He tenido etapas en mi vida de estudiante en las que mis horarios eran algo caóticos. Tenía el sueño cambiado y me me acostaba a las tantas estudiando, pero, para sentirme acompañada mientras todos dormían, me ponía canales de televisión locales. A esas horas, solo emitían sesiones de tarot y zodiaco, y a mí me fascinaban y me divertían las conversaciones. Me acuerdo de aquella famosa bruja que amenazaba constantemente con poner velas negras, porque continuamente recibía troleo de gente que llamaba para echarse unas risas a su costa.

Con todos mis respetos, a mí estas cosas siempre me han parecido más entretenimiento que otra cosa, y he llegado a cuestionar a personas que se dejaban sus buenos cuartos en estas sesiones. Los pobres, según yo pensaba, solo quieren escuchar algo que alivie su inquietud, y esta gente se aprovecha de su incertidumbre. Hasta que fui yo la clienta.

Buscando respuestas

Hace unos años, yo andaba a vueltas con un exnovio que me traía por la calle de la amargura. Creía que era el amor de mi vida. Todo el mundo decía que hacíamos buena pareja y aventuraba que acabaríamos juntos, pero discutíamos constantemente. Yo tendría unos 22 años y, joven e inexperta, pensaba que aquello era normal, pero que el poder de nuestro amor podría con todo.

Rompimos y volvimos varias veces. En una de aquellas etapas de separación, a mí me comía la incertidumbre porque él tenía un físico y una personalidad que solía gustar. Había una chica que estaba más pendiente de él que las demás, y a mí me estaba comiendo la ansiedad.

Es verdad que sentía incertidumbre, sí, pero no fue por eso por lo que acepté a acompañar a una amiga a una pitonisa que ella conocía, en un barrio periférico de la ciudad. Ella también acababa de terminar con su ex, y yo decidí que las risas que nos echaríamos serían una buena distracción. Me acordaba de las sesiones de tarot de los canales de televisión locales, pero no daba ningún crédito previo al trabajo de aquella supuesta bruja. Ni al horóscopo, ni a la bola de cristal ni a nada de eso.

Escudriñando mi futuro

Mi amiga me vino a buscar en coche para ir a casa de la bruja, e iba tan nerviosa ella que yo la fui picando todo el camino. Me contaba supuestos aciertos que había tenido con otra gente, y yo, escéptica, le decía que eso era casualidad y que a todo el mundo le decía lo mismo. Aún así, iba dispuesta a gastarme 50 láminas en sus servicios. Por las risas, ya digo.

Llegamos a la casa de la mujer, que no llevaba pañuelo con monedas en la cabeza ni nada por el estilo. Era una mujer normal, entre sus 50 y 55 años, rubia y con zapatillas de andar por casa.

Nos invitó a una pequeña habitación que usaba para las consultas, llena de objetos curiosos. Yo, que iba por la diversión, anduve haciendo comentarios absurdos sobre el contexto y sobre el escenario, siempre sin faltar al respeto. La señora, supongo, pensó que solo estaba nerviosa.

Se quedó mirándome fijamente y luego me dijo:

Hay un chico importante en tu vida con la inicial “F”

Me quedé lívida y se me quitaron las ganas de cachondeo. Efectivamente, mi ex se llamaba Fernando y la bruja podría haber dicho cualquier otra letra y fallar, incluso la manida “J” de todos los nombres de tío. Pero dijo la “F” y dijo más:

-No lo llaman por su nombre de pila originario, se lo acortan. 

Y me sobrevino un calor de puro nervio, porque a mi ex todo el mundo lo conoce por “Nando”.

La mujer inició su ritual para echarme las cartas y yo hice lo que me pidió, aunque callada como una muerta. No entendía ni entiendo nada de tarot, por lo que no sé si se suelen dar pronósticos tan específicos o con tanto acierto.

Me vino a decir, palabra arriba, palabra abajo:

-Veo aquí a un chico, el que empieza por F, al que tú quieres mucho. Él a ti también, pero la relación no ha cuajado. Discutís mucho. Ahora no estáis, ¿verdad?

Asentí sin pestañear, absorta en aquella sucesión de figuras que mostraban las cartas.

La mujer dominaba varios métodos de adivinación y me pidió la mano para leer la palma, a lo que accedí obediente. Poco tuvo que mirar para retomar el hilo de la historia que había comenzado a ver en las cartas.

-Vuestra historia no ha terminado todavía. No puedo saber qué va a pasar, si vais a estar juntos o no. Solo veo que está inacabada. También veo a dos personas que, por la posición en la que están, aparecerán en vuestras vidas de alguna manera. 

Supuse que una de ellas podría ser la chica que lo rondaba y pregunté:

-¿Una de esas personas es una chica? ¿Cómo es?

La pitonisa me dijo:

-No lo sé… Pero parece que se va a quedar un tiempo.

Ella vio mi cara de decepción y sospecho que sonrió para sí misma, viendo cómo había descolocado a la graciosita escéptica de turno. Pero quiso apiadarse de mí y añadió:

-La otra persona puede que sea un hombre y que venga por ti. Es más, diría que tiene un nombre muy común, muy español, ¿sabes? Algo como… Francisco, Javier, Antonio… 

Para cuando empezó con mi amiga, yo me había quedado muda y ya no dije nada más. Pasé el camino de vuelta resoplando y diciendo lo fuerte que me había parecido aquello. Mi amiga, animada por lo que el futuro parecía auspiciarle, según la pitonisa, era la que se reía de mí. “Te lo dije, te lo dije”, repetía.

Y se cumplió

Nando estuvo tonteando con María, la chica a la que yo temía. Comenzaron con una relación intermitente y no en exclusiva, así que, de cuando, venía a echar un polvo conmigo. Siempre acabábamos discutiendo porque yo quería más, porque me consideraba la titular y que ya era hora de que se dejara de historias y me diera todo lo que le pedía.

Dejamos de quedar y, meses después, supe que se había puesto en serio con María y que tenían planes de irse a vivir juntos. Lloré mucho al saber que Nando se me escapaba definitivamente, aunque era muy orgullosa como para ir a pedirle una última oportunidad.

Lo mejor que me pudo pasar es que apareciera en mi vida quien ahora es mi novio, unos meses después. Iniciamos una relación que se ha cocido a fuego muy muy lento, con muchas dudas de inicio. Me acabé convenciendo de que era él por cómo me siento cuando estamos juntos, así que nos casamos en unos meses. Por cierto, se llama Antonio.