Viví 12 felices y locos años en Madrid, lo pasé pipa y aprendí un montón de cosas. Pero hace un par de años decidí volver a provincias como la hija pródiga que soy. Después de estudiar la carrera, del máster, de unas clases de persa que me sirvieron de poco y de dar tumbos intentando buscar un trabajo digno, la opción más viable era dejar mi querida gran ciudad adoptiva y ser precaria en mi ciudad natal (donde por lo menos puedo tomarme una tapa de pulpo y un vino por menos de 15 euros). Volví con ganas, cero dramas, pero siempre están esas cosillas que añoras en la distansi

El sentimiento de anonimato. ¡Ay, amigas! Qué maravilloso es eso de sentarte en un banco de la Gran Vía madrileña (o de cualquier otra ciudad grande, claro) y ver pasar al gentío, sin que 6 de cada 10 personas te pregunten que qué tal la familia. O salir a pasear en chandal sin el miedo de encontrarte a 800 conocidos.

giphy

El bullicio. Todos los días de la semana. A todas horas.

La oferta cultural. Está claro que a todo se adapta una y que, curiosamente, ahora casi hago más cosas que cuando vivía en Madrid por esa cosa de aprovechar al máximo lo que me ofrece Vigo (y encima es más barato). Pero no, no es lo mismo. Ahora me muero de envidia cuando mis amichis me cuentan que van a ir a lo que sea.

El cine en versión original. Me he vuelto muy maniática con esto y lo paso fatal viendo películas dobladas. Justo en Vigo hay unos cines en V.O. pequeñitos y estupendos, pero claro mucho cine de autor y poco cine palomitero.

El ocio en general. Esto incluye los bares de copas, los restaurantes de comidas del mundo, las cientos de librerías y las míticas tiendas de confiansi. Y el fucking (Iced) Chai Tea Latte del fucking Starbucks. Y los afters… aunque quizás esto también tenga que ver con echar de menos la juventud y tal.

giphy (2)

El transporte público. ¿Sabéis el dicho ese de «no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes»? Pues se puede aplicar perfectamente en este punto. Pido perdón por todas esas veces que me he quejado de lo que tardaba en llegar el Metro, no valoraba lo que tenía. Por no hablar de las conexiones internacionales para viajar que claro, salen mucho más baratas.

La música en la calle. Y es que menudo nivelón de músicos callejeros hay en Madrid, joder.

El ligoteo. Si estuviera soltera esto sería un drama, he visto a amigas acabar los matchs (o no matchs) de Tinder en menos de 2 minutos. Porque a determinadas edades el mercado empieza a estar fatal en todas partes, pero en los sitios pequeños siempre es peor.

Las cañas bien tiradas (aunque no cambio mi amada Estrella Galicia por la Mahou ni de coña). Los churros, las porras, las tiendas de encurtidos y, si me apuras, el bocata de calamares que solo comía cuando venían visitas.

giphy (3)

El mamarrachismo. Sí, en provincias el mamarrachismo existe y es estupendo, pero se reduce a una nimiedad si lo comparas con lo que te ofrecen las ciudades grandes. Además no existe el factor sorpresa porque nos conocemos casi todos. Recuerdo que una vez me puse unas medias amarillas (ojo cuidao, súper transgresora ¿eh?) y las señoras me miraban agarrando bien el bolso. Al final el tópico de que las ciudades grandes son más cosmopolitas es un poquito verdad.

Los desayunos Vips. Vale, que sí, que las cadenas de comida son un horror y todo lo que queráis. Pero gracias a la vida por esos desayunacos a la 1 de la tarde, de resaca, a precios populares y que cuadran estupendamente para dormir la siesta viendo Flash Moda. Morriña absoluta.

Malasaña. Vale, no. Malasaña hace tiempo que da repeluco.

Mis amichis. Pero bendito WhatsApp. Os quiero, pichurris.

giphy (4)