Siento una debilidad especial por una de mis mejores amigas, y es fruto de la admiración.

Mi amiga entendió mejor que ninguna que la presión social no podía regir las decisiones más trascendentales de su vida. Por eso no se plegó al miedo a la soltería. No ha renunciado a tener pareja y le gustaría vivir una relación sexo-afectiva sana y bonita, pero no la fuerza. Si pasa, pasa. Si no, la vida ya es lo bastante plena e interesante.

Lo mismo con la maternidad. Entiende su contexto, que es el de mujer de clase trabajadora, así que no quiere embarcarse en la aventura de ser madre soltera. No le importaría tener hijos con una pareja afín. Pero, si no aparece, tampoco le importa no tenerlos.

De ella admiro su visión práctica de la vida, su increíble capacidad para valorar lo que tiene y, a la vez, lidiar de la forma adecuada con las expectativas. Y para ello no ha tenido que hacer un ejercicio denodado de deconstrucción personal, no. Es algo que fluye naturalmente.

Mi amiga, sin pretenderlo, me ha mostrado en la práctica que se pueden cultivar relaciones muy estrechas y significativas, más allá de parejas e hijos. Si es tan evidente como parece, ¿por qué tomamos tantas decisiones precipitadas por miedo a la exclusión, la soledad o a no sentirnos queridos?

Ella se ha hecho presente en los momentos vitales destacados de sus amigos, desde bodas y embarazos a despidos y divorcios.

Ha curveado baches junto a quienes pasaban un mal momento.

Escucha con paciencia, respeta las posturas, contrapone de un modo asertivo y evita que las diferencias se enquisten, hablando claras las cosas que considera que tiene que hablar.

Ayuda en lo que puede cuando puede.

Afortunadamente, ese cariño que ha proporcionado a sus familiares y amigos se ha retroalimentado. Como ella está, estamos para ella.

Solteras o casadas, todas las incluimos en nuestros planes del día a día y, mejor aún, en nuestra visión de futuro.

No le faltan manos extra cuando es ella quien tiene una necesidad.

Recibe un trato en la línea del que proporciona, y ha sabido dejar ir y poner límites a quien ha venido a aprovecharse de su buena fe.

Ella me ha enseñado cómo cultivar, fortalecer y apreciar las relaciones. Darles el valor que merecen y no categorizarlas por el tipo, sino por la calidad. Se puede tener una relación más sana y bonita con un amiga que con una pareja. No será un amor romántico lo que compartáis, pero sí un amor verdadero. De los que curan, acompañan, crean recuerdos bonitos y son antídoto contra la soledad.

Pensé en ella cuando leí este pasaje del libro “Todo lo que sé sobre fiestas, citas, amigos, trabajo, vida el amor”, de Dolly Alderton, que recomiendo:

Cuando busques el amor, y parezca que nunca vayas a encontrarlo, recuerda que, seguramente, tienes acceso a una abundancia de amor. Simplemente, no es del romántico. Puede que con ese tipo de amor no te besen bajo la lluvia o te propongan matrimonio. Pero te escucharán, te inspirarán y te ayudarán a recuperarte. Te abrazarán cuando llores. Celebrarán que estés feliz y cantarán canciones de “All saints” contigo cuando estés borracha. Tienes muchísimo que ganar y que aprender de ese tipo de amor. Puedes llevarlo siempre contigo. Manténlo tan cerca como puedas”.

Mantén cerca a las personas así. Por lo que te dan y puedes darles, pero, sobre todo, por lo que te enseñan. Por la manera en que se erigen naturalmente como referentes a la hora de cosechar relaciones que merezcan tiempo y cariño. Perdamos el miedo a un futuro de soledad sin padres, parejas o hijos, y preocupémonos por estrechar lazos afectivos sólidos con quienes conectemos, sin importar el parentesco.

Azahara Abril

(Instagram: @azaharaabrilrelatos)