Nunca sabes en qué momento la vida te va a dar un revés emocional, va a ponerlo todo patas arriba y todo lo que tenía sentido va a dejar de tenerlo. Nunca estás preparada para escuchar cómo alguien en bata blanca te dice esas palabras que ya te van a marcar para siempre y no se te van a olvidar jamás: ‘tienes cáncer’.

El cáncer es algo que pasa, algo que existe, algo que está ahí, pero que jamás piensas que te va a tocar a ti. Crees que es algo que sucede, pero piensas que tú estás libre porque eres sana, porque nunca te ha pasado nada y por qué a ti. ‘¿Por qué a mí?’ Maldita pregunta sin respuesta que se ha convertido en un mantra diario.

Pues a ti como a la vecina, a ti como al carnicero de la esquina, a ti porque eres igual de humana que el resto y aquí nadie se libra de pasarlas putas. Y ya está. Buscar respuestas a preguntas que no hay por dónde responder no sirve de absolutamente nada, más que para minarte y volverte loca durante horas.

El cáncer se pasa, muchas lo pasamos y gracias a no sé muy bien quién cada vez somos menos las que caemos en el camino. Sí, el cáncer se pasa, pero el quiebre emocional se queda.

Cuando me lo dijeron la vida empezó a girar muy deprisa, la posibilidad, aunque fuera mínima, de no poder superar la enfermedad está ahí y eso te hace poner en perspectiva absolutamente cada resquicio de tu existencia. Las cosas a las que les dabas mucha importancia dejan de tenerla y las pequeñeces de la vida empiezan a coger una fuerza sobrehumana.

Ahora ya no importa que la casa esté limpia, ahora importa que esté llena. Ahora ya no importa coger dos kilos, ahora importa disfrutar de cada bocado. Ahora ya no te importan los feos que te pueda hacer la gente, ahora pesan mucho más las sonrisas. Ahora ya no importan los recuerdos más o menos bonitos, ahora solo quieres vivir nuevos. Ahora ya no importa la gente que no lo que no te vayas del todo bien, ahora solo quieres a los tuyos más cerca que nunca.

Es muy fuerte que necesites vivir algo así para darte cuenta de lo que vale, de lo que importa, de lo que te hace ser quien eres. Es muy fuerte que necesites frenar en seco para darte cuenta del camino que estabas recorriendo. Es muy fuerte necesitar (hablando en plata) que te den una hostia para reaccionar de una vez.

No me voy a colgar medallas y a decir que a partir de ahora todo es bonito e intenso, ni mucho menos. He ido al psicólogo obligada por mi hija desde el día que me lo diagnosticaron y menos mal, no hubiera sabido gestionar tantas emociones yo sola. De hecho sí, las hubiera gestionado mejor o peor, lo hubiera pasado, pero seguro que habría escondido toda la porquería debajo de la alfombra en lugar de hacer una limpieza a fondo como se merecía la ocasión. Yo, ama de casa y maniática del orden, siempre dispuesta a limpiar los cristales y nunca preparada para ordenarme por dentro. Qué complicadas somos a veces.

Los médicos son necesarios, los psicólogos más, pero a mí la que me ha devuelto la vida y me ha multiplicado las ganas de vivir ha sido mi nieta. Sé que no debería necesitar ayuda externa para que todo tenga sentido, pero bendita haya sido su llegada. Nació justo quince días después de que me dieran la noticia, adelantándose casi un mes.

Sé que todo se aceleró por culpa de la noticia, que mi hija se puso muy nerviosa y eso hizo que se adelantara el parto, pero me gusta pensar que ella decidió salir antes de hora porque su abuela la necesitaba y sí, pequeña, cómo te necesitaba.

Verla crecer, verla dormirse en mis brazos, verla comer y hasta verla llorar me da vida. También supongo que será porque es la primera y todo son sensaciones nuevas para mí, pero la alegría que ha traído ese polluelo a mi casa no tiene nombre.

No sé si las cosas saldrán mejor o peor, si superaré este bache con más o menos secuelas, si mi momento estará a la vuelta a de la esquina o si todavía me quedarán muchos años por vivir. Pero estoy en paz conmigo misma, estoy contenta por todo lo que he conseguido, lo que he construido y el legado que dejo aquí en la tierra y, queridas, no hay sensación más bonita que esa.

Para todas las que lo hayáis pasado, lo estéis pasando o lo pasaréis, os dirán que tenéis que ser fuertes, que tenéis que ser valientes, que tenéis que ser luchadoras. Y sí, así es, pero también os diré yo que seáis débiles, que seáis cobardes y que tiréis la toalla cada vez que os dé la real gana. Mandadlo todo a la mierda, llorad y cuestionaros la maldita pregunta del ‘¿por qué a mí?’ cada vez que lo necesitéis. Nadie va a pasar por lo que estáis pasando, que no vengan de fuera a decirte cómo te tienes que sentir por dentro. Aprended a quereos, usad todo lo malo para construir algo mucho mejor de lo que ya había, dejaos cuidar, dejad que os quieran o no. Cada una tiene su calvario y su camino, recorredlo lo mejor que sepáis y sed conscientes de que ninguna es igual a la otra, cada una necesitaremos una cosa distinta y ninguna es mejor ni peor, más o menos válida.

Se pasa, pasarse se pasa, lo importante es lo que queda.

 

Firmado por María V.