Tal vez a muchos esto les parecerá una exageración o una generalización terrible, pero las mujeres cargamos sobre nuestros hombros con el peso de un sentimiento tan desagradable como dañino: la culpabilidad. Pedimos perdón por TODO. Por estar trabajando y no poder cuidar de nuestros hijos, por cuidar de nuestros hijos y no aportar ingresos a la economía del hogar. Por engordar y no entrar en nuestros viejos vaqueros, por adelgazar y haber perdido pecho. Nos sentimos culpables hasta si nos ponen los cuernos, fijaos que ridiculez. Pero, ¿por qué narices pasa esto?

Esta gran pregunta surgió mientras me tomaba unas cañas con unas amigas que, curiosamente, también habían sentido la presión de la culpabilidad durante toda su vida. No era sólo cosa mía… ¡Aleluya! O no… Porque a más lo hablábamos, más rabia me daba que fuese algo común a la gran mayoría de las mujeres.

Educadas para ser serviciales, pacientes, dóciles y compasivas. Y sí, nadie nos pone una pistola en la cabeza para que complazcamos a todo quisqui, pero es innegable que los modelos femeninos destacan por el machismo disfrazado de altruismo.

Cenas de Navidad en las que las mujeres cocinan, limpian y ponen la mesa mientras los hombres están sentados en el sofá viendo la gala de Televisión Española. Madres que trabajan y llegan a casa con el ánimo por los suelos, pero aun así hacen la cena, ponen la lavadora, limpian lo que los niños han desordenado y cuando terminan, su marido dice “mujer, me podías haber pedido ayuda”. ¿Os suena esto? Pues es el pan de cada día en muchas de las casas de España. Y encima ellas se sienten culpables por no haber pedido ayuda, como si el papel del hombre fuese el de un mero ayudante en las tareas del hogar mientras nosotras lo supervisamos y hacemos todo.

Pero este sentimiento no se limita a aspectos tan tangibles como doblar ropa o fregar platos, sino a algo más general: somos responsables de que los demás sean felices. Un hombre serio es tenaz, una mujer seria es una amargada. Un  hombre enfadado es testarudo, una mujer enfadada es una histérica. Un hombre triste es tierno, una mujer triste es una exagerada. ¿Acaso no tenemos derecho a sentirnos como una puta mierda sin que alguien venga a decirnos “sonríe mujer, que es gratis”? Nos hacen sentir culpables por mostrar cualquier sentimiento que se aleja de la dulzura, la alegría y la inocencia, y a mí eso me infla los ovarios.

Que no te engañen cuando sueltan que las mujeres de antes sí tenían motivos para luchar por la igualdad, porque tú tienes el mismo papel en la sociedad que tu abuela y las mismas responsabilidades que ella, pero encima se han sumado diez más.

Cuidar del hogar, velar por los sentimientos de los demás y conciliar el trabajo con la familia.  ¿Por qué nosotras tenemos que decidir entre ser exitosas en nuestra carrera o buenas madres? ¿No podemos aspirar a las dos cosas? ¿Por qué en una entrevista de trabajo a mí me preguntan si planeo quedarme embarazada, pero a mi novio no? ¿Por qué me siento culpable por elegir un camino u otro?

Lo siento, mundo, pero voy a hacer algo innovador: pedirme perdón a mí misma.

Autora: @ManriMandarina