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A tan solo un día para Nochebuena y lo que quería era que la tierra me tragase para no escupirme nunca más. Yo solita me había metido en un lío del que no tenía nada claro cómo salir. Lo único que sabía era que desde aquel ataque de sinceridad tan inapropiado no había vuelto tener noticias de mi mejor amigo.
Tobías me escribía como de costumbre ignorante por completo de lo que había pasado. Yo miraba mi teléfono a cada pitido y volvía a posarlo sobre la mesilla de noche sin responder. Él tampoco se merecía aquel trato, pero algo en mí me hacía sacar lo peor de mi interior, y estaba claro que aquellas fiestas yo era el mismísimo Grinch.
Recordaba que esa misma tarde habíamos planeado ir a patinar a la pista de hielo para después celebrar esa cena de parejas que Vicen había propuesto. Di por hecho que nadie acudiría a la cita y mientras volvía a taparme por completo con mi edredón escuchaba por enésima vez el ruidoso pitido de mi teléfono móvil. Era una llamada.
‘¡Ey, cariño! ¿Sigues viva? Llevamos casi una hora esperando por ti…‘ Tobías, con esa ilusión permanente que le caracterizaba, no se había enfadado ni siquiera un poco por mi ausencia de todo el día.
‘Ah pero… ¿estáis todos ahí? ¿en la pista de hielo?‘ Pregunté muy sorprendida.
‘¡Claro! Y se nos está congelando el culo, así que date prisa…‘
Completamente desconcertada me levanté de la cama. Me sentía como si hubiera pasado por la peor de las resacas, pero esta no se solucionaba ni vomitando. Tenía cero ganas de verme frente a frente con Vicente, soy así de cobarde. Me moría de arrepentimiento y vergüenza a partes iguales.
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Mi amigo estaba más frío incluso que el suelo de aquella pista de patinaje. Apenas se había dignado a lanzarme un ‘hola’ mientras que tanto Diana como Tobías continuaban con el plan ajenos a toda la historia. Me había ganado un pequeño rapapolvo por mi impuntualidad y al segundo ya se estaban calzando los patines sonrientes y felices.
Miraba a Vicen de reojo, era evidente que seguía muy mosqueado conmigo, puede que demasiado. Y en un intento por romper el hielo me acerqué a él para ayudarlo a atarse los interminables cordones de las botas.
‘Déjame Paula, si estoy aquí es por Diana y por no estropear estas fechas…‘ Ni siquiera era capaz de mirarme a la cara al hablarme.
‘Sé que me pasé muchísimo, y lo único que puedo hacer es pedirte perdón.‘
‘Esa es tu manera de hacer las cosas, lanzar la bomba para llevártelo todo por delante y después disculparte como si no hubiese sido para tanto. No Paula, esta vez no.‘
Me quedé sentada sola en aquellos bancos de madera durante unos segundos. Quería llorar y gritar a la vez por culpa de la rabia que yo misma me producía. Nunca me había odiado tanto a mí misma como aquel día. Había sido una egoísta, una niña mimada que ni come ni deja comer, la peor amiga del mundo.
Al mirar hacia la pista vi la imagen de Tobías disfrutando como un niño y animándome a unirme. Diana y Vicen se agarraban de las manos dejándose llevar sobre el hielo, él la observaba con esa mirada que tan solo se le dedica a alguien que admiras muchísimo. Ella era todo felicidad y dulzura. Entonces me di cuenta de lo mal que lo había hecho, de lo fatal que lo había planteado todo y, sobre todo, de lo injusta que estaba siendo.
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Mis intentos por escabullirme de la cena fueron en vano. Vicente también había propuesto posponer la quedada nocturna para otro día, pero Diana y Tobías se mantuvieron en sus trece. La reserva en el restaurante ya estaba hecha así que poco pudimos hacer para librarnos.
Llevaba dos horas convenciéndome a mí misma de que era la peor persona del mundo. Cada segundo en la pista de patinaje me había servido para dejar constancia de que ese ser híper amable y simpático que yo siempre vendía era una farsa total. La Banana de verdad no tenía corazón, ni piedad por nadie, iba a lo suyo y arrasaba con todo si era necesario. Quizás por todo esto me dediqué a mirar a Tobías y a sentir lástima por él. Ese chico, todo cariño e inocencia, se estaba llevando casi la peor parte de toda esta historia.
‘Podemos pedir unos cócteles mientras esperamos por la mesa, ¿qué os parece?‘ La propuesta de Diana me pareció la mejor de las ideas dadas las circunstancias. De repente di un salto desde mi apagón emocional y le agradecí que me pidiese uno bien cargadito.
Y como algunas no aprendemos ni a la de tres, aquella noche toqué fondo aun creyendo que no podía caer ni un poco más. Alcohol, malos sentimientos, celos, culpabilidad… demasiadas emociones juntas para una sola persona. Tres cócteles después y ya sentados en la mesa dispuestos para cenar, aquellos mejunjes azules comenzaron a hacer efecto y toda la tensión que acumulaba en mi interior fue fluyendo al exterior dinamitando, una vez más, la paz de aquella cena.
‘Hagamos un brindis por Diana y Vicen, por esa pareja maravillosa que es la viva imagen del amor y la complicidad.‘ Levantaba mi copa fijando mi mirada en mi amigo, que no daba crédito al espectáculo que yo estaba dando.
‘Bueno, y por Paula y Tobías, ¿no?‘ Añadía Diana rebosante de alegría.
‘Digamos que Paula y Tobías tienen una conversación pendiente, que no todo va tan bien como lo pintan…‘ Mis tres acompañantes me miraron entonces perplejos. Tobías frunció el ceño desconcertado y cabreado. ‘Claro chicos, en esta vida tenemos que dejar de ser falsos, e intentar no engañar a la gente.‘
Vicente pasaba su mano por su frente imaginándose a dónde quería yo llegar, me conocía demasiado. Tobías había posado su copa sobre la mesa y empezaba a sudar mientras su cara era la viva imagen de la ira contenida. Yo me había lanzado y no podía parar, nadie me frenaba.
‘Porque Tobías es muy buen chico, ya lo veis, es guapo, es cariñoso, es leal y sincero, pero todo el mundo sabe que no vamos a llegar a nada serio porque somos como el agua y el aceite.‘ Cerré la boca, eché un vistazo a mi alrededor y ante tales caras de incredulidad opté por callarme y alzar mi copa en señal de brindis para después bebérmela de un trago.
Todavía no había vaciado todo el líquido de mi boca cuando vi salir disparado a Tobías del restaurante. La mesa había enmudecido y yo tan solo era capaz de verlo irse, no podía levantarme para ir tras de él, estaba completamente bloqueada. Fue Diana la que separó su silla con un rechinar muy incómodo y corrió tras sus pasos sin dar más explicaciones. A la mesa tan solo un Vicen que continuaba sin querer mirarme a los ojos y yo, que permanecía impasible.
‘Debe ser tu don. No lo entiendo Paula, tú no eras así.‘ La voz de Vicente era de pronto mucho más amigable.
‘Te equivocas, siempre he sido así, pero nadie lo había visto. Lo que ha pasado estos últimos meses ha sacado a la luz esa parte de mí…‘ No podía moverme, observaba a Vicen y buscaba su mirada que continuaba fija en su copa de vino.
‘¿Qué es lo que ha pasado estos meses?‘ Preguntó de pronto desconcertado y ahora sí, mirándome intensamente.
‘Vosotros, Diana y tú, eso es lo que ha pasado.‘
‘¿Y qué tiene lo nuestro que ver con que tú te comportes como una psicótica?‘
‘Siempre te ha costado verlo… joder Vicen, ¡yo te quiero!‘
Aquella era la bomba definitiva, de todas las que tenía que lanzar en mi vida, sin duda la que más daño haría. La cara de Vicente era de repente la reproducción de la sorpresa y el asombro, me miraba y después centraba sus ojos a mi espalda. Giré mi cabeza y allí, pegados a mi silla, localicé a un Tobías y a una Diana que intentaban digerir en silencio lo que acaban de escuchar.
A nuestro alrededor el restaurante continuaba su jornada como si nada hubiese pasado, pero en nuestra mesa se estaba lidiando una batalla digna de la más cruda de las películas del salvaje Oeste.