos habíamos dado el teléfono no podía llamarle y la única opción era irme de allí y no volver a saber de él jamás.

Cosa que por otro lado era la única opción apetecible, teniendo en cuenta que el fulano me había dejado sola en su casa sin avisar previamente. Entiendo que fue su forma de huir, un ghosting físico. Pero chica, qué pocas luces, porque yo soy buena gente pero otra se va de allí con el bolso lleno de cosas. Ya que me dejas tirada, que al menos te acuerdes de mí.

Anónimo

 

Envíanos tus follodramas a [email protected]