Esto es lo de siempre. Cuando te echas novio más o menos formal que para cuándo la boda. Una vez casados, que a ver cuándo nos animamos a darle nietos a nuestros padres. Y ahora que lidio con la idea de educar a un pequeño terremoto de dos años y medio, que qué hago esperando tanto para buscar la parejita.

Y a mí me parece perfecto que la vida para algunos esté estipulada de este modo, pero de verdad lo digo, esa presión de querer imponernos hasta cuando parir… no. Por ahí no paso de ninguna de las maneras.

He crecido en una familia numerosa, somos tres hermanas que tuvimos (como todos) nuestros más y nuestros menos tanto durante la infancia como la adolescencia. Y aunque tengo un recuerdo feliz y pletórico de esa época, no me veo en absoluto preparada para hacer frente a dos retoños al unísono. Mis padres pudieron con tres, fueron fuertes y vencieron, pero yo no. Huelo la derrota a años luz.

Lo leía hace unos días y me sentía súper identificada, un reciente estudio ha revelado que ser padres de un segundo hijo deteriora la salud mental de los progenitores. Concuerdo del todo, doy fe y sello a fuego si es necesario. Porque lo he vivido y lo tengo delante de mis narices cada día con amigos y miembros de mi familia. Y porque es de lógica aplastante.

Tú tienes un hijo o una hija en edad infantil y piensas ‘oye, pues si quiero darle un hermanito es ahora el momento, para que se lleven pocos años y eso‘. Estas todavía luchando con el estrés y el trabajazo que conlleva educar a una criatura y, ¡pim-pam-pum! De pronto te ves con otro bebé recién nacido entre los brazos y a la vez que debes proseguir con la educación de uno, tienes que empezar de cero con otro. Pereza, mucha pereza.

Muchas me diréis que no es para tanto, y yo de veras que opinaba lo mismo antes de ser madre. Bueno, como que si me preguntabas yo era de las que hablaba de familia numerosísima como si los bebés los regalasen en una tómbola. Pero ahora sé lo que es, lo vivo en mis carnes cada día, y aunque adoro a mi Minchiña por encima de todas las cosas en este momento de mi vida no me plantearía ponerme al lío a por otro.

El cuerpo y las rutinas se adaptan, soy consciente, pero también lo soy de que mi pequeño demonio adorable entrará en el colegio en unos meses y yo ya empiezo a ver la luz. ¿Y ahora que tengo un ápice de esperanza en poder recuperar tiempo para mí voy a caer de nuevo? Es como quien se come una guindilla, rabia del picor, y tras tragársela se mete otra en la boca. Sinsentido (al menos para mí).

¿Soy la peor madre del mundo por pensar de esta manera? Pues puede, está claro que no soy una mamá alpha de manual, pero al menos soy sincera. Yo soy de las que se unió a Samanta Villar cuando habló sin tabúes sobre la pérdida de calidad de vida de los padres. Lo dije entonces y lo sigo repitiendo. Y esto no está reñido con desvivirte por tus polluelos. Es una realidad más, eres madre y tu vida cambia, un ser depende de ti, y todo el tiempo que te destinabas por entero a ti misma desaparece. ¿A dónde se va la calidad de vida? Pues a cuidar de tus hijos y a darles lo mejor a ellos, aunque tú quedes en un segundo plano, lógicamente.

Ella, además, que es mamá de dos a la vez. Primeriza con gemelos. Vamos, que lo que me extraña de todas sus declaraciones es que no haya sido más tajante todavía, ya os lo digo. Va siendo hora de decir las cosas como son, y personalmente opino que todas esas bi-madres (o de ahí en adelante) se merecen un monumento en el centro de la plaza de su pueblo. Es de admirar que habiendo probado la maternidad una vez se sientan con las fuerzas suficientes para repetir la experiencia en más ocasiones.

Seré yo que no estoy sabiendo gestionar mi estrés como progenitora y educadora de una criatura. Será que vivo en una alerta constante detrás de una niña hiper inquieta. O será que estoy harta de que me pregunten por el hermanito de marras. ‘¿La parejita para cuando?‘ Ya si eso cuando ella tenga dieciocho y esté en la universidad, a ver si para entonces me animo…

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada