¿Cuántas veces hemos tenido que ir a un baño público con una compresa o un tampax como si llevásemos un paquete bomba? Parece absurdo que en pleno siglo XXI tengamos que disimular que seamos mujeres que menstrúan.

Una, harta de esto y en un arranque de modernidad y ecología decidí probar la famosa copa menstrual, ¿qué podía ir mal?.

Como en todo, los comienzos nunca son sencillos, primero tienes que elegir el modelo que más cómodo de parezca, con o sin aplicador, que se doble o rígida, transparente o de un bonito color rosa algodón de azúcar…cuando esto parece que lo tienes controlado viene la última parte y la más compleja, la talla. Por primera vez a mis veitimuchos años me planteé que mi vagina tenía talla. Investigando en las múltiples webs descubrí una guía para ayudarte a descubrir el tamaño de tu pepe. La primera franja iba desde los 12 a los 25 años (hasta aquí ningún problema), pero como pasa en la vida cotidiana a partir de los 25 todo está en el aire. Si tenías más de esa edad pero no había tenido hijos eras de una talla, sin embargo si no habías tenido parto vaginal eras de otra talla y para rematar si superabas los 30, tu vagina debía tener el tamaño del Bolsillo Mágico de Doraemon, ya que tenías que pasarte a la talla más grande.

copa menstrual

Una vez superada esta crisis existencial y de tomar decisiones que ni en sueños pensaste que tomarías, decides comprarte la copa que más te conviene en todos los sentidos.

Esperas paciente los 10 días que tarda en llegarte y lees con absoluto detenimiento (ni leyendo un contrato de trabajo habías prestado tanta atención) las mil maneras de ponerte tu nueva copa. En forma de “U”, de flor de loto, de triple tirabuzón…y tú, que eres una mujer sencilla decides probar de la manera más fácil y oye, te sorprende porque no notas que la llevas puesta.

Te dura hasta 12h puesta, ahorras mucho dinero en otros productos, no contaminas, y el aire empieza a olerte a flores silvestres como si vivieses en un anuncio. Pasadas unas horas y creyendo que la copa va a desbordarse como la que te tomaste la noche anterior pero siendo todo menos poético, decides que es hora de vaciarla. La dichosa copa no sale, lo intentas por todos los medios pero empiezas a plantearte si tienes que llamar al 112 y explicarles tu situación, pero como eres una mujer independiente lo intentas por última vez y finalmente sale, lo que no habías calculado es que tenías que hacerlo dentro del wc y creas tu propia escena de Kill Bill.

Una vez superado este ligero contratiempo en el que ya te veías viviendo con una copa menstrual dentro de por vida, la lavas y vuelves a metértela con el pánico de que la próxima vez pase lo mismo. Pero como eres una chica lista le pillas el truco y las siguientes veces puedes quitártela sin tanto drama.

 Cuando descubres que es el mejor invento del siglo, decides recomendárselo a todo tu grupo de amigas y no tan amigas, porque compartir es vivir, y la gente empieza a plantearse si la marca está pagándote el alquiler. Porque hija, tanto empeño en que se la compren empieza a ser preocupante. Y de repente empiezas a escucharte decir frases del tipo “si la sangre menstrual no huele, es todo un mito”, “no sangras tanto como te piensas, encima tiene unas marquitas para medir la cantidad que echas” cosas bastante “creepy” sacadas de contexto pero que para ti son un símbolo casi de libertad.

No os lo penséis más chicas, que perder un poco de dignidad para quitarte la copa a cambio de vivir tu regla de otra manera, definitivamente compensa. Y no, las marcas no me están pagando el alquiler (de momento).

 

Lara Cuéllar