Los tiempos han cambiado – Gracias a Dios, a Alá, al Karma, a la evolución humana, a la revolución cultural o a lo que cada cual elija- y atrás quedaron ya aquellas imposiciones sociales que nos abocaban irremediablemente a casarnos y a engendrar descendencia si queríamos convertirnos en mujeres provechosas. Hoy día, encontramos mujeres que “están” solteras y mujeres que “son” solteras, puesto que dicho estado se ha convertido ya en su modus vivendi habitual, consolidado en el tiempo. En mi caso, podríamos decir que la soltería se ha convertido en una característica definitoria de mi persona. Soy mujer, soy alta, soy funcionaria, soy alérgica al polen y soy soltera.

Calculo que llevo ya como 150 años sin tener pareja, aproximadamente. Al menos “pareja” en el sentido tradicional que a la palabra se le otorga. Obviamente, he tenido escarceos esporádicos y también eso que me gusta denominar “historias” (Def: Dícese de algo más que un rollo pasajero, pero no lo suficientemente largo, profundo o intenso para ser considerado “pareja”). De no ser así, sería monja, y estaría en un convento horneando pastelitos de yema y azúcar glass, entregándome en cuerpo y alma a la vida contemplativa -cosa que, dado el estado actual del mercado de la soltería, no debería descartar con tanta ligereza-

Para un mejor análisis del maravilloso a la par que aterrador mundo de la soltería y como si de un trabajo escolar se tratase, voy a desarrollar dos vertientes: la perspectiva externa (o aquellas formas que la sociedad encuentra para torturarnos con frasecitas inoportunas/ cuñadistas) y la perspectiva interna (las propias vivencias de una soltera empedernida)


PERSPECTIVA EXTERNA:

Mucho se ha hablado ya de los eventos familiares en las que tu tía del pueblo siempre pregunta si ya tienes novio, pero poco se habla de los comentarios pasivo-agresivos de personas aparentemente modernas, jóvenes y de la generación actual.

Se sigue oyendo por ahí desde la rancia expresión “es una solterona”, hasta observaciones tipo “si es tan lista y tan guapa y no tiene novio, será que nadie la aguanta”, pasando por la misma idea, pero expresada desde la sorpresa “y si es tan guapa y tan lista, ¿cómo es que no tiene novio?”. Encuentro agotador tener que explicar que se puede ser lista, guapa y divertida, y no tener novio; de la misma forma que se puede ser fea e insoportable y tenerlo.

Resulta extenuante hacer entender a mentes estrechas que el no tener pareja responde a factores multicausales, entre los cuales puede encontrarse perfectamente el factor “PORQUENOMESALEDELCOÑO”.

He visto a colegas de trabajo expresar dudas sobre algunas mujeres atractivas que viven solas por largos periodos de tiempo, tratando de buscar donde no hay, sospechando que puedan tener al maromo escondido bajo la cama -Ay señor, dame paciencia, o llévame pronto– . Todos ellos, en el fondo piensan que hay algo en las mujeres solteras que no termina de encajar, algo que falla, alguna pieza rota. Y eso los más magnánimos. Otros, posiblemente ya han decidido que somos personas extrañas o no dignas de ser amadas.

Están también los del extremo contrario, los que suponen que tu vida es una fiesta sin fin, Sodoma y Gomorra, una bacanal. Que no tienes responsabilidades, que no pones lavadoras, ni coges cita para el médico o para la ITV. El/la que piensa que tú, como soltera que eres, dedicas tu entera existencia a salir, follar y beber de forma ininterrumpida. Tu vida es un perpetuo “sexo, drogas, rock and roll”. Comentarios del tipo: “¿Sales esta noche? Ya sabes, póntelo- pónselo”. “Yo es que si fuera tú no cocinaría, para mi solo/a, comería cualquier cosita” o “Aprovecha, tú que puedes, tú que no tienes nada que hacer”. A ver, criatura, cómo te explico. Las personas solteras no vivimos en un permanente ritual de apareamiento, no nos sentimos atraídas por todo aquel que se cruza en nuestro camino, y al igual que tú, generalmente salimos para divertirnos (Oh, sorpresa, lamento derribarte un mito). Podemos pasar temporadas sin estar con nadie y no pasa nada, no se acaba el mundo. No nos vale cualquier miembro de lo que consideráis nuestra misma extirpe o sencillamente, no nos apetece estar con nadie. De la misma forma, podemos tener etapas más movidas, en cuyo caso, tú, persona pseudo-conocida con más curiosidad de la necesaria, no vas a enterarte de ello, dado que no tengo la necesidad ni la obligación de mantenerte informada de mi vida privada.


En otro orden de cosas, te comunico también que cuando mi WC se ensucia, lo limpio, igual que tú. Cuando mis muebles tienen polvo, paso el plumero, como tú. Soy soltera, pero no guarra. Resulta que el mero hecho de no tener marido e hijos no hace que me apetezca vivir enterrada en mierda. Asimismo , te indico que tengo la extraña manía de comer como una persona, y no como un hámster. No quiero “hacerme cualquier cosita”, no subsisto a base de latas de atún o comida precocinada. Tengo el mismo derecho que tú y tu familia a cuidarme, quererme y comer bien. Además, tengo quehaceres y obligaciones, incluso a veces me falta el tiempo, como a ti. No siempre estoy fornicando, bebiendo o de fiesta, y si, -¡sorpresa otra vez!-, TENGO PREOCUPACIONES. A veces estoy pagando facturas, haciendo la declaración de la renta o limpiando mi casa. Llámame loca, llámame rara.

Concluyo con una breve referencia a aquellos que despiertan mis instintos más primarios y asesinos. Los que creen que tienen no solo el derecho, sino la casi obligación moral de hacer de celestinos en cualquier situación. El típico o típica intensito/a de turno que cada vez que quedáis, considera altamente necesario decirte que tienes que ligar con el de la mesa de al lado, con el camarero o con su primo Mariano, o incluso levantarse e indicarle al susodicho en cuestión que tú estás soltera (Por qué, Señó, Por qué)

PERSPECTIVA INTERNA

Confieso que en ocasiones, tengo dudas. A veces creo que vivo en una especie de cómoda felicidad-facilidad que me he creado, de manera que evito inseguridades y angustias , enfados vespertinos, llantos nocturnos o discusiones sobre quien deja más pelos en el lavabo. Pero también me pierdo las reconciliaciones matutinas o el compartir noche de Netflix y manta con choni-moño y pijama roñoso (sin necesidad de aparentar, sin llevar ropa interior de encaje ni tratar de que tu postura en el sofá sea la correcta para proyectar la mejor versión de ti en el otro). La comodidad compartida, la confianza, el confort. Ah, y el pagar a medias la factura de la luz, seamos pragmáticos.


Al girar la llave y entrar en casa, es auténtica paz lo que siento. Me sirvo una copa de vino, preparo la cena, me tumbo en el sofá, elijo la peli, y en esos momentos me siento dueña y señora de mi propia vida. A pesar de ello, no niego que en ocasiones imagino como sería llegar y encontrar una cara amable esperando en el sofá e invitándome a poner mis piernas sobre las suyas, mientras pregunta que tal fue mi día.

Podría hablar largo y tendido sobre la emoción de las primeras citas, y como no, sobre las decepciones. Respecto a Tinder y sucedáneos y en aras a eliminar prejuicios, afirmo taxativamente que las personas que están en Tinder son las mismas que encontraréis en el trabajo, en el bar o en la cola del Mercadona. No son un tipo de gente especial, no lo “necesitan” más que otras. Entre cruz y corazón, aparecerá “ese rubio de la academia de inglés” o el que curra en la sección de congelados de Carrefour. Al igual que en la “vida real”, toparéis con el hombre ameba sin conversación “olakhase”, el tío bueno bohemio caravanero que rehúye del compromiso, el intenso que te lleva flores a la segunda cita, el que no ha superado a su ex, etc. Y entre cáscara y cáscara… alguna pipita pelada apetecible y maravillosa, algún ejemplar interesante.

Concluiré mi soliloquio diciendo que ni yo misma sé lo que quiero, excepto dejar de ser cuestionada.

No quiero tener que comportarme tal y como esperan que haga si quiero ser una soltera “exitosa”. Tampoco quiero conformarme con cualquiera que se cruce en mi camino para dejar de serlo. Sencillamente, quiero vivir conforme a mis propias decisiones y mi propio código. Lo que tenga que llegar llegará, si es que tiene que llegar. Y si no, no pasa nada, tal vez muera sola y rodeada de gatos y con un voluntario de la cruz roja sosteniendo mi mano.

Mientras tanto, seguiré bebiendo vino, disfrutando de mis maravillosos amigos y de cervezas al sol, viajando por el mundo, acumulando experiencias y sabiduría. Y aunque algunos no lo creáis, también poniendo lavadoras y haciendo un puchero de vez en cuando.

 

Nuri Jiménez