Hoy me apetece jugar. Por lo que me enfundo en mi vestido negro favorito y me pongo mis medias de liga.  Me visto los labios de rojo y me subo a mis tacones. Sólo hay una cosa que obvio completamente, y es mi ropa interior.

Tú esperas pacientemente en el salón mientras voy dando vueltas por toda la casa acabando de arreglarme. Voy tarde, como siempre. Y cuando por fin llegamos al ascensor la discusión de siempre:

  • No sé cómo lo haces, pero siempre acabamos saliendo tarde.
  • ¿Pero y lo guapa que estoy? Siempre vale la pena.

Y tú refunfuñas y no dices nada. Entramos corriendo al taxi y una vez dentro sigues molesto:

  • Anda tonto, dame tu mano.

Poco a poco la introduzco por debajo de mi vestido, y después de unos segundos de sorpresa, veo esa mirada de deseo que me vuelve loca.

  • Creo que esta noche va a ser muy divertida – Concluyes.

Y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. No me ha hecho falta decirte nada. Mi cuerpo ya lo está haciendo. Pezones erectos y ya me siento mojada. Nos espera una gran noche por delante.

Llegamos a casa de nuestros amigos y nos dirigimos a la habitación a dejar los abrigos. En menos de lo que tardo en dejar el bolso ya me has empujado contra la pared, levantado mi vestido y empiezas a lamer con delicadeza mi sexo mientras me aprietas fuerte las nalgas.  Me retuerzo de placer y se me agita la respiración. Y de repente paras:

  • Esto es sólo el comienzo. Que lo sepas. Ya te puedes ir preparando por hacerme llegar tarde.

A partir de ese momento yo sólo pienso en llegar a casa. Pero no, vas a hacerme sufrir. Durante la cena tus manos se cuelan por debajo de la mesa acariciando mis piernas y acercándose a mi clítoris. Ni si quiera lo rozas, pero yo ya estoy tan cachonda que no sé dónde meterme. Hasta que en medio de la conversación empiezas a introducir tus dedos en mi vagina. Con cuidado. Muero de placer. Estoy deseando que me poseas hasta la saciedad. Y se me nota.

  • ¿Estás bien cariño? Te veo un poco acalorada.
  • Todo bien mi amor, deben ser las hormonas.

 

Acabamos la cena, que para mí ha sido eterna, y por fin nos dirigimos a la habitación a buscar los abrigos. Mientras, nuestros amigos siguen hablando en el salón. Ajenos a lo que está pasando entre nosotros. Nada más entrar me lanzo a tus labios con desesperación. Y tan rápido como lo hago, me levantas y me subo a horcajadas en tu cintura.

De repente apoyas bruscamente mi espada sobre la pared y me penetras. Intento ahogar el grito de placer que se escapa de mis labios.  Lo estábamos deseando. Una, dos, tres embestidas. Y de repente paras:

  • Anda, coge el abrigo que nos vamos para casa. Esto ha sido sólo un anticipo.

Me dejas en el suelo, me das un cachete en el culo y me pasas el abrigo. Creo que nunca he tenido tantas ganas de llegar a casa.

 

Anónimo

 

Envíanos tus relatos eróticos a [email protected]