Escribo estas primeras palabras con la arena de la playa  todavía pegada a mis pies. Necesitaba pasear y tomarme un gran helado de tres bolas para digerir el hecho de que por fin, le he dejado. Después de cuatro años de relación, de los cuales dos fueron de tonteo, todo se acabó.  Tras innumerables rupturas que no era tales, porque él nunca se veía dentro de la relación, y alguna que otra “infidelidad” por mi parte – Nunca he pretendido pasar por santa y menos por mentirosa – , por fin he puesto  punto y final a “lo nuestro”.  Es irritante tener que usar tanto las comillas, pero estas, aunque invisibles, siempre estaban en nuestros diálogos, porque oficialmente nunca estuvimos juntos. O quizás sí, durante aquellas breves vacaciones en Lisboa; o en Huesca, en las que parecía que nos presentábamos como pareja; pero era solo una apariencia. Como toda la vida que construimos juntos. O mejor dicho, que construí.

Porque ahora, mirando desde mi telescopio a 6000km de distancia del escenario de nuestra historia, veo el papel de cada personaje con más claridad.  Por unas lentes que cruzan el atlántico, veo a una chica enamorada presentando a un chico de sonrisa tierna a todo su círculo de amigos y familia, invitándole a la boda de su hermano,  ayudándole a hacer las dos mudanzas de sus casas, pintando sus paredes nuevas, regalándole un álbum hecho a mano de fotografías de los dos, haciéndole masajes y diciéndole cinco veces al día que le quería. Y también le veo a él, que hasta que ella no decidió irse con otro una noche, jamás le había dicho que la quería, que nunca le presentó a sus padres, ni a sus amigos, que siempre que ella le inquería para que respondiera a la pregunta de sí estaban juntos el decía: “No sé”.

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La chica de pelo rizado no era tonta, y aún deseando creer que él sería el hombre de su vida, ella sentía que él no estaba allí, que siempre el trabajo, la casa nueva, los padres, la peña del pueblo, o cualquier otra cosa, eran más importantes que concretar un futuro común. Y en un par de ocasiones, agotada de tirar ella sola de una relación que no avanzaba, y puesto que de hecho “no era un relación”; ella recostó su cabeza en el pecho de otros hombres. Entonces él, que tenía un sexto sentido, lo descubría todo, y lágrimas corrían sin cesar por su rostro de ojos claros, y ella también lloraba, y dejaban de verse una temporada porque el necesitaba “cicatrizar”. Ambos sufrían, pero la primera “traición” sirvió para que el la dijera que la quería, y la segunda para que , para sorpresa de ella, él dijera que ya eran novios, aunque nadie lo supiera. Claro, que hasta ese día, él nunca había pronunciado esa palabra…Solo los eternos “No sé” y “No quiero hacerte daño”.

Pero el daño ya estaba hecho,  y los meses siguientes fueron horribles, porque supusieron una lucha constante por intentar recuperar una confianza que se había perdido. El verano de Madrid era cada vez más asfixiante y él marcho de vacaciones con sus amigos mientras ella preparaba su huida a Brasil, a espera de que él le pidiese que se quedase. Porque esta vez no iba a hacer como dos años atrás, en que no se marchó a Moscú por estar con él,  mismo que él nunca se lo pidiera.  Necesitaba una prueba de que él quería que me quedase a su lado,  pero él nunca  la formuló.

Siempre se había considerado una mujer fuerte, de hecho  era  fácilmente encuadrable dentro del estereotipo hollywoodiense  de la típica chica con corazón de piedra, porque se lo han roto tantas veces que ya es pura cicatriz. Pero claro, como en las comedias románticas de media tarde,  aparece un chico con mirada dulce que te hace replantearte tu modo de vida de pantera solitaria. Aunque el problema empieza cuando el guión que hay en tu cabeza, no es el mismo que el que se está representando. Pero cuando esta actriz, se dio  cuenta de eso, resulta que ya estaba  demasiado enganchada y pensó que si se esforzaba  mucho, quizás el director le diera el papel de actriz principal, en vez del de actriz de reparto.

Y aunque debería ser suficiente para hacerte recoger tus bártulos e ir a otros castings el hecho de que él repita con frecuencia  “ Te quiero, pero no puedo darte lo que me pides, no estoy a la altura de tus sentimientos.” Pero no puedes, por dos razones, porque tu corazón es cabezota y se ha empeñado en ganar el Oscar con esa película, y porque el director tampoco te deja salir de la sala porque  “No quiere perderte”.  Así que tu carrera de actriz, puede verse abogada a un muy prolongado  papel de relleno, que entretenga al público, hasta que la actriz principal llegue y quedes eclipsada.

Así que ya hastiada de ser solo una opción, cogí mis maletas y  vine a Brasil a trabajar seis meses. Una ciudad de costa, con todos los problemas sociales que tiene el país latinoamericano, pero cerca del mar y deslumbrada por la alegría de su gente.  Sin embargo, no podía olvidarme de el proyecto que dejé en España en suspenso por falta de presupuesto en el corazón; y menos aún cuando los dos últimos días allí, él me había hecho sentir feliz de nuevo y había agarrado mi mano delante de toda mi familia.  Pero los meses pasaron, y aunque los whatsapp eran diarios; el Skype solo funcionaba una vez al mes, con suerte, por la diferencia horaria, por su trabajo, por sus amigos, porque la lluvia cae hacia el suelo o por mera desidia.

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Y faltaba un mes para volver cuando él  soltó la bomba: “Me mandan 4 años a Frankfurt”.  Bien – pensé- adoro Alemania, los dos hablamos alemán y podríamos empezar desde cero allí. Y le propuse automáticamente irme con él, por la situación de desempleo que me espera cuando vuelva a España, porque tengo amigos en esa ciudad, y porque le sigo queriendo. El sonrió tímidamente y dijo otra de sus frases inconcluyentes : “Vamos a ver”. No hizo falta más, para mí, había quedado claro que era un “NO”, pero quería que él tuviese el valor de decírmelo de una vez, de tomar algo de iniciativa en la relación, aunque fuese para concluirla. Le dije que teníamos que hablar pronto. Un mes pasó desde que le pedí que tomara una decisión, hasta que por fin tuvo tiempo para un skype. En ese tiempo yo había recorrido ya Bolivia y Perú con mochila y disfrutado de los carnavales de Salvador de Bahía.

Ayer, a las 16:07 hora Brasil, 20:07 hora alemana, comenzamos a hablar. A las 16:17, le dije que ya no podía más, que me merezco un amor de verdad, una relación de verdad, que es obvio que no quiere que le siga. Que es mejor que nunca más volvamos a vernos.  No fue valor, fue ya puro agotamiento.

Y comenzó a llorar, y yo también, pero esta vez fui fuerte, porque ya hemos llorado tantas veces juntos que quería que esa fuese la última, y tener un océano de por medio, ayuda bastantea a aferrarte a tu lógica racional. Dijo que había intentando quererme, pero que siempre sentía que no estaba al 100% para mí. Tenía razón y yo siempre lo supe. Palabras dulces y sonrisas cómplices para los dos, deseándonos lo mejor donde quiera que estuviéramos.  A las 16: 40 fue nuestro último “Te quiero”. Dos minutos después apagué el ordenador y fui a por mí helado de tres bolas.

Viendo el atardecer, y mientras la diosa orisha del mar Yemanjá acariciaba mis tobillos, recordé una frase de un cuplé de la época de mi abuela, de aquellos que tanto me gustaban de pequeña…‘Agua que no has de beber, déjala correr’.

Y con media sonrisa en la boca por la ribera de la playa comencé  a correr, correr, correr … y seguiré corriendo feliz  en mi soledad porque ninguna mujer merece conformarse con menos que el papel protagonista en la historia de amor de su vida.


Autor: Guiomar González