(Escrito en 2019)

Ocurrió anoche. Hace tan solo unas horas que pasó todo lo que os voy a contar. Si es que todavía me sabe la boca a fiesta, y a otras cosas que os podréis imaginar cuando terminéis de leer mi breve (pero intensa) historia.

Una compañera de la universidad llevaba meses dando por culo (en el buen sentido) con la que se lía en su pueblo en carnaval. Que la muchacha no es de Cádiz ni de las Canarias, es más gallega que el albariño, pero se empepinó tanto en el fiestón que lían que terminó invitándome para demostrármelo.

Yo soy de las que no me pierdo una así que el jueves ya estábamos en el tren preparadas y dispuestas para darlo todísimo. Mínimo dos disfraces por día, e imprescindible el calzado cómodo. Os puedo jurar que llegué hasta a asustarme un poco ante tanto aviso, tanta preparación y recomendaciones. A ella se le notaban los nervios en el cuerpo, ¿pero no íbamos a una fiesta que te cagas? Me dijo casi histérica que no había mejor época del año que aquella, que el ‘entroido‘ lo llevan en la sangre. Sí, quise dar media vuelta y volverme a Madrid, ¿en qué tipo de secta me estaba metiendo?

Mi colega no mentía en absoluto. Nada más llegar su familia ya me recibió en medio de una vorágine de disfraces, pelucas y una carroza a medio terminar en el jardín. Aquel pueblo era una charanga gigante, no había ni un solo abuelete sin disfrazar. Era una maravilla.

Nos pasamos el día entero venga bailar en la plaza del pueblo. Los botellines de Estrella bajaban como el agua, y una tras otra las diferentes bandas iban animando la fiesta. Allí bailaban todos con todos, daba igual si los conocías o no. Yo solo alcanzaba a colocarme la enorme peluca afro que me había llevado mientras pasaba de unos brazos a otros. Me tiré casi tres horas sin poder parar de reír, es que aunque no conocía a aquella gente de nada, daba la impresión de que llevaba años en aquel pueblo. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una fiesta.

Cuando llegó la noche la cosa cambió un poco, en aquella pequeña pero abarrotada carpa quedamos la gente joven y los músicos que amenizaban el bailoteo. Pasamos de los botellines y la cosa se puso seria cuando mi amiga me ofreció el primer cubata. ‘Ahora sí que sí‘ pensé dándole el primer trago a mi ron cola fresquito. Hacía una noche jodidamente perfecta para estar en Galicia en pleno mes de febrero, éso y que ya estábamos todos un poco cocidos.

Entonces la charanga empezó a entornar un ‘desde que me dejaste‘ que me llevó directita a mi infancia frente a la orquesta de las fiestas de la patrona. Como una peonza desbocada giraba sobre mí misma como si estuviese bailando sola en mi habitación. Y en uno de esos giros al más puro estilo Bisbal, alguien agarró mis brazos para continuar la coreografía.

Cuando pude colocar de nuevo mi pelucón me dio el mayor ataque de risa de mi vida, un maldito Satisfyer con patas había decidido pedirme un baile. La cara de aquel chico estaba hundida tras el disfraz y yo solo podía llorar mientras me dejaba llevar por la música. Él intentaba decirme algo pero entre la cantidad de gente, el volumen de la charanga y mi peluca tupiéndome los oídos, aquello era imposible.

Cuando al fin terminó el temazo puse algo más de empeño en prestarle atención. El pobre hombre se estaba presentando. Era Manuel, el succionador, y lógicamente mi cara no le sonaba en absoluto. Se ofreció a acompañarme a por otra copa y de esa manera conseguimos hablar un poco más. El tema de conversación ya os digo que fue cero serio, recordemos que Manuel vestía un traje que lo convertía en Satisfyer, imposible hablar en serio con alguien así.

El tío estaba como unas maracas y pelín borracho, yo un poco más de lo mismo. Nos descojonamos juntos un rato mientras volvíamos a la carpa de la fiesta y cuando llegamos mi amiga me ratificó que lo conocía y que era buen chaval. En estos casos en los que parece que hay tonteo pero dudas un poco al no conocer al susodicho siempre es bien que alguien venga y te diga aquello de ‘buh, es buen tío‘, es como ese empujoncito que te falta para dejarte llevar del todo.

Y claro que canción tras canción Manuel el Satisfyer y yo dejamos de bailar para más bien restregarnos. En una de esas la cosa se puso brava y fui yo la que le llevé sus manos directas a mi culo para que entendiese que tenía línea directa con mi cuerpaso. Él lo comprendió a las mil maravillas y en cuanto pudo arrimó su cara a la mía para darme un buen beso.

Digamos que aquello fue complicadete, entre otras cosas por la forma de su dichoso traje. Por más que nos pegábamos, la zona que rodeaba su cara nos separaba, fue un beso frustrante, muy frustrante. Encima, para cuando pudimos unir nuestros labios yo no hacía más que escuchar a la peña partiéndose la caja. Me separé y vi a mi amiga entre ellos llorando de la risa.

¿Ves tu peluca? Joder, cuando os estabais morreando parecías un coño succionado.‘ Y vuelta a reír de nuevo.

Toda la razón tenían. Le pedí a Manuel que se deshiciera aunque fuera de la capucha pero es que el disfraz era una maldita pieza entera. Le propuse que se lo quitara, pero el amigo tan solo llevaba los gayumbos debajo. ¿Pero qué clase de idea era esa?

La noche seguía su curso y ahí mi nuevo amigo y yo continuamos calentando el ambiente. Debían ser casi las cuatro de la madrugada y en la carpa quedábamos aquellos que más lo estábamos dando. Ya había perdido la cuenta de los cubatas que llevaba, me seguía viendo divina cuando iba al baño pero lo más seguro es que mi disfraz estuviera ya para el arrastre. Así estaban las cosas.

De repente Manuel se volvió a acercar más de lo normal y me propuso que nos fuésemos a dar un paseito. Me gustan los paseitos, mucho más que cualquier otra cosa. Avisé a mi colega y me largué pueblo adelante con el succionador con patas.

Llegamos a una zona que parecía tranquila, había alguna casa pero también mucho campo alrededor. Solo había una farola iluminando toda la zona así que la gran parte del lugar estaba completamente a oscuras. Manuel me apoyó contra una de las paredes más escondidas y volvió a besarme ahora con mucha más soltura. Yo me dejaba llevar intentando obviar que me estaba enrollando con un Satisfyer. Había que tomárselo en serio, que si Manuel follaba tan bien como bailaba, aquello iba a ser mundial.

Cerré los ojos y dejé que recorriera mi cuerpo con sus labios y su lengua. Iba hacia mi escote, volvía a subir al cuello, me mordía ligeramente una oreja. Entonces sentí sus manos de nuevo en mi culo y casi en un susurro lo escuché preguntarme si podía seguir. Le di todos los permisos que necesitase, y noté como bajaba con cuidado mis medias de red. Yo llevaba una minifalda de piel que ya tenía a modo de cinturón y sin soltarme la cintura la boca de Manuel se dirigió directo a mi ombligo.

Después bajó con cuidado a mi entrepierna y allí se dispuso a hacerme llegar al cielo dando palmas sin parar. ‘My god! Pues sí que son buenos los succionadores estos…‘ pensé en aquel momento mientras Manuel jugaba un ratito con mi pepitilla.

Cuando ya había conseguido correrme como una animal me dispuse a hacer lo propio con el asunto de mi colega. Estábamos calientes a más no poder pero el frío de la noche empezaba a sentirse mucho más que antes. Fui directa a los calzoncillos y sin pensármelo dos vez agarré el manubrio de Manuel para hacer un solo de zambomba.

De pronto la única luz que tenía aquella farola se apagó y allí donde nosotros estábamos dándonos amorcito no se veía un carajo. Nos dio igual y continuamos a lo nuestro. Al fondo, más allá de aquella pradera, podía intuirse el amanecer. ¡Pero qué romántico momento! (o no…)

Sin perder en ningún momento el motivo de todo aquello, osea, el carnaval, me puse a cabalgar sobre Manuel todavía con mi peluca bien puesta. Él llevaba el traje remangado y yo ya no sabía si me estaba follando a un juguete sexual o a un tío del pueblo. También pasé de aquel detalle ya que, efectivamente, las caderas de aquel chico eran prodigiosas. Estábamos tirados sobre el pasto y acto seguido yo me puse a cuatro patas para terminar bien la faena.

Fue entonces cuando escuché no muy lejos una especie de cencerros. Abrí los ojos y miré hacia los lados, no vi nada así que seguí dejándome querer. Intentaba concentrarme de nuevo en el tremendo orgasmo que iba a tener pero aquel horrible cencerro volvió a sonar ahora más cerca.

¡Me cago en la puta!‘ Gritó Manuel dándome el susto de mi vida.

Solo sentí un movimiento brusco y la mano de aquel chico que tiraba de mi brazo intentando levantarme de golpe. Ni puta idea de lo que estaba pasando, al menos hasta que me puso en pie y vi tras de nosotros a un grupo de vacas acompañadas, por supuesto, de su pastor. El tipo se descojonaba y Manuel y yo, sin ningún motivo aparente, empezamos a correr pradera abajo que ni Heidi y Pedro en sus mejores capítulos.

En una de esas Manuel se soltó y pude verlo rodar campo abajo a una velocidad horrible y sin frenos. ¡Oh no, mi Satisfyer, mi pobre Satisfyer! No podía dejar de mirarlo, en algún momento pararía, pero mientras tanto era una estampa digna de ver.

Ya había amanecido cuando Manuel pudo reponerse de la croqueta épica que acababa de hacer. Le costó un mareo inesperado acompañado de una buena vomitera. Los dos volvimos juntos a la carpa, que estaba ya vacía, así que optamos por intentar desayunar y después cada mochuelo a su olivo.

¿Follodrama? Pues quizás, pero a nuestro favor debo decir que si tuviera que correr campo a través con alguien, ojalá más veces con Manuel enfundado en el mejor disfraz de la historia.

Fotografía de portada

Anónimo

 

Envía tus follodramas a [email protected]