Los culos, qué gran misterio. Durante años para mí ese pequeño orificio llamado ano había sido un gran misterio con una única función: cagar. No me imaginaba incorporándolo a mi rutina sexual, pero oye, sorpresas te da la vida.
Todo cambió cuando lo dejé con mi ex el innombrable, como Voldemort, y conocí a Toño, un empotrador ibérico que se convirtió en mi follamigo (más “folla” que “amigo”, a decir verdad). Con Voldemort el follisqueo era como pasar la ITV, angustioso, aburrido y posponiéndolo para el último momento por pereza. Lo hacíamos poco porque sólo le gustaba una postura, yo encima mirando hacia sus pies, y se corría en 2 minutos. Después se acababa la fiesta y yo me tenía que masturbar si quería correrme, cosa que tampoco me apetecía porque estaba 0 cachonda. En resumen, traumático.
Con Toño todo era diferente. Posturas, juguetes, cuerdas, lugares. Si me hubiesen dicho que yo, doña sosainas, iba a echar un polvo en el baño de un bar, me habría descojonado de incredulidad.
Y un buen día llegó la conversación temida: el ano, ese gran desconocido.
A mí lo que viene ser el tema anal me daba pereza máxima. Estoy segura de que hay gente que lo disfruta al 100%, pero conociéndome iba a estar más tensa que Frodo Bolsón en una joyería. Si quiero que me hagan daño, voy a que me hagan la cera. Total, que corté la conversación un poco por miedo, tabú, desconocimiento y prejuicios.
Y un buen día, queridas amigas mías, mientras Toño me comía el chumino sucedió el milagro: me dio un beso negro.
Inciso: el que le puso ese nombre no era muy fan de la técnica. El término “beso negro” suena como el culo, y nunca mejor dicho.
Total, que me puso más caliente que el queso de un sanjacobo. Era un placer nuevo totalmente diferente a lo que había experimentado en toda mi vida. Y sin comerlo ni beberlo Toño introdujo esa técnica en nuestra vida sexual.
Yo pensaba que ahí se acababa la cosa, pero no. Un par de semanas después mientras yo le comía el Calipo de fresa, me pidió que bajase a su agujero de mil arrugas.
Ay amigas, se me paró el tiempo en ese momento. Pero pensé “chica, si te ha gustado recibir, ¿por qué no dar?”. Y sin más dilación le comí el culo.
Respondiendo a vuestras dudas, no me dio asco, no sabía mal, no olía mal, y le puso (y me puso) cachondísima. Vamos, una experiencia de lo más recomendable.
¿Y cuál es la finalidad de este follodrama sin drama?, os preguntaréis. Pues nada más y nada menos que invitaros a perder vuestros prejuicios sobre el culo. Yo soy la primera que entiende que de primeras de un poquito de reparto, pero un ano no tiene nada de sucio (siempre y cuando la persona sea un poco limpia). Os juro que he catado pirulas con olor a requesón que me han dado mil veces más asquete que un culo.
Moraleja: si del follisqueo quieres disfrutar, un ano debes catar.