Mi vida tiene banda sonora. No es como en las películas, no sube el volumen en los momentos trascendentales. Ni me avisa que viene una escena de peligro o romántica (¡Una pena, la verdad! Sería muy útil…). Pero claramente hay canciones que representan momentos. Y sobre todo representan emociones.

Así, tengo mis canciones alegres, las que me ponen pilas, las de irme de fiesta, las del corazón roto, las de la ilusión de un nuevo romance, las de chill-out, las de la ducha, las que comparto cuando quiero molar, y las que nadie ¡JAMÁS! sabrá que escucho. Y las melancólicas.

Las canciones melancólicas son un grupo aparte. Cuando entro en modo melancólico me oscurezco, pierdo el brillo.  La melancolía me posee más que cualquier otro estado. Entro en ese gris lento, suave, acolchadito, cálido. Ese que duele, pero poquito. Donde se está CASI a gusto. Allí, sintiéndote un poquito miserable, pero no del todo. Donde quejarte no solo está aceptado, sino que hasta se requiere, pero en voz baja, como con desgana. 

Ahí la música te envuelve, se te mete en las venas, y se entra en una espiral lánguida y acompasada. Y al buscar, encontramos cada vez más canciones que te hablan, que te explican, que te ilustran, que te definen. ¡Te retratan! Alguna te roba una lágrima. Otra te enfurece un poco. Pero allí te quedas. CASI sufriendo. 

Y es que al final la música melancólica es una trampa. Eterniza el gris hasta el punto de no saber qué fue primero, si el huevo o la gallina, si la música melancólica o la melancolía. Se perpetúa a sí misma. Y te hace creer que estás allí voluntariamente.

De todas las emociones, a la que más temo es a la melancolía. Porque cuando me meto en esa cueva luego me cuesta salir. Me siento como un oso, cuando comienza el invierno. Ese calorcito me va envolviendo. Y hace que cierre los ojos. Y que entre en trance. Y que me aísle. Y que me conmisere de mi misma. Que no resuelva.  Y no quiera relacionarme con el mundo, sino quedarme allí, a gustito en mi penita, en mi cueva. 

De todas las emociones, la que más conozco es la melancolía. Es una vieja amiga. Pero no tiene nada de amistosa. Engaña. Llego a ella después de cada desilusión. Después de cada vez  que se trunca un sueño. Cada vez que no termino de cerrar una historia. Cuando SÉ que la debo soltar, pero NO LA QUIERO soltar. Porque el vacío se me hace mucho más cuesta arriba. Y la melancolía me recibe con los brazos abiertos. Con su sabor a abrigo. Con su gusto a recuerdo. Con su falsa esperanza. Con su banda sonora.

La melancolía huele a autosabotaje.  Y hoy no tengo ganas de cuevas y grises. Porque hoy huele a verano, a vacaciones próximas. Y a aire libre. Y a risas. Pero, por las dudas, aquí les dejo una última canción. Una que va de casi olvidar aquello que echamos en falta, de casi lo superarlo, de casi no sentir, de casi soltar. CASI.

 

Lu1975

 

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