Le quise dar una sorpresa y lo pillé con la picha tiesa

(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)

 

Tened una cosa clara, amigas: la realidad siempre supera a la ficción. Da igual las pilladas que veáis en las series y pelis, incluyendo esas en las que hay que terminar haciendo acrobacias medio en bolas entre balcón y balcón. No digáis: “Sí, hombre, ¿eso cómo va a ser?”. Mejor decid: “Espero que no me pase algo similar… o peor”. Y, sino me creéis, basta con que sigáis leyendo.

Llevaba unos meses con un chico del que me había enamorado hasta las trancas. Tuve mis dudas al principio, porque iba a ser una relación a distancia la mayor parte del tiempo, ya que vivimos en ciudades distintas. Pero ya sabéis cómo funciona la bioquímica del amor: en cuanto te muestras un poquito receptiva y la otra parte te hace caso, es difícil mantener bien tensas las redes que te hacen no dejarte llevar por completo. 

Hablábamos a diario, si no por teléfono, por WhatsApp, y, si no, a través de videollamada. Se le veía con voluntad de compensar las barreras de la distancia haciéndose lo más presente posible. Me convencí de que bueno, las relaciones entre lo online y lo offline estaban a la orden del día. Es más, se pueden cosechar amistades más significativas con gente a la que apenas ves que con personas a las que ves a diario. 

Nos veíamos cuando podíamos, al menos uno o dos fines de semanas al mes, y sentía que todo fluía. Tampoco es que fuera una ingenua. Sé perfectamente a qué se expone alguien que está en una relación a distancia: que se enfríe por la falta de contacto y que surjan celos o terceras personas. Pero, ¿no puede pasarle lo mismo a parejas que viven juntas y se ven a diario? ¿Acaso tiene algo de positivo anticipar lo negativo?

  • Con su soldadito a punto, pero no para mí

Intentaba despejar las incertidumbres y me esforzaba por mantener viva la llama, así que decidí darle una sorpresa. Lo estuve despistando con algún “bueno, a ver cuándo puedo ir” dudoso, para que no sospechara, porque mi idea era presentarme allí y dejarlo con la boca abierta. Yo ya visualizaba el momento: me encuentra tras la puerta, se sorprende, me besa con mucha pasión y me hace el amor con todas las ganas acumuladas que tenía de verme. Nerviosa me ponía solo de pensarlo. 

Llegué a su casa una noche, con la ilusión de no haberlo visto durante semanas y tras haberme asegurado de que no tenía plan de salir. Y bueno, salir no salió, ahí sí que fue sincero. Me dijo que se quedaría en casa y comería algo de comida rápida viendo alguna plataforma de streaming. Encantadísima estaba yo con la idea de enroscarme en el sofá con él en ese plan, después de intimar.

Casi temblaba cuando llamé al timbre, nerviosa por ver su reacción. Me llegó su “¿Quién es?” desde el otro lado, porque yo había tapado la mirilla para que tuviera que abrir. Lo hizo, y la visión que se me puso delante no la voy a olvidar en la vida. 

 

El tío estaba en calzoncillos y no de cualquier manera, no. Aquella prenda apenas podía contener su miembro duro debajo, bien a punto para una sesión de amor. Pero no conmigo, claro. Casi me noté la mandíbula en los pies de la impresión, y él se quedó igual que yo. 

Entre balbuceos, me preguntó que qué hacía allí. No contesté de inmediato porque la imagen me impactó, pero se me pasó por la cabeza que no estuviera viendo Netflix, sino Onlyfans o algo por el estilo, y se estuviera masturbando.

 

-Pues venía a darte una sorpresa. ¿Qué estabas haciendo? -dije por fin.

-Nada, nada… Estaba… Nada, estaba esperando una pizza, y he salido así porque…

Estaba tan descolocado que ya me pareció que aquello no tenía pinta de inocente tocadita de zambomba. Antes de que pudiera reaccionar, le di un empujón y entré en la casa. No quería darle la oportunidad de que negara lo que sospechaba, así que me presenté en el salón. 

Encontré a la tía vistiéndose y monté el pifostio padre. Le dije de todo y, sinceramente, me alegro de haberlo hecho antes de salir corriendo. Fue él quien perdió la dignidad, si es que la tenía. A la larga, por humillante que hubiera sido el momento, me alegré de haberlo pillado. De no haberlo hecho, hubiera seguido esforzándome por compensar los efectos de la distancia por un tío que me la pegaba con tan desvergüenza. El problema no era el tipo de relación. Era el gilipollas con el que estaba.

 

 

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