La delgada línea entre comentar sobre moda y despellejar a una amiga

Las bodas son el mal de nuestro tiempo. La obsesión por incluir las últimas tendencias a la decoración y a los outfits rayan lo absurdo y las convierten en puro postureo (además de provocarme ecoansiedad). Ya nadie se casa por amor, sino por pegarse la fiesta padre y hacer el viaje de sus vidas a costa de los demás. La gente se casa porque ha tenido que pagar las bodas de otros, sin más, y ahora quieren recoger lo invertido. Y no, no voy a hacer ningún disclaimer, porque al menos en mi entorno esa es la tónica dominante. Si tú que me lees no te identificas con lo anterior, que mi Diosito te guarde. 

No, no me estoy yendo por los cerros de Úbeda ni aprovechando para soltar bilis por algo que nada tiene que ver con el titular. Es que otra de las prácticas que engloba el mundo de las bodas me enerva especialmente: comentar los estilismos de las invitadas. Porque una cosa es que no te guste el corte de un vestido, un color o cómo se ha combinado la prenda principal con los complementos. Y otra muy distinta es despellejar a alguien sin sentir siquiera una punzada de culpa. 

despellejar

  • La despellejadura 

El mismo día de la boda, ya comienzan a rular fotos de los novios y de las amigas de los novios por Whatsapp. La mayoría son de ellas, no nos engañemos. Los comentarios casi siempre empiezan tímidos, como quien quiere tantear el terreno:

“Ah, pues mira, va muy bien”. O, por el contrario, “Pues no me gusta”. 

Si las demás muestran acuerdo, entonces la cosa se viene arriba, pues las opiniones se sienten validadas. 

“Ese vestido no le favorece con el cuerpo que tiene”. 

“Para como ella es, y como va siempre, se ha puesto muy simple”. 

“Se ha maquillado en el paint ball”

“Tanto que tiene y va de Shein”

“Es una hortera y siempre lo ha sido” [Esto último acompañado de fotos del perfil de Instagram de la susodicha que lo ilustra para despellejar].

Me pregunto si quienes participan en esta práctica aventuran siquiera lo que supone para sí misma y para quien lee. Obviamos el hecho de que, de 10 fotos, en una aparecen tíos… a los que casi siempre se les presta una atención nula. 

Hay que tener una autoestima hecha en bronce para que no te afecten los comentarios sobre el peinado, el maquillaje, el vestuario, los complementos o el físico de alguien, por comparación. Hay que estar muy por encima de todo eso para que, cuando te toque a ti vestirte para una boda, no te acechen todas esas voces críticas a despellejar, cuando tú estás intentando componer tu look. Uno bonito, con el que te sientas cómoda y que, además, se ajuste a tu presupuesto. 

Es casi imposible no sentir la presión, y a quien te eche la culpa por no pasar del tema (como el famoso “nadie te obliga a depilarte”) lo puedes mandar tranquilamente a la mierda. Porque no me creo que alguien no se diga en algún momento: “Madre mía, ¿qué dirán de mí por detrás?”. 

despellejar

  • Crítica vs animadversión/odio

La moda es algo cotidiano, pero también es arte. Es creatividad y estética, lo que explica que haya cientos de artículos hablando sobre no sé qué colección, que hace guiños a esta u otra corriente o con la que la creadora ha querido expresar no sé qué. Analizar colores, formas, texturas y cómo las combina una persona con características concretas es una cosa. Pero hacer un estudio de varias pantallas de Whatsapp analizando hasta el último pelo y emitiendo juicios es otra muy diferente. Y, con frecuencia, se rebasan los límites. 

Observar esas despellejaduras injustas sin intervenir es ser connivente, luego culpable. Y yo puedo expresar mi malestar ante esas actitudes una, dos veces, quizás tres. Pero luego, por salud mental y por haber perdido la esperanza de que la otra persona reflexione en vez de despellejar, me callo

Hay cosas que no hago, eso sí. Lo primero es que me tengo prohibidísimo pasar fotos de otra persona a un grupo de Whatsapp, aunque sea de tres o cuatros amigas con toda la confianza. Menos aún si de lo que se trata es de comentar su apariencia. Y esto, que puede parecer muy obvio, no lo es tanto en la práctica. 

Además, por interesante que se ponga la conversación, porque reconozco que puede hacerlo, evito intervenir o ir más allá de los parcos “Me gusta” o “No me gusta”. Y, cuando se atraviesan ciertos niveles y se incurre en lo que yo ya considero violencia (aunque no sea directa), entonces suelto:

“¿¿¿¿¿¿PERO QUIÉN COÑO OS CREÉIS, COCO CHANEL??????”

(Siempre digo la misma, porque muchas más diseñadoras no me sé).

Hago un llamamiento a quienes sienten una punzadita de culpa cuando participa en estas prácticas de despellejar: retírate y sé la cerilla que no contribuye a avivar la llama. Eso como mínimo. La salud mental de las mujeres lo agradecerá a largo plazo.

Azahara Abril