En la época que estudiaba en la universidad empecé a encontrarme mal físicamente.  Sentía como si estuviera muy mareada y me fuera a caer redonda al suelo, como si me fuera a desmayar. Las manos siempre estaban con un cosquilleo, tenía un dolor intenso en el pecho, como si me aplastara, me costaba mucho enfocar la vista y las piernas se me ponían rígidas y se movían de manera espasmódica.

Este cuadro hacía que me asustara mucho y que tuviera que ir a mi casa de cualquier sitio donde me encontrara, de clase, de un bar, de una discoteca,  de la biblioteca, de la playa,  de la calle, me sentía mal en cualquier lugar. 

Llegaba a casa y necesitaba tumbarme en el sofá, nerviosa, llorando, histérica,  asustada con la sensación de que iba a morirme y sin saber por qué me encontraba tan mal. No estar bien físicamente me hacía estar triste y la tristeza hacía que no tuviera ganas de nada y así empezó como una pescadilla que se muerde la cola.

Entonces, vivía con mis padres, mi madre no sabía cómo ayudarme y yo no sabía cómo hacerme ayudar. Intentaba salir y estar como las personas de mi edad,  riendo y con mucha energía pero me era imposible seguir el ritmo.

Había días que conseguía por un momento estar bien, pero cuando me confiaba, ahí estaba la horrible sensación, me encontraba tan mal que no podía quedarme, me tenía que ir y me hacía sentir fatal el hacerlo, deseaba quedarme.

Llegaba a mi casa lloraba y lloraba, asustada, me tenía que coger las piernas de los espasmos que me daban y el agobio me hacía deprimirme más y más.

En esta situación, me encontré durante 7 meses, sin poder hacer vida normal, volviendo a casa a toda prisa porque me daba la sensación que iba a morirme en la calle. 

Después de ese tiempo empecé a ir a la psicóloga,  me diagnosticaron ansiedad y depresión,  que normalmente suelen ir unidas y la verdad es que no entendía nada, si todo en mi vida estaba bien, ¿yo, ansiedad? Tenía amigxs, iba a clase, mi familia me cuidaba… no entendía cómo había llegado a eso, pero ahí estaba. Mi vaso se había llenado de pequeñas gotas sin darme cuenta y se había desbordado, no importaba mucho la razón pero ahí estaba y tenía que entender qué era la ansiedad y cómo dominarla en lugar de que fuera la ansiedad quien manejara mi vida.

Aprendí que la ansiedad aparece porque tu mente piensa que te encuentras en una situación de peligro y avisa a tu cuerpo para que reaccione, hiperventilas para tener más oxígeno para salir corriendo,  tus músculos se preparan para huir, tu corazón bombea más sangre, todo está a punto para esa situación de la que te tienes que alejar a toda prisa y que no existe.

Así que,  al final lo que estaba haciendo era hacer caso e irme de todas las situaciones cada vez que mi cuerpo se comportaba así, dándole la razón cada vez a mi mente y creando una rutina que no hacía más que agravarse y repetirse.

Una vez conoces lo que te pasa es mucho más fácil reconocer los síntomas sin asustarte (tanto), ya la ves venir, ya sabes lo que es. La psicóloga me mandó deberes para hacer cada vez que aparecía y técnicas de respiración.

Solo con notar los primeros síntomas, me tranquilizaba bastante saber lo que era, no es que estuviera enferma físicamente,  sabía que era ansiedad y eso fue muy reconfortante.

Encontré trabajo y el tener la obligación de no poder irme cuando quería me ayudó mucho también a superar  esa época durísima de mi vida. Hoy en día sigo teniendo ansiedad, creo que quien la tiene una vez ya le acompaña para siempre, no sé cuando se va a dejar ver, pero cuando aparece ya no me da miedo, sé lo que es y aunque es molesta puedo con ella.

Tanit Cano Lorente