Sigo asustada por la situación de mi amiga Tania. Ella vive en una casa adosada con sus dos hijas y su novio. Le costó mucho, tras el divorcio, hacerse cargo sola de la hipoteca a la vez que coordinaba sus horarios con las necesidades de sus hijas. Su madre siempre la ayudó en lo que pudo y ahora, que al fin había encontrado a un hombre respetuoso y cariñoso que la acompañe en su locura de vida, se ven atrapados en una situación que escapa de su control y que la mantiene en un estado de alerta permanente.

En la casa que colinda con la suya al lado derecho, vive una mujer que, como ella, se separó del padre de su único hijo hace unos años. Al poco tiempo de desaparecer su marido, Tania vio en su vecina que algo estaba cambiando y no para bien. Cuando el niño llegaba del colegio, pasaba rato timbrando hasta que su madre se despertaba para abrirle la puerta. La veía salir por las noches a tirar un montón de botellas al contenedor de vidrio que tenían cerca de casa y Tania sospechaba que no eran de agua con gas.

Pasado casi un año, aquella vecina con la que siempre había tenido buen trato, perdió el trabajo y su problema con el alcohol empezó a ser mucho más evidente. Siempre llevaba el pelo sucio, la ropa manchada y salía en zapatillas a los pocos sitios a los que acudía. Del colegio, sabía por sus hijas, que le habían mandado varias notas por mandar al niño sin merienda o por no tener el material necesario.

Tania se asustó mucho la primera vez que la vio revolviendo en la basura. Separaba cartones y frascos vacíos de los desperdicios de las casas de sus vecinas. Al ver a Tania le dijo que su hijo necesitaba material para una manualidad para el día siguiente y la había avisado muy tarde. Pero pronto empezó a ver desde fuera cómo se acumulaban en el salón de su casa montañas de cartones de la basura, bolsas cerradas e incluso reconoció un termo roto que ella misma había tirado días antes.

El niño iba al colegio y al volver a casa, desaparecía entre la basura que su madre acumulaba. El olor este verano empezó a ser insoportable y, al compartir algunas estructuras con la casa de Tania, su casa empezó a oler mal también.

Con más pena que vergüenza, timbró a su vecina para preguntarle, con mucha delicadeza, si sabía de dónde vendría el olor tan intenso que llegaba a su casa. Ella le dijo que el ayuntamiento debía haber acudido hacía mucho para solucionar un problema con la retirada de las aguas, pero que no daban venido. Tania pudo ver desde la puerta un montón de bichos corriendo por el pasillo de su vecina, pero no supo qué hacer.

La vecina del otro lado, con la que Tania no compartía nada, fue a hablar con ella y le contó cuantas veces había discutido con ella, pues sus hijos pasaban asustados al ver salir las cucarachas de su casa.

Tania, una mañana que llegaba tarde a llevar a las niñas al colegio, entró en su habitación y, mientras les cantaba una canción para despertarlas pronto, pero de buen humor, levantó la persiana tan de golpe que la rata que no sabía que estaba escondida en el cajón de la persiana, se calló para dentro de la habitación. Todas gritaron asustadas y el novio de Tania acudió veloz a la caza de aquella rata, que no era pequeña.

Ese mismo día llamó a una empresa de plagas. El técnico le dijo que podía ayudarla a eliminar las ratas que sí habían invadido el falso techo y las persianas de su casa, pero que tuvieran en cuenta que pronto tendría que volver a llamarlo. Conocía el caso por otra vecina y sabía que el nido de ratas y cucarachas venía de la casa de al lado. Ella se ofreció a pagarle la intervención en la casa de su vecina, pero él le explicó que, tratándose de un caso de acumulación de basura, él no podía hacer nada. Primero tendría que venir un servicio de limpieza a retirar los sacos y sacos de basura que allí había.

Tania, junto con sus vecinas, llamó al ayuntamiento, a asuntos sociales, a la policía… Pero nadie parecía poder hacer nada. Se vio obligada a cerrar a cal y canto su casa. Sus persianas siempre bajas, sus ventanas siempre cerradas y varios deshumificadores encendidos para intentar eliminar los olores propios de una casa que no se ventila. Se le están cumulando humedades, se niega a cocinar pescado o comidas muy olorosas por no poder abrir las ventanas de su cocina. Sus hijas viven en penumbra y todo mientras las instituciones públicas se pasan la pelota unos a otros dejando a Tania y su familia encerrados en su casa y al hijo de su vecina totalmente desprotegido y abandonado.

Luna Purple.

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