Buenas a todas, me presentaré diciendo que me llamo Patricia y que siempre había querido tirarme a un sugar daddy, tengo 27 años, estudié magisterio de primaria y trabajo de recepcionista en una óptica porque aún no he conseguido pasar las oposiciones.

Pues bien, trabajo en una ciudad que no es en la que nací ni en la que viven mis padres, así que soy asidua a usar aplicaciones como BlablaCar o Amovens. Pues bien, la situación más rara que he vivido en mi corta vida empezó así, en un coche compartido.

Tenía que ir al hospital a hacerme unas pruebas y de ahí me bajaba a mi pueblo, el señor del blablacar super comprensivo vino a buscarme a la puerta del hospital en un señor todoterreno negro. Me contó que estaba separado, que estudiaba fotografía y que bajaba a mi provincia para ver a sus hijos antes de que recogiéramos al otro pasajero que viajaba con nosotros. Un señor ruso de unos setenta años que iba a la costa a ver si se compraba un piso en el que jubilarse.

Pues bien, el señor ruso se durmió antes de salir de la ciudad, roncaba cada veinte minutos con un estruendo que parecía que habían asaltado el coche unos mercenarios, se despertaba así mismo y volvía a sobarse inmediatamente. Pues bien, las casi cuatro horas de viaje con mi sugar daddy dieron para mucho.

Hablamos de política, de feminismo y de sexo. De mucho sexo. Casi que tres de las cuatro horas fueron hablando de follar, sin tapujos ningunos. De lo que a él le gustaba, de lo que a mi me gustaba, de cómo pensábamos que se tenían que hacer las cosas y de cómo definitivamente no teníamos que hacer otras.

Mojé el asiento del coche y eso que llevaba bragas y vaqueros. No iba más cachonda porque teníamos detrás a un señor ruso durmiendo la mona, si no le hubiera dicho que aparcase donde fuera que le comía todo el santo y maduro pene, pero no pudo ser.

Nos dimos el número de teléfono y el instagram, estuvimos hablando durante meses, hacía cosas un poco corta rollos como escribir ‘jejeje’ y preguntarme que por qué no le contestaba en cuanto pasaba cinco minutos sin mirar el móvil. Le dije que yo no era ser humano de contestar en el momento, que se relajase y que me diera un poco de aire, que nos veríamos cuando estuviéramos los dos de vuelta en la ciudad, que hablar mientras estábamos en el pueblo no tenía ni pies ni cabeza, porque no íbamos a hacer nada en mi casa con mis padres, ni en la suya con sus hijos.

El caso es que dejamos de hablar, pero no mucho. Cada dos noches teníamos sexting del bueno, con fotos incluidas. El señor tenía el pene muchísimo más decente de lo que yo jamás me hubiera imaginado. Me encantaba porque se ponía el móvil donde fuera, le daba a grabar y luego se plantaba delante con todo el paquetorro empalmado a darse manotazos en plan matamoscas.

El caso es que por fin llegué a la ciudad, le hablé para quedar y le falto tiempo al señor para decirme que esa misma noche estaba libre. Así me gusta, dicho y hecho. Quedamos a cenar en un italiano maravilloso en el cual ya me metió mano y me preguntó que si me vestiría de colegia para él. Le dije que eso era un poco de pedarasta, pero me dijo que no, que solamente le ponían cachondos los uniformes y que esa era el único que tenía de mi talla en su casa. Vamos, que aquí el daddy tenía a más de una hija adoptiva como yo. No me extrañaba para nada, con esas espaldas y ese nabo, tendría a media city haciendo cheking en sus aposentos.

Pues nada, vamos a su casa yo deseando que me hiciera todo lo que me había dicho que sabía hacer con pelos y señales. Le empiezo a morrear fuerte en la puerta, me para y me dice ‘espera, primero ponte esto’. Me saca un uniforme de dos centímetros de largo, con una camisa que no me abrochaban la mitad de los botones y unos calcetines que me llegaban por encima de la rodilla. Yo solo podía pensar ‘cuántas mujeres se habrán puesto esto antes’, pero no estoy para ser exquisita, cuando una necesita pene, cualquier mástil sirve pa bandera.

El caso es que salgo y me da un chupachups rojo, de esos con chicle por dentro y me dice ‘come’. Yo me pongo a comérmelo con toda la cara de guarra-inocente que sé poner y me tira a la cama, me quita las bragas y me dice ‘pásatelo por el coño’. Y yo claro, alumna obediente allá que voy a masturbarme con el collac con la esperanza de que se comiera el chocho dulce con alevosía. Cuando veo que Daddy Yankee lleva más de cinco minutos mirando sin hacer ningún tipo de movimiento le digo, ‘profe, ¿no te lo quieres comer?’.

Y EMPIEZA A COMERSE EL CHUPACHUPS

Yo ahí luchando por no parecer borde ni salirme del papel de buena estudianta, le digo: ‘¿no quieres comerte algo más’? A lo que coge el chupachups, lo pasa por mi toto y se lo vuelve a comer. Se dedica a recoger mi señor flujo vaginal y comérselo, yo lo miré en plan de bueno, ahora empezará lo bueno CUANDO SE COMA YA HASTA EL PUTO CHICLE.

¡¿¡¿¡¿¡¿¡¿Pues no coge el tío que va y se corre antes de llegar al palo de chupachups?!?!?!?!?!?

Lo oigo hacer como un medio gemido, me pone el collac en la boca todo baboseado y flujeado, lo miro con cara de asco y le digo ‘¿ya?’ y me dice ‘ya’.

Y SE PONE DE PIE Y SE VA AL ASEO. 

Mira, yo de verdad de corazón que no sabía dónde meterme. Así que me quedé ahí. En la cama. Con el chupachups en la mano. Esperando que me dieran órdenes O A QUE ME COMIERAN POR LO MENOS EL TOTO PEGAJOSO. A lo que sale del baño y me dice, ‘ya te lo he dejado libre para que te asees y te cambies’.

Me aseo y me cambio, flipando. Esperando un algo medio normal. Pues no, salgo y me dice ‘te acompaño a la puerta’. Y ME ACOMPAÑÓ A LA PUTA PUERTA.

Y fin. Porque no os esperéis algo más. ME HA BLOQUEADO Y NO HE VUELTO A SABER DE ÉL.

Los de mi edad me daban pereza, pero es que de esta me meto a monja o algo.

No me vuelvo a comer un chupa chups en mi santa vida.

 

Anónimo

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