Mi hija estaba en educación infantil la primera vez que me pidió que le dejara hacerse un tatuaje. Si no recuerdo mal, quería hacerse una sirenita en el antebrazo, al más puro estilo marinero de película. Yo, con toda mi buena voluntad, le dibujé una a tope de colorinchis con rotuladores. Desde aquel cutretatu inicial, fueron muchísimas las veces que le hice dibujitos por todo su cuerpecito. Me pidió cientos de tatus a lo largo de la infancia, debí entender que la cosa no se iba a quedar ahí. Pero no me di cuenta hasta que entró en la adolescencia, la acompañé a regañadientes a perforarse las orejas y ella empezó a acumular diseños y a preguntar si este tatu quedaría mejor aquí o allá. A los dieciséis tuvimos una movida importante porque arrediós que por su cumpleaños quería que le regaláramos la autorización para tatuarse. No el dinero, ya se había encargado ella de ahorrar. Quería solo la autorización firmada.
Nos negamos. Ni de broma la íbamos a dejar marcarse para toda la vida siendo menor. Así que le prometí que podía tatuarse a los 18. Y el momento ha llegado. Su cumpleaños es la próxima semana y ella tiene cita en un estudio desde hace más de 6 meses. Cosa que a mí sigue sin hacerme gracia. La mayoría de mis conocidos tiene uno o varios tatuajes, pero yo no. Básicamente porque no me gustan, nunca me han gustado. No me supone un problema en los demás, es solo que no los quiero en mi piel. Ni me hacen gracia en la piel de mi hija.
Sin embargo, me guste o no, ya puede decidirlo por ella misma y hacerlo sin mi consentimiento. Y, de hecho, agradezco que, pese a todo, me haya implicado en el proceso. Me hace hasta ilusión que me haya hecho partícipe de la búsqueda del diseño, de la de la tatuadora que más le gustaba para el estilo de lo que se va a hacer. Incluso quiere que la acompañe. Pese a que creo que no es muy diferente de cómo era hace 2 años, ella decide, ella paga y ella manda, está claro, pero ha contado conmigo y con mi opinión y eso me hace feliz.
Sigo pensando que es demasiado joven para grabarse algo en la piel de forma definitiva, aunque tengo amigos que se tatuaron a esa edad y me juran que nunca se han arrepentido. Y otros que esperaron a pasar de los 30 y se arrepintieron pocos meses más tarde. Quiero pensar que, después de 15 años deseando que llegara el día, mi hija lo tiene más que claro.
Ahora en realidad lo que me agobia es que, aun cuando todavía no se ha hecho el primero, ya me está hablando de los que le sucederán. Y de lo grandes y coloridos que serán. Socorro. En fin, es su cuerpo y su decisión, yo la voy a querer pintarrajeada y todo.
Anónimo
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