Pocas cosas hay que me pongan más de un buen vikingo empotrador que escucharle gemir en la cama. Es así, es instintivo, primario y visceral. No voy a decir que yo sea precisamente discreta, pero si mi compañero amatorio me sigue el juego, entre los dos organizamos un coro que yo no llamaría celestial precisamente, aunque me haga ver el cielo a veces.

Desgraciadamente, chicas, en la vez que estoy pensando, no fue una de esas gloriosas ocasiones. No obstante, todo pintaba bien: alto, ancho, cabello largo recogido en una alborotada coleta y barba, una barba que agarrar y tirar de ella en según qué momentos. (Qué sería de mí sin los fetiches, queridas). Yo ya estaba dando palmas en dos lugares a la vez cuando me propuso subir a su casa, de modo que me terminé el refresco que me ofreció en dos segundos y me dije: «Al ruedo, toro mío».

Lo primero que me pide es una felación para «ponerse bien a tono» y yo, que soy muy de complacer, allá que voy con mis morros gruesos y mi lengua dispuesta. Pues qué os creéis, amigas mías.

Estoy yo allí abajo, en sus abajos bajos, dándolo todo: con la cabeza, venga cuello dale más, boca, labios, lengua, alguna garganta profunda de vez en cuando. Y el tío mirando al techo en silencio. Porque le oía respirar, que si no os juro que pienso que se la estoy chupando a un muerto. Si es que no solo le oía la respiración, también la mía, y hasta mi sudor por la espalda casi. Pensé que a lo mejor era tímido o que en una felación no tenía por qué dejarme sorda a gritos, así que dejé a medias mi tarea y me dispuse a cabalgar cual amazona.

De nuevo lo di todo, con un remeneo de cadera que ni Shakira. Creo que le gustaba porque tenía una ligera mueca en la cara, como constreñido, cejo fruncido… vamos, una cara de no cagar de manual. Y el chico en silencio. Cada uno es como es, pero a mí se me bajó todo el calentón a los pies, qué queréis que os diga. 

Me bajé del palo de vela y le pregunté si estaba bien, si le pasaba algo o necesitaba alguna cosa. A lo que el mozo me mira de medio lado, patidifuso, y exclama: «¿Y tú por qué paras, tía?». Ahora sí que gritas, hermoso. Pues mira, eso sí que no. El respeto dentro y fuera de la cama, los gritos, solo los de placer. Me vestí y le dejé tal cual empezamos: palote y en silencio profundo. Ciao, bello.

EGA