Me encanta el otoño.

La bajada de temperaturas, el color de los paisajes, la caída de las hojas, el cambio de hora…

Me gusta todo.

Y lo que más me flipa del otoño es la celebración de Halloween.

Sí, señores, esa gran fiesta que nos hemos traído de los Estados Unidos y que, en realidad, tiene sus raíces en una antigua tradición celta.

Que mucha crítica a los que nos gusta celebrar Halloween, pero no veo a nadie protestar por las ofertas del Black Friday.

Coño, es una fiesta, la cosa es pasarlo bien, disfrutar y celebrar, que para pasar penas ya tenemos demasiados días al año.

 

En fin, que ahora que ya se ven las primeras calabazas y calaveras en los escaparates, me he acordado de aquella noche de Halloween en la que me lie con un fantasma y… no lo vi venir.

Mi mejor amiga y yo íbamos a ir a la fiesta que organizaba una chica de la facultad. La chavala en cuestión pertenece a la típica familia adinerada y la fama de los eventos que montaba en uno de los casoploncios de sus padres traspasaba fronteras.

Si vierais las fotos del feed de su Instagram entenderíais por qué mi colega y yo nos pasamos más de una semana buscando el disfraz perfecto.

Allí no se escatima en decoración ni en catering ni en camareros. Porque, ya veis, hasta camareros hay en sus fiestas.

Después de mucho buscar terminamos tirando de un básico, pero con disfraces de calidad y sin que nos faltara detalle. Mi amiga de Morticia Addams y yo de su hija Miércoles. En sus versiones más sexis sin rallar en lo obsceno, ya sabéis. Bueno, el escote de mi amiga se veía desde la luna y mi falda era quizá un poco más corta de lo que debiera, puede ser.

Eso es lo de menos, que me estoy yendo por las ramas.

Llegó el día, allí nos colamos, en su fiesta nos plantamos y había coca cola para todos y algo de comer, y una barra enorme con sus camareros, y alcohol en vasos terroríficos, y telarañas y muy poca luz. Y mogollón de peña disfrazada, unos más currados, otros con una simple máscara, pero el espíritu halloweenero estaba fuerte.

Morticia y yo nos pillamos unas copas, nos pusimos a bailar y de pronto apareció el tío que le molaba vestido de Gómez, qué casualidad… Tardaron unos tres minutos en empezar a liarse como si no hubiera un mañana y poco más tardé yo en quedarme sola en aquel salón/pista.

Y en esas estaba, buscando alguna cara amiga entre tanta careta y pintura facial, cuando se me pone delante el fantasma más cutre que había visto en toda mi vida.

Miro de arriba abajo su atuendo consistente en una sábana de flores con dos agujeros para los ojos, otros dos para los brazos (por eso de sostener el vaso) y me dice:

 

  • ¡Estabas aquí!
  • (frunzo el ceño)
  • Llevo toda la noche esperando a que aparezca mi chica, por fin te encuentro.
  • (frunzo un poco más el ceño)
  • ¿No me reconoces?
  • Eeeeeh, ¿no?
  • Yo soy Casper. Y tú la chica de Casper.
  • Va a ser que no. Soy Miércoles Addams.
  • Para mí eres Christina Ricci.
  • Y tú para mí eres una sábana vieja que habla, no sé a donde nos lleva eso.
  • ¿Quieres decir que no nos vamos a liar?

Y me entró la risa.

Seguimos hablando un rato del universo paralelo en el que un Casper hortera podría terminar enamorándose de una Miércoles hipermaquillada y se fue acercando más y me puso la mano al final de la espalda y me dijo si salíamos al jardín.

No sé si es algo que me pasa a mí sola, pero a mí las manitas en esa zona me predisponen, pero mucho. Ejem.

En el primer rincón discreto que encontramos metí las manos por debajo de su amago de disfraz y él se me tiró al morro, sin quitarse la sábana. Paró justo antes de tocarme, intentó quitársela por un brazo, pero se le enganchaba en la manga porque el agujero era bastante apretado, así que se llevó las manos a la cara y desgarró la tela hasta que le quedó el rostro descubierto.

Me dio el tiempo justo de ver que era bastante agraciado y de pensar en que había estado a punto de liarme con él sin haberle visto el jeto.

Lo mismo no debía de haberme tomado aquellas cervezas previas en casa de mi colega.

Total, que lo tiro encima de un balancín muy cuco que había por allí, me siento sobre él y nos lo montamos en la penumbra del jardín, con el chico agarrado a mis trenzas y aquel trozo de sábana colgando que parecía que al pobre Casper le hubieran hecho un face off.

Sería la magia de la noche de los muertos, las habilidades fantasmagóricas del chaval, el alto nivel de alcohol en sangre… Lo que fuese, pero hacía mucho que no sentía una conexión tan salvaje con alguien.

Y a él le había pasado lo mismo, o esa era la sensación que me dio.

Volvimos a la fiesta, bebimos otro poco, charlamos un rato más, apuntamos nuestros respectivos teléfonos y nos fuimos de madrugada a mi casa a chuscar más cómodamente y sin sábanas de flores molestando.

Para tratarse de un ser etéreo, menuda pericia sexual. Uff.

Se marchó al medio día, después de enviarme un mensaje para comprobar que habíamos anotado bien nuestros contactos.

Imagen de Ryan Miguel Capili en Pexels

Me preguntó si estaba libre el fin de semana, le contesté que creía que sí y me dijo que ya hablábamos para quedar.

Y esperé a que lo hiciese él primero.

Pero no lo hizo.

Y cuando fui yo la que al final le escribió… no respondió.

¡Pues claro que no!

En realidad, ni siquiera me molestó.

Sólo me sentí un poco pava por haber esperado lo contrario.

Está claro que, si te lías con un fantasma, lo mínimo a lo que te expones es a que te hagan un buen ghosting.

 

 

Anónimo

 

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Imagen destacada de Ryan Miguel Capili en Pexels