Hay una crisis de finales de los 20 – principios de los 30, menos reconocida que la de los 40 pero bastante angustiosa, en la que te enfrentas de golpe al pánico de no haber usado bien tu juventud «de verdad».

Crisis de los 40: Reconectar con amistades canallas olvidadas → comprarse una moto o hacer un viaje exótico → Affair → Divorcio

Crisis de los 30: Conciertos cada jueves → Finde barato en Lisboa → «Popper nunca he probado, a ver» → Dejar a tu pareja de 6 años → Alquilar habitación…

Estoy en una edad donde la gente se casa, tiene hijos, hipotecas y yo todavía estoy saliendo de la cuesta de enero de 2014. Es como ir de última en una carrera del Mario Kart donde no paras de encontrarte cáscaras de plátano por el camino y cada cambio ajeno a ti que no puedes controlar se convierte en un drama.

«¿Sabes que Violeta está preñada?» ¿¿¿Preñada??? ¿¿¿La Vio??? Dios, va a ser el bebé más querido del mundo por todo el grupo de amigos pero este año ya tengo 3 bodas, esperad al 2021 por lo menos.

«Y Alba se ha teñido de rubia». ¿Por qué? ¿Qué necesidad? Si ya estaba bien como estaba y a mí hasta el mes que viene no me toca el tinte del Lidl. ¡¡¡Paremos las rotativas!!!

Estoy en esa edad en la que ya es imposible no ser adicto a algo que te reste esperanza de vida, te levantas siempre cansada con cara de haber jugado a Yobingo.es. Y de pronto un buen día entiendes por qué Britney Spears se rapó la cabeza. Ese día creciste.

Con 20 años pensaba que la vida adulta sería una aventura constante, conociendo lugares exóticos, yendo de senderismo, pasando el día en la playa, libertad para hacer locuras. Pero lo cierto es que ahora para darle un giro brillante a mi vida sólo se me ocurre comprar purpurina en el chino de la esquina y los sábados de travesura consisten en mascarilla, Albariño, pijama del Primark, fuet en barra y Sálvame deluxe.

Estoy en esa fase de la vida en que imaginas a Neruda cocinando con Rocío Jurado mientras te hablan de Bon Iver y asientes con interés. A día de hoy espero que todo lo que me ha quitado el sueño, me lo devuelva algún día aunque sea en cupones descuentos del DIA. Y me veo en un par de años en una persona de las de albornoz, siguiendo el dogma de Marie Kondo, con un tic nervioso en el ojo de tanto drama.

A ver si llega pronto Eurovisión para alegrarme un poco la vida al menos. Mientras tanto me reconvertiré en el viejo de Érase una vez la vida, borracha de brandy, hablándote de la universidad de la vida mientras mete un euro en las tragaperras. No dejéis de luchar por vuestros sueños.

 

@LuciaLodermann